Estudios culturales
CULTURA. LA VERSION DE LOS ANTROPOLOGOS Por Adam Kuper-(Paidós)-Trad.: Albert Roca-299 páginas-($ 55)
El debate sobre la cultura -o las culturas, como se prefiere hoy- sigue calentándose. En este sentido, Cultura. La versión de los antropólogos , de Adam Kuper, constituye un grito de guerra, la avanzada de un contraataque: el que un sector de la antropología inicia para reapropiarse de un objeto de estudio -la cultura- al que esa disciplina contribuyó decisivamente a delimitar y caracterizar, y que hoy está en poder de una disciplina estrella, los estudios culturales, cuyos más lucidos representantes provienen del área de las letras o humanidades.
Como en todo reclamo territorial, hay un espacio para mostrar documentos y establecer filiaciones pero también para dar cuenta de las estrategias propias y ajenas. El relato de estas peripecias académicas constituye la línea expositiva central del trabajo de Kuper, titular de antropología social en la Universidad de Brunel, Gran Bretaña, pero formado en las arenas políticamente incandescentes de su país natal, Sudáfrica.
El libro está organizado en dos partes. La primera, "Genealogías", rastrea los orígenes de un concepto de raíz germana y romántica, el de Kultur -la cultura entendida como acervo simbólico irreductible de cada pueblo-, frente al concepto francés de civilisation , un conjunto de valores racionales que determinarían una línea histórica de progreso acumulativo.
Kuper data el comienzo de este enfrentamiento en el siglo XVIII y sigue su desarrollo a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX. Para hablar de las tres grandes tradiciones europeas que dieron cuenta de este debate, revisa las obras de tres autores: Francia está representada por Lucien Febvre, Alemania por Norbert Elias, e Inglaterra por Raymond Williams.
Kuper suma luego el aporte norteamericano en la figura de Talcott Parsons quien, en su opinión, demostró la necesidad de desarrollar una noción científica de cultura: "Fue su desafío el que obligó a los antropólogos a reexaminar sus ideas sobre la cultura y a afinar su enfoque al respecto", destaca. En la construcción de ese concepto, señala como trabajos seminales los del antropólogo alemán Franz Boas junto a sus discípulos norteamericanos Edward Sapir, Ruth Benedict y Margaret Mead.
Interesado en la tradición anglosajona, Kuper sigue luego la historia de la antropología moderna en los Estados Unidos. Así, dedica la segunda mitad de su libro, "Experimentos", a analizar los trabajos y, sobre todo, las carreras, de Clifford Geertz, David Schneider y Marshall Sahlins, verdaderos monstruos sagrados de los campus. Realiza, entonces, una verdadera deconstrucción de sus propuestas, que avanzaron de manera casi irremediable hacia una autonomización y predominio absoluto de lo simbólico por sobre lo biológico, lo económico y lo político-institucional.
A Kuper le preocupa en especial el legado de Geertz: "el efecto de su programa fue subordinar las preocupaciones teóricas de la antropología cultural a las de las principales disciplinas humanistas", cuyas formas canónicas de la cultura son "la literatura y el arte", acusa. Este parece haber sido el origen del debilitamiento de la antropología cultural, que estuvo a punto de quedar subsumida en la nueva disciplina de los estudios culturales, ella sí, hija legítima de los departamentos de letras y humanidades.
Los capítulos finales están dedicados a los descendientes de esos grandes autores: la "antropología posmoderna", analizada en su estrecha vinculación con el área de los estudios culturales y el multiculturalismo.
Kuper revisa las críticas de los posmodernos a la antropología, que juzga "superficiales", ya que se basan en el análisis de trabajos menores y dispersos. En su descripción, más que una metodología, parecen haber elaborado una retórica, es decir, apenas un estilo expositivo. También acusa al movimiento posmoderno -cuyo principal representante es James Clifford, "un especialista en teoría literaria"- de provocar "un efecto paralizante sobre la disciplina antropológica" al negar la posibilidad de "una antropología cultural comparada".
El multiculturalismo -es decir, el área de estudios que reivindica a las minorías, como las mujeres o ciertos grupos étnicos- es considerado de manera más matizada. Kuper cuestiona su culto a la diferencia ("que parece a veces el único valor indiscutible"), y hasta una suerte de racismo sui generis : considera que, en este contexto, la palabra cultura se usa muchas veces como "eufemismo políticamente correcto de raza". Pero también reconoce la fuerza de su apuesta: gracias a este movimiento, "el debate sobre la cultura ha vuelto a ser político". Y valoriza esta posición estableciendo una genealogía, que incluye a "grandes escritores de la cultura" (Herder, Nietzsche, Adorno, Gramsci, Elias, Williams), tanto como a antropólogos: Boas, Malinowski, Mead, Lévi-Strauss, quienes "no titubearon en abordar temas políticos".
Su argumentación final empalma con esta reivindicación de la política y busca dar el tiro de gracia a los enfoques culturalistas con su propia arma. Para actuar en el mundo, dice Kuper, no alcanza con moverse en el nivel simbólico: "Opero en el mercado, vivo a través de mi cuerpo, me debato en manos de otros. Si tuviera que contemplarme únicamente como ser cultural, poco espacio me restaría para maniobrar y para cuestionar el mundo en el que me encuentro".
En resumen, el libro de Kuper, una impecable revisión crítica de buena parte de la antropología del siglo XX, se ganará un lugar entre los libros de referencia para quienes siguen de cerca el debate sobre la cultura.