Falsos riesgos de contaminación
El periodismo, la escritura de ficción y la docencia universitaria a menudo han sido considerados actividades poco compatibles. Quienes cultivan las tres suelen ser observados con desconfianza por los puristas; pero la historia demuestra que se trata de prejuicios
La escritura de ficción, el periodismo (especializado o no) y la investigación y docencia universitarias han sido considerados a menudo actividades antagónicas o escasamente compatibles. Reticencia y desdén suelen contaminar las perspectivas que quienes las cultivan separadamente tienen sobre aquellos o aquellas que cometen la "anomalía" de practicar las tres, o por lo menos dos.
Los cuestionamientos pasaban (y a veces todavía pasan) por varios carriles. Podríamos resumirlos así:
- 1. Muchos de los que ejercen únicamente una de estas tareas piensan, de manera tácita o explícita, que las otras son de jerarquía inferior.
- 2. Con esta posición se relaciona el temor de que la práctica más valorada sufra algún efecto de "contaminación" o "adulteración", por parte de la s otra/s y rebaje, por lo tanto, su calidad.
- 3. Aunque no se ponga en tela de juicio el valor de ninguna de estas acciones creativas e intelectuales, existe de todas maneras el temor a la hibridación.
- 4. Aun si no se plantean reparos contra la hibridez, de todas maneras no faltan los que se preguntan si es posible que una misma persona encuentre el tiempo y las energías como para hacerlo todo sin afectar la dedicación y la excelencia en cada rubro.
Los prejuicios resumidos en el primer y segundo puntos eran bastante comunes, de uno y otro lado. Los colegas universitarios de J. R. R. Tolkien consideraban lastimoso que un filólogo y erudito tan destacado perdiese el tiempo con "cuentos para niños". Mi director de tesis, a pesar de haber ganado su titularidad por concurso en la Universidad de Buenos Aires y de sus libros académicos, no era del todo bien mirado por algunos compañeros de claustro porque firmaba habitualmente críticas bibliográficas y ensayos en un muy leído suplemento literario porteño. También recuerdo que en los albores de los años 90, un editor joven y famoso estaba convencido de que los "profesores" eran incapaces de producir ficciones creativas, tal vez no por impedimento genético, pero sin duda por "deformación profesional". Extraña idea, sólo si se toma en cuenta que Leopoldo Marechal o Julio Cortázar tuvieron el título y el oficio de docentes de literatura, lo cual no les impidió escribir verdaderos hitos de la novelística latinoamericana, como Rayuela o Adán Buenosayres. Todavía subsisten resabios de esas incomprensiones mutuas, visibles a veces en las batallas de los autores que no han pasado por la Facultad de Letras, o que la han abandonado, contra sus colegas "de Puan". Por la otra parte, no es menos cierta la renuencia profesoral a reconocer los méritos de creadores que hicieron sus carreras por fuera de la vida académica literaria o (a juicio de sus detractores) demasiado entreveradas con el periodismo: de Ernesto Sabato a Osvaldo Soriano, de Tomás Eloy Martínez a José Pablo Feinmann, por dar sólo algunos ejemplos.
La hibridación genérica artística no se considera hoy día un demérito, más bien ha ido ganando prestigio estético. Autores como Puig o Walsh abrieron la mirada hacia las inmensas posibilidades del cruce de lenguajes: los mass media, el cine, el melodrama, las telenovelas (Puig); la crónica periodística y el periodismo de investigación (Walsh) confluyeron así en la generación de una literatura poderosamente original. Subsiste, no obstante, en la crítica canónica, cierta dificultad para aceptar la concurrencia de discursos y registros heterogéneos (la llamada alta cultura, con formas populares y / o mediáticas), sobre todo en escritores menos notorios que los nombrados (aunque no necesariamente por ello poco talentosos).
De los cuestionamientos apuntados, sólo el cuarto plantea, a mi entender, una dificultad razonable: la de asumir una pasión literaria múltiple y voraz, en todos los frentes, con una sola vida para consagrarle. Pero hay quien puede y cómo. Baste citar, en el plano internacional, al teórico, crítico y novelista Umberto Eco, que también escribe para la prensa. O en la gran narradora y académica inglesa A. S. Byatt, autora de una obra relevante de ficción y crítica, asimismo colaboradora de los medios culturales.
En la Argentina, ficción y academia, a través de las generaciones, se han juntado no pocas veces en las mismas personas, con alguna dosis de periodismo cultural: desde David Viñas y Ricardo Piglia hasta Elsa Drucaroff, Miguel Vitagliano, Martín Kohan y otros. Me constan, por experiencia propia, los costos de enfrentar ese desafío (tanto el enorme trabajo como las suspicacias que los prejuicios enumerados abonan); por eso es tan estimulante comprobar que esa ambición móvil y compleja sigue viva entre nosotros. Para nombrar sólo a dos de los más jóvenes que han optado por todo: la poeta y novelista Jimena Néspolo (1973), doctora en Letras e investigadora del Conicet, dirige también la exigente revista cultural Boca de Sapo; el historiador, narrador y becario del Conicet Nicolás Hochman (1982) es, junto con la psicóloga Clara Anich, responsable de otra hermosa publicación: Casquivana (y antes, de Prometheus).
Al fin y al cabo, quizá no hacemos así más que volver a nuestras fuentes: cuando literatura, periodismo, universidad, arte y política confluían en aquellos (Alberdi, Echeverría, Sarmiento, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané padre, Andrés Lamas) que fundaban la nación argentina mientras la estaban escribiendo de todas las maneras posibles.
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