Facundo de Zuviría, perdido en Buenos Aires
Entre acequias con sapos y juegos con vecinos en las calles de Acassuso, la infancia de Facundo de Zuviría no tuvo grandes sobresaltos. Pero la mudanza a la Capital lo cambió todo. Tenía poco más de diez años cuando presenció por primera vez los happenings en el Instituto Torcuato Di Tella, donde trabajaba su tía Helena. Y con su madre, guía de turismo, descubrió los principales barrios porteños.
"El cariño por la ciudad se lo debo a mamá", dice hoy sobre Martha Posse Molina el autor de miles de fotografías de Buenos Aires, herederas de la estética de Horacio Coppola. En estos días, una muestra curada por De Zuviría llena con fotos de aquel maestro y varios más las salas principales del Malba, y otra monográfica de su propia carrera reúne en el Centro Cultural Kirchner casi doscientas imágenes registradas desde la década de 1980.
Heredó la pasión por la literatura de su abuela Martha, amiga de escritores como Jorge Luis Borges y Manuel Mujica Lainez, y de la tía Helena, que le leía la Ilíada y la Odisea. Devenido coleccionista de libros y postales que compra en Mercado Libre, elige retirarlos en las casas de sus vendedores. Toma el subte hasta la estación más cercana y luego camina, cámara en mano. Va por una vereda, vuelve por otra.
El resultado de este vagabundeo de flâneur urbano está a la vista: son fachadas de comercios y casas de clase media, sin presencia humana. Las más conocidas son las que integran la serie Siesta argentina , con vidrieras cerradas como metáfora de la crisis que atravesó el país en 2001-2002, con las cuales inauguró la galería Rolf Art en 2013. Luego se exhibieron en la Fundación Cartier y en la Americas Society de Nueva York, antes de ingresar el año pasado al acervo de dos de los principales museos de la escena global: el Met y el MoMA.
Aunque conoce muy bien ciudades como Nueva York, París y Madrid, dice compartir la afirmación atribuida a León Tolstói: "Pinta tu aldea y pintarás el mundo". "No es que una ciudad sea más linda que otra, simplemente es la tuya –explica–. Conocés las historias, los códigos, las sutilezas. Hay otra profundidad. Cuando fotografiás tu lugar, estás haciendo un autorretrato".
Parte fundamental de esos autorretratos, confiesa, es la mirada de las mujeres que marcaron su vida. Su madre, su tía, su abuela. Y Paula, madre de sus tres hijos y la principal crítica de su trabajo, a quien conoció hace 34 años en un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Con ella vive en Recoleta, a solo dos cuadras del hogar que le abrió la puerta a Buenos Aires. Y al mundo.
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