Falleció Carlos Gorriarena, ácido intérprete de la realidad
Colorista de paleta vibrante y encendida, tenía 81 años
De manera inesperada, falleció ayer, a los 81 años, en el balneario uruguayo de La Paloma, el destacado pintor argentino Carlos Gorriarena.
Como lo hacía desde hacía casi 20 años, el artista se había instalado a mediados de diciembre en el partido uruguayo de Rocha junto a su tercera mujer, la galerista Sylvia Vesco, y el menor de sus tres hijos, Gerónimo, de 17 años.
Por la mañana, Gorriarena había padecido una sorpresiva hemorragia masiva por la que fue trasladado de urgencia a una clínica de Rocha, donde más tarde falleció a causa de un paro cardíaco. Sus restos arribarán al país mañana: será velado en el Palais de Glace y sus restos, inhumados en el cementerio de la Chacarita.
Pocos días antes de su deceso, Gorriarena se mostraba ansioso por regresar a su taller porteño del barrio de Monserrat para comenzar a pintar una serie de trípticos de gran tamaño que formarían parte del envío de la galería paulista Thomas Cohn, en arteBA 2007, feria en la que año tras año exhibía su producción.
Colorista vital
Simultáneamente, trabajaba junto a Fernando Farina en la selección de sus obras para una muestra antológica en el museo Castagnino, de Rosario, y se mostraba conforme con la repercusión que actualmente tiene parte de su producción más reciente, expuesta en Villa Victoria, la casona marplatense que perteneció a Victoria Ocampo.
Nacido en Buenos Aires, maestro del color conocido por su paleta encendida, de contornos difusos y deformantes, el estilo de Gorriarena descolló por la fuerza expresiva de un realismo crítico, de actitud denunciante e impronta irónica y mordaz. Con más de treinta exposiciones individuales, expuso en el país, Brasil, México, Canadá, Francia y Madrid, donde residió durante 1971.
Participó en casi 200 muestras colectivas, y entre los numerosos reconocimientos a su labor pictórica ganó el Gran Premio de Honor del Salón Nacional, en 1986. En 1989 se hizo acreedor de la Beca Guggenheim.
Formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes bajo la tutela de Antonio Berni y Lucio Fontana, Gorriarena se interesó por la pintura que mostraba una sensibilidad social y así se alejó del establishment académico para proseguir sus estudios en un marco de mayor libertad con Demetrio Urruchúa, un pintor anarquista a quien consideraba "un ejemplo de vida".
Consustanciado con el ideario político de izquierda, alguna vez afiliado al Partido Comunista, del cual fue expulsado en la década del 60, la visión progresista de Gorriarena quedó plasmada en sus lienzos. Retrató sin retaceos y en tono paródico, casi caricaturesco, tanto a los "iconos de la barbarie", militares argentinos de rostros anónimos, como a grandes líderes políticos, eclesiásticos y artísticos, con tono ácido y zumbón.
Contra las dictaduras
En su pintura antiidealista, con énfasis en una tipificación de orden social, donde asoma su claro rechazo al hedonismo, al consumismo, la banalidad, los excesos, la corrupción y el autoritarismo, condenó lo que consideraba el derrumbe de los valores espirituales, políticos y morales del hombre por un creciente afán materialista o por la acción de regímenes políticos opresivos .
Observador sagaz y puntilloso, impregnó su paleta de un fuerte sustrato psicológico, subrayando también comportamientos, poses, gestos y actitudes humanas alejadas de la moral para desnudar ciertos hábitos y costumbres decadentes, con una gran variedad de recursos dramáticos.
Una constante de su pintura fue la crónica de la realidad plasmada con escepticismo. Grandes críticos de arte elogiaron su pintura, la calificaron de "pictóricamente muy madura" y rescataron de ella "la sensibilidad que no proviene precisamente de un esteticista, es decir, del que busca la perfección externa", sino del eterno subjetivista, del artista que exacerba "las formas y el color en pos de defender el sustento ideológico que guía su arte. La resultante es una estética que alcanza su punto más alto y revulsivo cuando se aúna con la moral".
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