Evaristo Carriego, el poeta que Borges transformó en un arquetipo porteño
Si bien ninguno de sus poemas se convirtió en canción, fue una gran inspiración para los letristas de tango; hoy se cumplen 110 años de la muerte del “inventor de los suburbios”
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Aunque nació en la capital de Entre Ríos, es uno de los poetas porteños por antonomasia. Siendo un niño, en 1889 su familia se instaló en forma definitiva en lo que era un barrio de guapos, gringos y cuchilleros, Palermo, en la calle Honduras, entre Bulnes y Mario Bravo. Se destacó como estudiante y fue lector de Miguel de Cervantes, Victor Hugo, Alejandro Dumas, José Hernández y Rubén Darío, y en la juventud participó en tertulias literarias. Colaboró en diversas publicaciones de la época, como el periódico anarquista La Protesta y en la revista Caras y Caretas. En vida dio a conocer un solo libro: Misas herejes y si bien ninguno de sus poemas se convirtió en canción, inspiró a los letristas de tango. Hoy se conmemora el 110º aniversario de la muerte, a los veintinueve años, de Evaristo Carriego (1883-1912), al que Jorge Luis Borges definió como “el primer espectador” de los barrios pobres y el inventor de los suburbios como motivo literario.
“Carriego creía tener una obligación con su barrio pobre: obligación que el estilo bellaco de la fecha traducía en rencor, pero que él sentiría como una fuerza”, sostuvo el autor de Fervor de Buenos Aires. Una emblemática biblioteca de la ciudad de Buenos Aires (ubicada como no podía ser de otro modo en Palermo) lleva su nombre.
Borges también le atribuyó a Carriego “la revelación de la poesía” en su infancia, cuando lo oyó recitar un poema en su casa (uno de los grandes amigos de Carriego fue Jorge Borges, su padre). El recuerdo que tiene de Carriego es imborrable. “Yo siempre había creído que la poesía era un medio de comunicación, era una serie de signos, pero no sabía que la poesía puede ser también una magia, una música, una pasión hasta una noche en que Carriego en casa recitó un largo poema del cual no entendí una palabra. Recitó ‘El misionero’ de Almafuerte, y entonces yo sentí, acaso por primera vez en mi vida, la poesía”. Y aunque doña Leonor Acevedo le recomendó a su hijo que desistiera de escribir sobre la vida del poeta entrerriano, este avanzó en su curioso experimento biográfico, “menos documental que imaginativo”, según se anuncia en el prólogo de Evaristo Carriego.
Un año después de la muerte de Carriego -por tuberculosis, según algunos; por peritonitis, según otros- se publicó La canción del barrio, que recoge sus últimos poemas, y en 1927, sus cuentos en el volumen póstumo La flor de arrabal. Bajo el influjo de otro amigo, Florencio Sánchez, escribió una obra de teatro, Los que pasan, estrenada en el Teatro Nacional luego de su muerte. “Escribía poco, lo que significa que sus borradores eran orales”, sugiere Borges en su libro de 1930, que revisó y amplió en ediciones posteriores.
“Muy poca gente sabe que en las obras póstumas de Carriego se incluye allí un poema llamado ‘Vulgar sinfonía’, que está dedicado a la esposa de un amigo de Carriego, doña Leonor Acevedo de Borges, madre del escritor -dice el profesor, escritor y académico Oscar Conde a LA NACION-. Según contó Borges, Carriego los visitaba habitualmente y en oportunidad de un homenaje a Carriego hecho en 1975 Borges había dicho que le debía la revelación de la poesía”. Conde destaca que, en la última estrofa de “Vulgar sinfonía”, Carriego predice que el niño que era Borges se convertiría en poeta: “Y que tu hijo, el niño aquel / de tu orgullo, que ya empieza / a sentir en la cabeza / breves ansias de laurel, / vaya, siguiendo la fiel / ala de la ensoñación,/ de una nueva anunciación / a continuar la vendimia / que dará la uva eximia / del vino de la Canción”.
