Expedientes médicos: revelan documentos inéditos de Frida Kahlo
A setenta años de la muerte de la gran artista mexicana, su país le rinde homenaje con una muestra que reúne materiales nunca exhibidos: su historia clínica, en textos e imágenes
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CIUDAD DE MEXICO- Casi toda esperanza nace desde el dolor. En el caso de Frida Kahlo, de quien este 13 de julio se cumplen 70 años de su muerte, el dolor y la esperanza fueron un grito constante. Pero hubo un momento en que el suplicio trepó. Entonces, las ilusiones comenzaron a temblar. Fue una escalada sin retorno, revelada por los expedientes médicos que han salido por primera vez a la luz en México, que reconstruyen el año 1953, el anterior a su muerte y “el más crítico” de la vida de la artista mexicana, la más global de la historia del arte contemporáneo.
Esos expedientes, que se alojan desde hace más de medio siglo en el Centro Médico ABC de Ciudad de México y dados conocer ahora, integran la muestra Kahlo sin fronteras, en el Museo Casa Estudio Diego Rivera-Frida Kahlo, en colonia San Ángel, sur de la capital, donde la pintora y el muralista compartieron intermitentemente su apasionada y litigante vida. La exposición incluye correspondencia, documentos, hojas clínicas y más de 80 fotografías que testimonian la vida familiar y personal de la pintora. Estas últimas, ponen de manifiesto que “desde niña Frida tuvo un vínculo con la cámara”, como apunta la fotógrafa Cristina Kahlo, curadora de la exposición, y sobrina nieta de la pintora, en un recorrido exclusivo con LA NACION. “Sabía moverse, cómo poner las manos, cuál era su mejor ángulo; la fotografía era una actividad familiar, a raíz de Guillermo Kahlo, padre de Frida, que era fotógrafo, pero en el caso de Frida, entendía el valor de la fotografía como documento”, explica.
El último año de Frida
El recorrido está atravesado por la inminencia de ese momento fatal para la vida de Frida, con la amputación de su pierna, que desató en la pintora un “comportamiento desenfrenado” y “reacciones imprevisibles”, como consignó la historiadora Hayden Herrera en Frida. Una biografía sobre Frida Kahlo, editada en español en 2019 por Penguin Random House. Los documentos exhibidos en la muestra aportan ahora dimensión a los datos de aquella biografía, la más detallada que existe sobre la artista, donde Herrera destaca que allí comenzó la dependencia de la morfina y la adicción a los estupefacientes, que Frida combinaba con “enormes dosis” de coñac, para mitigar el dolor.
La muestra exhibe el libro de anatomía que Frida le regaló con dedicatoria a su médico Juan Farrill (“para que se ría un rato con esta ‘anatomía’ surrealista. Guárdela con el cariño de Frida”), junto a una fotografía de ambos posando frente al autorretrato que la tiene a ella junto a un retrato recién pintado del médico. O la ficha de una de las últimas radiografías, meses antes de su muerte, que consignan que la “sra. de Rivera” estuvo alojada en la habitación número 33. O el recibo de pago de la llamada telefónica de larga distancia, desde Ciudad de México a Oaxaca, entre Frida y Diego Rivera; una llamada de once minutos, desde la habitación 118.
La “joya de la Corona”, como dice Cristina Kahlo durante su recorrido con LA NACION, es un cuarto que recrea una sala de radiología, allí en la misma casa que fue de Frida, donde se exhiben los expedientes en diferentes pizarras iluminadas. “Mi idea fue que la gente pudiera acceder a estos archivos en la misma manera en que yo los descubrí: los médicos del hospital ABC (luego de comprobar mi identidad y filiación con Frida) me los mostraron en secuencia, como una película, porque están guardados en microfilm”, dice Kahlo, resaltando que el expediente cuenta los períodos comprendidos entre 1952 y octubre de 1953, cuando “salió del hospital”.
Son los que aportan testimonio sobre el deterioro evidente que la amputación provocó en el ánimo de la pintora. También está el grupo y factor sanguíneo de Frida (A positivo), el informe de operación, hecho por el cirujano Farrill, con las firmas de las personas legalmente responsables, Frida Kahlo y su enfermera Judith Ferreto. Es Ferreto quien, citada por Herrera en su libro, cuenta que “a veces sólo una palabra, un error, algo sucio o una actitud hacía explotar a Frida, por su sensibilidad”.
Las fotografías, además, constituyen un “testimonio de la medicina”, considera Cristina Kahlo, cuya abuela era Cristina, hermana de Frida. La sala de operaciones, con ventanas (“quizás para ventilar luego”), los ceniceros en las habitaciones o cómo se hacía un reporte de operaciones muestran un contraste absoluto con el tiempo presente.
También hay una fotografía de Frida, apenas amputada, con una bota puesta sobre su prótesis: yace sobre la cama, con una enfermera, fumando, con la mirada perdida, el cabello entrecano -una de las pocas sin su tocado de flores, que conservaba en sus internaciones-, con un par de aros y un collar como único adorno.
El intercambio de correspondencia con personalidades como Dolores del Río confirma que la preocupación por el dinero era una constante para la pareja, pese a que Diego Rivera se ocupó siempre de la artista. En una a Del Río, le pide disculpas por haberle pedido dinero, porque “Diego se molestó muchísimo (...) pues todo lo que gana con su trabajo me lo da a mí”.
Viva la vida
Curada por Cristina Kahlo y Javier Roque Vázquez, la exposición, hasta octubre, exhibe imágenes de los fotógrafos Guillermo Kahlo, padre de Frida, Nickolas Muray, Antonio Kahlo, Julien Levy, Gisèle Freund y Juan Guzmán, además de Graciela Iturbide quien, en 2005, fotografió objetos encontrados en uno de los baños de la Casa Azul, junto con obras de Cristina Kahlo inspiradas en este rico archivo documental.
La muestra forma parte de los homenajes por los 70 años de la muerte de Frida y el 117 aniversario de su natalicio, que se cumplió el 6 de julio pasado. Esos homenajes destacan la resiliencia de la artista, frente a las treinta y dos operaciones que padeció durante su vida, como parte de las secuelas por tres fracturas de columna y problemas isquémicos en su pierna derecha a raíz del accidente de tráfico en su juventud.
El público mexicano será invitado a decorar macetas con donaciones de árboles, tan preciados para la vida de la pintora, como lo evidencia su obra Árbol de la Esperanza, de 1946, donde Frida -con un corsé en la mano a modo de trofeo por su última incursión médica- contempla a otra Frida que yace recostada con nuevas incisiones en la espalda.
“Árbol de la esperanza, mantente firme”, primera línea de una canción veracruzana, fue el lema personal de Frida. En el cuadro, las borlas rojas de la bandera son metáforas de la sangre que gotea de la herida de la paciente. Ese tono es exaltado en las fotografías que Cristina Kahlo tomó a las batas de Frida, recuperadas en 2005, donde el rojo de la sangre se mezcla con las manchas del pincel que la artista limpiaba sobre sus prendas hospitalarias. Son los mismos rojizos que Frida escogió para su último cuadro con sandías, las más apreciadas de las frutas mexicanas. Las pintó enteras y en pedazos, con un trazo vital y controlado que admiten lo cercano del final. Ocho días antes de morir, retomó el pincel para poner la fecha y el lugar de Coyoacán, con su firma y el último saludo a su existencia: “VIVA LA VIDA”.
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