Extraños en el espejo
La posibilidad de ser otro, la artificialidad de la pose, la intimidad de un gesto y la sensualidad de una mirada conviven en los retratos que exhibe el Fondo Nacional de las Artes
Estructura de ficción. Retratos es el sugestivo título de la exposición curada por Fernando Farina y Andrés Labaké, concebida como el segundo capítulo de la muestra que tuvo lugar el año pasado en el Fondo Nacional de las Artes. En aquella ocasión el énfasis recaía en el paisaje, desde el natural hasta el escenográfico; en esta segunda edición el foco está puesto en los personajes que habitan esos escenarios.
Nicola Costantino ha cumplido la fantasía de muchos, incluido el mismísimo Akira Kurosawa, al colarse físicamente en los cuadros. Con una perfección técnica preciosista, logra habitar esos sitios remotos, haciendo de carne y hueso la pose de los protagonistas.
Mientras en Costantino el autorretrato es la posibilidad de ser otro y, al igual que una actriz, interpretar papeles que tienen su correlato en la historia del arte, en los retratos de Julio Pantoja se les pide a las personas ser simplemente ellos mismos en su propio hábitat, interrumpido por una sábana blanca que oficia de marco.
Los retratos, pertenecientes al ensayo Las madres del monte , cumplen la doble misión de enaltecer y denunciar: la lucha por la tierra de la comunidad guaraní de Misiones, por un lado, y los desmontes e incendios intencionales en Chaco, por otro. Los breves testimonios que acompañan las fotos nos recuerdan que el estatismo de la pose es momentáneo y atípico: apenas un par de segundos suspendidos en el fragor de la batalla.
En los retratos de Marcos López la artificialidad de la pose y el ambiente llega, en su exageración, al ridículo y la ternura. Una pronunciada sensualidad se adivina en la fiereza de las miradas y una argentinidad se festeja en la superabundancia de morcillas y chorizos colgantes que adornan Carnicera .
De la intimidad como estampa a la intimidad como misterio, se traza el camino que nos lleva de Marcos López a las fotografías de Guillermo Ueno. Aquí todo es levedad protegida por sombras. Las perlas en la oscuridad son gestos mínimos que tienen el poder sagrado de lo que se ha repetido por los siglos de los siglos y sigue resultando efímero, dolorosamente efímero tal vez, como el sitio exacto donde se reúne el seno de una madre con la boca de su bebé, oculto por la mano maternal. Los testigos de estas acciones son, por lo general, tazas y fragmentos de ambientes domésticos.
Lo que Ueno deja sumergir en las sombras Martín Weber lo saca a relucir con nitidez. En sus fotografías la información ambiental es indispensable: el retratado pareciera ser el producto de un hábitat constituido por repertorios muy reconocibles, como la parafernalia peronista con sus afiches y símbolos y la arquitectura de una vivienda típica de clase media de las afueras de la metrópolis. Incómodas y tímidas, las personas posan como si no hubieran encontrado todavía el motivo del cual sentirse orgullosos.
También Alessandra Sanguinetti busca su leitmotiv en las afueras de la ciudad. El campo es el escenario donde sus entrañables Guille y Belinda sueñan a sus anchas todo lo que el horizonte pampeano les permite. En El espejo , la niña regordeta se espía a sí misma, mirando de refilón los cambios que la adolescencia le trajo y que la superficie reflejante, ajena e implacable, convierte en imagen.
Otro es el paisaje que Guadalupe Miles trae a colación. Marrón es el río y la tierra, como la piel de sus habitantes. Mientras el sol de la tarde torna cobrizos los rasgos del chamán, una joven se expande indolente sobre la arena que ya debe estar demasiado fría para el calor que su cuerpo todavía retiene.
Ramón Teves parece burlarse cándidamente de los recursos que sus compañeros de sala manejan a la perfección: cuando parece que va de lleno a la artificialidad de la pose colectiva, la esquiva con la actitud demasiado relajada de alguno de sus retratados; hace uso del repertorio ambiental de la clase media baja pero la derrite con una sandía grandilocuente, desubicada hasta el surrealismo. No hay magia ni misterio, aunque el muchacho de la foto se oculte detrás de la careta de Barney. No hay escondite: el mundo se cuela en la intimidad por las noticias de los diarios y las marcas de los envases.
De una manera u otra, el extrañamiento es un recurso y una sensación que despierta cada una de las fotografías. "Todos somos extraños para nosotros mismos, y si tenemos alguna sensación de quiénes somos, es sólo porque vivimos dentro de la mirada de los demás", diría Paul Auster al respecto.
Ficha. Estructura de ficción. Re tratos, en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes (Rufino de Elizalde 2831), hasta el 29 de junio