Falleció el escritor Ricardo Molinari : el poeta de la solitaria naturaleza
Notable: integró el grupo generacional literario más destacado del siglo, el que reunió en torno de la revista Martín Fierro, junto a Borges y Marechal.
Ricardo E. Molinari, quien falleció anteayer en esta ciudad, fue el poeta de nuestras llanuras, de nuestros grandes ríos, de los cielos surcados de nubes y de pájaros, arrasados por los vientos del sudoeste. A este paisaje argentino lo pobló de luz metafísica, lo iluminó de historia y de tiempo, lo habitó con su voz personal y entrañable. Amó como pocos la naturaleza: en todos sus poemas hay algo siempre infinitamente nuestro, árboles, aves, pastos, caballadas, veranos, ríos "abrasados por el sol y la soledad sombría". En medio de nuestra poesía rica y diversa, su obra tiene la estatura de las cumbres más altas: es uno de esos cuatro o cinco nombres que sobreviven a través de todo un siglo, indemne a los cambios y a los juicios versátiles de las épocas.
Este hombre casi no tuvo biografía visible: la ocultó con pudor a sus críticos, porque su vida iba haciéndose y expresándose en sus libros y "plaquetes", que abarcaron en conjunto más de medio centenar de títulos.
Había nacido en Buenos Aires en 1898, el 20 de mayo, y quedó huérfano a los cinco años. Se crió con su abuela materna, uruguaya, en una antigua casa de Villa Urquiza. Dejó sus estudios para dedicarse a la poesía; su formación la debe, por una parte, a los clásicos españoles (de ahí su predilección por el romance, las coplas, el soneto) y a la poesía francesa, en la cual erigió como maestro a Mallarmé, que insufló a su siempre luminosa expresión cierto arrevesamiento sintáctico, cierto gusto por palabras recónditas, poco usuales.
De joven integró el grupo generacional más destacado de nuestro siglo XX literario: el que reunió en torno de la revista Martín Fierro, junto con Borges, Marechal, Girondo, Bernárdez, Mastronardi, González Lanuza, Nalé Roxlo...
En 1927 apareció su primer libro, "El imaginero", y dos años más tarde, "El pez y la manzana". Hacia 1933 viajó a España, donde conoció a los brillantes poetas españoles de la generación del 27: García Lorca, Alberti, Altolaguirre y Gerardo Diego, uno de sus descubridores. Ya casado, ingresó como empleado en el Congreso de la Nación, ocupación que desempeñó hasta jubilarse.
Su obra, incesante y sostenida, fue imponiéndose gradualmente, sin apuros ni pausas. Influyó, sin duda, en muchos de los poetas que integraron la generación de 1940, pero no ha sido suficientemente reconocida por promociones posteriores, más atraídas por modelos europeos y norteamericanos. Es que, como decía Eduardo Mallea respecto de ciertos escritores, Molinari nació sin mito, ese mito que hace inexplicables muchos triunfos y que va aliado a extravagancias, psicopatías o accidentadas peripecias biográficas. Por otra parte, despreció el afán publicitario. De ahí que, pese a ser uno de los más altos poetas hispanoamericanos, no haya sido objeto, internacionalmente, de distinciones espectaculares, aunque su nombre ocupe siempre un lugar distintivo, en cualquier buena antología del continente.
Un sentido dramático de la existencia recorre buena parte de su obra. La sutileza de la palabra hallada, cierto ritmo sincopado extraído del cancionero hispano-lusitano y las grandes imágenes espaciales conviven en sus versos. A la métrica tradicional le infundió una cadencia propia; al verso libre lo explayó en largas e infinitas sugestiones. Surgieron así sus "Odas", espléndidas construcciones donde el drama personal -la soledad, el sentimiento de la muerte, de la fugacidad del tiempo, de la belleza devoradora- se unió al misterio de las vastedades del paisaje argentino: "Esta es mi nación, ésta es mi sombra, la luz de mi rostro después de la tarde/Aquí estoy colocado, aquí yacen los míos, el ejemplo sereno y majestuoso de la vida...". Y esa nación le ofreció también el misterio de su historia. Poesía penetrada de país, varonil, doliente y exaltadora.
Pero en nuestro país los reconocimientos se sucedieron: Primer Premio Municipal por "Hostería de la rosa y el clavel" (1933); Primer Premio Nacional por "Unida noche" (1957); Premio John F. Kennedy por "El cielo de las alondras y las gaviotas (1963); GranPremio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (1976) y Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (1986), entre otros muchos. Esta enumeración podría completarse con los títulos de algunos de sus libros más memorables: "Mundos de la madrugada" (1943), "El huésped y la melancolía" (1946), "Esta rosa oscura del aire" (1949), "Días donde la tarde es un pájaro" (1954), "Una antigua sombra canta" (1966), "La escudilla" (1973), "La cornisa" (1977). Una edición casi completa de sus obras, "Las sombras del pájaro tostado" (1975), fue vandálicamente destruida por fuerzas de represión en un procedimiento efectuado en los depósitos del impresor.
Molinari fue colaborador permanente de La Nacion, cuyo Suplemento Literario acogió muchos de sus mejores poemas. Un accidente de tránsito ensombreció sus últimos años.
"El viento de la luna" (1991) fue su último libro, y "Voz raigal de nuestra poesía" es el título de una antología de su obra, publicada en 1993.
El año pasado , la Fundación Ricardo Molinari reunió en un volumen sus poemas de amor.
Los restos del poeta descansan en el Jardín de Paz.