Expresionismo y sentido social
En la sala Cronopios se exhiben pinturas y dibujos de Juan Carlos Castagnino, inéditos en muchos casos. El intimismo de Miguel Diomede y el expresionismo del mexicano Miguel Díaz Reinoso
La obra de Juan Carlos Castagnino (1908-1972) se cuenta entre las más populares del país. No obstante, tiene aún una parte inédita. Por eso, la exposición se denomina Castagnino. Otra mirada . La selección constituye una formidable antología, que incluye varias obras todavía desconocidas y otras que se exhibieron hace muchos años; como, por ejemplo, las que estuvieron en la muestra póstuma del Museo Nacional de Bellas Artes, en 1974.
Hay 29 pinturas, entre óleos, témperas, acrílicos, acuarelas y procedimientos mixtos, y 53 dibujos, entre tintas y carbonillas. El período que abarcan es extenso; va de 1938 a 1972. Son piezas excelentes, en su totalidad, donde está la quintaesencia de su modo de traducir la realidad. Muchos son estudios de figuras, en gran parte, masculinas; otros, interpretaciones libres de otros autores como, por ejemplo, las evocaciones de Goya o las series que reflejan situaciones dramáticas de tipo social inspiradas en sucesos como el Cordobazo o Vietnam. A estas últimas se adscriben el Homenaje a Boccioni (que, por la fecha, proviene seguramente de su estada en Roma a mediados de los años 60) o Mitin y Tumulto , ambas de 1968. Sin embargo, sus imágenes superan esa somera clasificación temática.
Solía referirse también a las cosas populares del país y de la vida rural, a menudo, con una finalidad social. Su actividad giró en torno del hombre, aunque también pintó paisajes y fue un animalista excepcional. Son especialmente conocidos sus caballos y sus maternidades; también las figuras, que se difundieron a partir de 1962 por las ilustraciones que hizo Eudeba del Martín Fierro, de las que se exponen algunos bocetos. Como el protagonista de esa gesta, en la necesidad de definirse, se manifestó en favor de los humildes. Su relación con el realismo socialista se reveló también en la pintura mural. Sus antecedentes más directos deben buscarse en el muralismo mexicano.
Si hubiese que ubicar la obra en su totalidad, habría que hablar de expresionismo realista de orientación nacional y propósito crítico. Su fin, más allá de lo artístico, fue dejar constancia de una situación que le parecía injusta en particular con las clases obreras y campesinas. Pintó las cosas con ánimo comprensivo y afectuoso pero, sobre todo, con argentinidad e intuición poética. El criollismo de los tipos, de sus facciones, tanto como de las costumbres, la atmósfera y el paisaje pampeano tuvieron características locales.
Todos los trabajos tienen una estructura que sostiene las formas con solidez, pero con una flexibilidad que impide la quietud. Su dinamismo surge de la soltura en el trazo propia de los grandes dibujantes. De ahí, la factura fluyente y movediza que lo llevó especialmente en sus obras finales a desarrollar una notable tendencia a la abstracción.
Es excelente la presentación de la muestra curada por Martha Nanni. El recorrido se inicia con numerosas fotografías en las que se ve a Castagnino en acción, a veces solo, otras veces con sus allegados o acompañado por otros notables. Esa especie de galería iconográfica afirma un período que ubica temporalmente al espectador. Llamó nuestra atención por su carácter documental, particularmente una imagen de 1945 que lo muestra junto a Colmeiro, Spilimbergo, Berni y Urruchúa, con quienes realizó los murales de las Galerías Pacífico.
(En las salas Cronopios y C del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Hasta el 22 de julio)
Intimismo y sutileza
La exposición de Miguel Diomede (1902-1974) está claramente dividida en dos partes, una dedicada a los retratos; la otra, a los paisajes, las naturalezas muertas y las flores. En ambas, se aprecia la calidez de su estilo, caracterizado por el refinamiento de los tonos y la levedad aparente de la materia. Esta se distribuye a menudo con el pincel seco y toques breves en superficies aterciopeladas que dejan ver las capas sucesivas. La construcción, apenas insinuada pero firme, sostiene las imágenes y las tonalidades mate contribuyen a amortiguar cualquier posibilidad de ostentación.
Esa pintura no se interesa por los aspectos externos de la política, las cuestiones sociales o las académicas. Toca lo interior sin otra idea que la de exteriorizarlo de una manera expresiva. La intención de caracterizar tal o cual modelo obedece a la necesidad de transmitir una emoción más que a la voluntad de incidir en los demás. Transfiere su visión con la falta de afectación que le es natural sin disimular sus preferencias caracterizadoras. No fue un pintor testigo, sino un subjetivo intérprete de las incidencias ambientales que les daban a los modelos un aspecto que sólo él podía captar. En la apariencia seráfica de sus pinturas reside la razón mayor de su interés.
Las dimensiones reducidas fueron de su preferencia, en parte, porque le permitían dominar la totalidad de la pieza en la que eventualmente centraba su interés; en parte, también, porque contribuía a concentrarlo en el deseo de que todo estuviese perfectamente ajustado. La continuidad de su obra se debe en gran medida al convencimiento que presidía en el momento de su realización cada una de las pinceladas, aunque al día siguiente empezara todo de vuelta. Obsesivamente, se compenetraba de tal modo que una mínima variación del toque, por pequeña que fuese, lo obligaba a modificar lo demás. En ese sentido, la intensidad de sus pinturas pasa por la temporalidad del sentimiento que sin apuro se renovaba en cada sesión.
La curaduría de la exposición estuvo a cargo de Ana Canakis, que dice, por ejemplo, que Diomede pintaba con luz natural y que trabajaba todos los días a la misma hora, hasta tal punto que, en ocasiones, condicionaba la finalización de sus telas hasta el retorno de la estación en la que las había comenzado.
Como se ve, una personalidad pausada, que resolvía sus cuadros con una sensibilidad pendiente de cuestiones sensoriales. Sin embargo, daba una perspectiva poética de lo que veía. La vista del espectador recorre con fruición las obras, colmadas de matices y acentos leves que las enriquecen y las envuelven en una bruma de plástico poder comunicativo. Esa atmósfera evanescente define su estilo.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Hasta el 9 de julio.)
Apariciones
América latina inspiró la acción de artistas de todas las artes. Su influencia en la obra del mexicano Miguel Díaz Reinoso define ese aspecto continental, pero no como un camino hacia el pasado, sino como una manifestación del espíritu que manifiesta el origen.
Varias de las obras están realizadas con un trazo envolvente sobre papeles del diario La Nación , que se integra a las formas dominantes con un elevado grado de pregnancia. Se advierte en esos trabajos, sobre todo en el trazo esquemático extenso y ondulante, la influencia de José Luis Cuevas, a cuyo taller asistió. El hecho no es circunstancial, también en otras piezas, los fondos tienen una configuración que enriquece la idea central, dedicada a la imagen humana.
La ausencia de color lo induce a oscilar entre el negro y el blanco, a veces por contraste y, en otros casos, mediante los registros intermedios. Díaz Reinoso es un expresionista que residió largamente en Cuba, donde actuó como agregado cultural. Ahora desempeña esa función en la Argentina.
(En el Centro Cultural Recoleta. Hasta el 24 de junio.)
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