Falleció el crítico y escritor Eduardo Gudiño Kieffer
Deja una prolífica obra; tenía 67 años
Santafecino, nacido en Esperanza, en 1935, pero afincado hacía mucho en esta ciudad, Eduardo Gudiño Kieffer -fallecido ayer en esta capital- consiguió comunicarse con el espíritu porteño desde cierto inmutable asombro provinciano, perpetuamente dócil a mandatos de ternura y de lucidez.
Con esa predisposición y acompañado por una notable y cultivada destreza literaria encaró, a su manera y con éxito evidente, una intermitente saga de Buenos Aires, entrañablemente adherida a múltiples complacencias, sutilezas e incertidumbres burguesas.
Muy joven obtuvo algunos memorables sucesos de crítica y de aceptación por parte de los lectores. Personaje envuelto en finezas, simpatías y aun burlas, pero desprovisto realmente de aristas agresivas, le tocó conocer momentos de esplendor -o de fama, en todo caso- en un Buenos Aires remoto de allá por los años 60 y siguientes y tuvo, asimismo, la fortuna de aportar títulos que llegaron a ser característicos de la época, como "Fabulario" (1960-1969), "Para comerte mejor" (1968) y "Guía de pecadores" (1972) . Se había recibido de abogado, carrera que cambió por su pasión literaria.
Obra fecunda
Publicó después muchas otras obras, desde los ensayos de "Carta abierta a Buenos Aires violento" y "Manual para nativos pensantes" y las novelas "Será por eso que la quiero tanto" y "Medias negras, peluca rubia", hasta los más cercanos de "El príncipe de los lirios", novela de 1995, y los cuentos de "10 fantasmas de Buenos Aires", en un amplísimo repertorio que incluye relatos policiales, cuentos infantiles, guiones cinematográficos, textos dramáticos, traducciones, acotaciones diversas, críticas de arte y hasta felices incursiones por la picaresca y el erotismo.
Gudiño Kieffer escribía infatigablemente en una actitud de absoluta entrega profesional, al punto que alguna vez, interrogado por LA NACION acerca de si vivía de la literatura, contestó, con precisión intencionada y también, acaso, con una pizca de sagaz tristeza: "Yo vivo de la escritura".
Por vocación y elección fue definidamente un hombre de letras y este rasgo se fue acentuando marcadamente en él con el transcurso del tiempo.
Colaborador de LA NACION, muy frecuente encargado de reseñas bibliográficas y columnista en la revista dominical, fue autor de cientos de artículos en los que nunca olvidó insuflar el alarde literario, la cita adecuada y la erudición amable y accesible. Al respecto, su campo de intereses era amplísimo; todos los temas le pertenecían y él sabía resolverlos con ejemplar limpieza expresiva.
Había recibido el Premio Municipal de Novela hacía tiempo, pero en 1999 la obtención del Esteban Echeverría que concede la entidad Gente de Letras vino, justicieramente, a devolverlo a la atención del gran público. En su juventud residió en Europa becado por el gobierno francés y por el Fondo Nacional de las Artes, entidad de la que en 1993 fue director. Integró numerosos jurados en certámenes literarios, como los organizados por LA NACION, Emecé, Planeta y la Fundación Konex, entre otros.
En agosto del año pasado, la Legislatura porteña, representativa de un ámbito con el que llegó a estar tan compenetrado, lo distinguió con el título de ciudadano ilustre.
Sus restos serán inhumados hoy, a las 15, en el cementerio Jardín de Paz, de Pilar. El cortejo fúnebre partirá una hora antes de Malabia 1662.
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