Algunos lectores de Evaristo Carriego pueden creer que ese libro de Borges sobre la vida y la exigua obra del poeta de Palermo no fue otra cosa que una excusa para hablar de su barrio, de los compadritos y de costumbres criollas. “Pero Borges además habla, como lo vio José Gobello, de dos Carriegos distintos -puntualiza Conde-. Uno es el autor de Misas herejes y otro, el de La canción del barrio. A Borges lo contraría bastante esa segunda parte y, aunque intenta por momentos defender al Carriego imitador de Rubén Darío y de Leopoldo Lugones, lo considera un poeta flojo y sin alma. Pero sin embargo dice que hay algunos poemas que no están nada mal, como ‘Has vuelto’ o ‘El casamiento’. Y le reconoce ser el descubridor del tema del barrio”.
Conde agrega que los letristas de tango vieron en Carriego un modelo a seguir. “Son esos poemas desviados del canon modernista, donde en vez de castillos y princesas se habla de conventillos, de la chica de barrio y de la costurerita que dio aquel mal paso, una cantidad de historias pequeñas y con personajes modestos, los que los letristas del tango toman como modelo. El primero que alude a él es Homero Manzi en ‘Viejo ciego’, su primer tango, de 1925″.
“Borges no se olvida de Carriego -concluye Conde-. Dice que en el poema ‘El guapo’, dedicado a la memoria de San Juan Moreira, Carriego está haciendo épica. En 1945 Borges publica con Silvina Bullrich El compadrito, una antología de textos ajenos y propios sobre esa figura, y donde incluye su cuento ‘Hombre de la esquina rosada’. En ese libro, también aparece un poema extraordinario firmado por un tal Manuel Pinedo, titulado ‘El compadre’. Recién en 1984 Borges aceptó que Manuel Pinedo era él. Es una genialidad. En muchos puntos del poema se nota que el modelo fue el poema de Carriego”.
En diálogo con LA NACION, el escritor y académico Pedro Luis Barcia indica que tres reduccionismos estrechan la perspectiva sobre la realidad cultural literaria argentina. “El pampismo, que se focaliza en el gaucho y en su escenario verde ilímite; el porteñismo, centrado en la Reina del Plata, babélica y varia, y el suburbismo, situado en un ámbito de contacto y articulación de los otros dos espacios -dice Barcia-. En ese espacio de empalme, el arrabal, para decirlo con arabismo, radicó Carriego. En ese escenario barrial, dramatizó sus escenas y temas, unificados por una unidad tonal”.
“Ezra Pound dijo que hay poetas que pulsan una nota ocasionalmente y la abandonan, y otros la asumen y hacen de ella su modalidad poética, reiterándola en variantes -continúa Barcia-. Es el caso del uruguayo Julio Herrera y Reissig, respecto de ‘Los doce gozos’, de Lugones, y del entrerriano Carriego, que abrevó en el soneto ‘Rincón de patio’ (1907), de Enrique Banchs, que comienza: ‘Chorrean las macetas recién regadas…', e hizo de esa tonalidad y fraseo sus poemas más conocidos. Una personalísima apropiación de una modulación ajena. La crítica ha ignorado con prolijidad esta raíz nutricia”. Tan breve como su vida, la obra de Carriego se abre todavía a un horizonte de lecturas e interpretaciones.
Un poema de Evaristo Carriego
La que hoy pasó muy agitada
¡Qué tarde regresas!… ¿Serán las benditas
locuaces amigas que te han detenido?
¡Vas tan agitada!… ¿Te habrán sorprendido
dejando, hace un rato, las casas de citas?
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¡Adiós, morochita!… Ya verás, muchacha,
cuando andes en todas las charlas caseras:
sospecho las risas de tus compañeras
diciendo que pronto mostraste la hilacha…
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Y si esto ha ocurrido, que en verdad no es poco,
si diste el mal paso, si no me equivoco
y encontré el secreto de esa agitación…
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¿Quién sabrá si llevas en este momento
una duda amarga sobre el pensamiento
y un ensueño muerto sobre el corazón?
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