Estilos de un viajero
Las crónicas de Lucio V. Mansilla muestran la prosa pícara, espontánea, del autor y constituyen uno de los capítulos más interesantes de la narrativa de viajes del siglo XIX
En 1897, desde las páginas de su revista La Biblioteca , Paul Groussac llamó a Lucio V. Mansilla "el excursionista del planeta", en referencia a los innumerables viajes que el coronel y escritor argentino había realizado desde 1850 por destinos tan disímiles como India, Egipto, Grecia, Rusia, Paraguay, decenas de ciudades europeas e incluso "tierra adentro", al territorio indio, viaje narrado en su más célebre obra, Una excursión a los indios ranqueles , de 1870. De ese epíteto de Groussac surge el título de este nuevo volumen de la "Serie viajeros", cuyo estudio preliminar y selección de textos está a cargo de Sandra Contreras.
Como en el caso de otros libros de la serie (entre ellos, Hacia la revolución . Viajeros argentinos de izquierda , compilado por Sylvia Saítta y Rumbos patrios . La cultura del viaje entre fines de la Colonia y la Independencia , compilado por Jorge Myers), se reúne aquí una serie de textos nunca publicados en libro, salvo pocas excepciones, en los que Mansilla relata sus viajes a lo largo de seis décadas. La exhaustiva investigación llevada adelante por Contreras permite acceder tanto a los "folletos, artículos y causeries publicados en diarios y revistas a la vuelta de sus viajes [...] como las cartas, corresponsalías y columnas que envía a distintos periódicos mientras se encuentra en viaje o desde su residencia en el exterior".
Organizado en tres partes, que corresponden a tres principales destinos -Oriente, Paraguay, Europa-, El excursionista del planeta ilustra los aprendizajes de un viajero que se inicia a los dieciocho años, en las exóticas tierras orientales, y que finaliza su larga excursión con una residencia permanente en París entre 1902 y 1913; pero también narra el aprendizaje de un escritor, de un "artista en cartas" como él mismo se llama, que va transformando un inicial estilo levemente tardorromántico, gustoso de focalizar en los momentos de soledad frente a la belleza del paisaje, hacia un estilo fragmentario, pícaro, siempre estilizado, pero preocupado por recuperar la espontaneidad de la experiencia, como si también la palabra pudiera mancharse con los restos de barro de una cabalgata, o con la apacible digestión de un manjar. Porque lo cierto es que experiencia y escritura se encuentran íntimamente relacionadas en más de un sentido: no sólo la escritura busca inmediatez con lo vivido, sino que, previendo ya la futura entrega para el periódico, Mansilla relata "mentalmente" mientras vive. Así, luego de atravesar un bosque a caballo, en Paraguay, mojado y picado por los bichos, anota: "Dos horas he puesto en redactar y corregir mentalmente lo que se va leyendo. Tengo, como Juan Jacobo Rousseau, esta facultad: una memoria singular que retiene por su orden, casi palabra por palabra, mis meditaciones. Escritas éstas, llévaselas el viento del olvido."
A lo largo de esta larga "novela de viajes" que ha recuperado Contreras, se hacen evidentes algunos rasgos de la escritura y de la sensibilidad de Mansilla que, dado el modo disperso en que fueron publicados sus escritos, hubiese sido difícil identificar. Por ejemplo, su particular evaluación del viaje como instancia formadora del joven sudamericano, un tema que fue luego casi un lugar común de la elite, pero que en Mansilla adquiere su marca singular y sobre todo, contradictoria. Porque así como en la década del sesenta, al recordar su viaje a Oriente, decide que se trató de una experiencia prematura, dado su escaso conocimiento previo del mundo, y concluye que "la mejor nodriza es la patria", hacia 1881 cambia de opinión y advierte, a modo de consejo a sus lectores, que "un americano que no haya salido de su terruño [...] obedecerá fatalmente a las influencias del medio, con detrimento de su propia virtualidad". Lo curioso es que Mansilla acompaña siempre este tipo de consejos con soluciones prácticas; en este caso, les sugiere a los lectores menos acaudalados, cómo viajar por Europa sin gastar grandes sumas de dinero.
Muchos críticos han señalado el carácter casi posmoderno del estilo de Mansilla: mezcla de conversación, carta, guía de viajes y diario, en sus textos contrastan con fuerza, empero, ciertas marcas ideológicas de época que se sustraen de cualquier anacronismo. A las evaluaciones eurocentristas de la geopolítica y la fascinación por el desarrollo técnico europeo, se suman sus observaciones sobre mujeres no occidentales. No duda en llamar "monstruos marinos" a un "enjambre de negras" que rodean nadando su bote, en las costas de Adén, a las cuales les arrojó, por diversión, "algunas monedas de plata o cobre". En Oriente, asimismo, luego de describir un "mercado de mujeres", en el cual se las exhibía desnudas y sucias, cuenta a modo de anécdota que compró a una de ellas sólo para decirle: "Eres libre". Estas imágenes degradadas contrastan, en la famosacauserie"Catherine Necrassoff", con la figura de una joven rusa, culta y astuta, que logra engañar a un ya sexagenario Mansilla.
Consciente, casi desde un principio, de las preceptivas estéticas de su escritura ("no describir", no escribir "el viaje pintoresco", mantenerse en ese estilo "semicriollo", parecerse siempre a sí mismo, "conversar" y no enseñar), Mansilla ha producido, sin dudas, uno de los capítulos más interesantes de la narrativa de viajes del siglo XIX. Y como sucede con la buena literatura, sigue gravitando en ella, además del talento de una pluma individual, una forma de ver el mundo desde una nación periférica, una sensibilidad decimonónica que celebra el desarrollo del transporte, pero que comienza a asustarse de la velocidad con que el telégrafo se adelanta siempre al cansino viaje de sus cartas hacia Buenos Aires.
El excursionista del planeta
Lucio V. Mansilla
FCE
472 páginas
$ 136
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