Estallidos familiares: con sus libros detonaron enfrentamientos furibundos entre parejas, padres, hermanos
El reciente caso de “El salto de papá” actualiza un mal de larga data: por qué podría ser inconveniente tener un escritor en casa; casos memorables de la literatura confesional
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Ciudad de México- Puede ser de mal augurio tener un escritor en la familia. Tarde o temprano, su existencia trae tempestades.
Acaba de suceder con El salto de papá, libro del periodista Martín Sivak, hijo del banquero que se suicidó en 1990, cuya adaptación cinematográfica generó la desaprobación y el inicio de acciones legales de un hermano del autor (”es una crueldad”, dijo Gabriel) y cuatro primas (”un atropello total”). “Nos resulta obsceno y doloroso tener que pasar por esta situación y por esta exposición pública”, se lee en el comunicado que difundieron Camila, Analía, Malena y María, hijas de Osvaldo Sivak y Marta Oyhanarte.
El que había pensado en dar un salto desde el balcón aquel verano de 1994, en Miami, fue el escritor y periodista Jaime Bayly. “Si publicas esa novela, no nos verás más”, le había dicho su esposa, en Washington DC, donde vivían con su pequeña hija. Se refería a No se lo digas a nadie, el libro con el que el peruano salió del clóset. Que era la vergüenza de la familia, le dijo su padre; que su novela era una basura, la madre; “Tu hija sentirá vergüenza de ser tu hija”, retrucó, cruel, la suegra. Todo este famoso episodio lo recuerda el propio autor en una reciente columna en este diario.
Enseguida viene a la memoria que, en plena pandemia, Emmanuel Carrère tuvo que hacerle frente a un indeseado revés que le volvió de su separación de la periodista Hélène Devynck. Su exesposa procuró que la sentencia de divorcio incluyera una nota según la cual el escritor está obligado a obtener su consentimiento para poder mencionarla en sus obras. Esa precaución fue la causante del retraso de la publicación de su último libro, Yoga, que lo llevó a retirar los capítulos en los que habla de ella y de la hija de ambos. “Durante los años que hemos vivido juntos, Emmanuel podía utilizar mis palabras, mis ideas, entrar en mis duelos, mis penas, mi sexualidad”, declaró Devynck a Vanity Fair. Con el fin del amor, caducó el lucro del patrimonio intangible.
En todo escritor, su moral choca con la de su oficio. Si se despoja de sentimentalismos, la balanza caerá del lado de su arte, al comprender que ningún ardor es verdadero si está atravesado por dobleces. Ya en 1956, el Nobel de Literatura William Faulkner lo explicó a The Paris Review: “El artista es responsable sólo ante su obra. Si es un buen artista, es completamente despiadado. Arroja todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad -todo-, con tal de escribir su libro.
Los principios del autor de Mientras agonizo sobrevuelan la historia de la literatura, llena de escritores que, con sus obras, causaron quiebres en sus relaciones familiares. Simone de Beauvoir creía que “toda familia es un nido de perversiones”. Además de abstenerse de formar una, se ocupó de la suya en Memorias de una joven formal.
De Tolstoi a Kafka, pasando por Thomas Mann, Sylvia Plath o Carrère, pareciera que muchos obtienen algo más que libertad al vulnerar la intimidad de los lazos.
La ropa sucia se lava frente al público
Los tormentos en el seno de las familias han sido la materia más a mano de grandes escritores. Algunos los compiló Colm Tóibín en Nuevas formas de matar a tu madre. Escritores y sus familias (Lumen, 2013). Ahí, entre el ensayo y la narración, el escritor irlandés repasa la jugosa relación familiar de W. B. Yeats con su padre, la paternidad de Thomas Mann o el pesado matrimonio de John Cheever. De Jorge Luis Borges menciona la incomodidad que soportó con el legado literario de su padre. Al parecer, estando enfermo, el padre del autor de “El Aleph” le pidió que reescribiera su novela inédita. Se sugiere que el cuento “El Congreso” puede ser el resultado final de aquella reescritura.
Thomas Mann ocupa más párrafos, con la identidad homosexual de varios de sus integrantes, incluyendo la del propio autor de La montaña mágica y la de sus tres hijos. Además se menciona la tendencia al suicidio en la familia, con las dos hermanas del escritor y dos de sus hijos.
En su trabajo, Mann se interesó más por el incesto de su familia política. La relación de su esposa Katia con su hermano (cuñado del escritor) fue narrada en La sangre de los Walsungs, que publicó pese a los intentos en contrario del suegro del autor.
La tormentosa vida conyugal junto a Sofía fue tema habitual de los diarios de León Tolstói, donde volcaba las flaquezas de su espíritu y los resentimientos que aquellos provocaban en su esposa. Al punto que ella misma decidió escribir su propio diario. Cada nota estaba precedida por una visita furtiva al diario de su famoso esposo, para despacharse con maldiciones. El asedio que se profirió la pareja está contado por William Shirer en Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sofía y León. Ni la muerte del autor de Guerra y Paz consiguió un bálsamo último. Mientras él estaba en la cama agonizante, Sofía solo pudo mirar desde una ventana cómo se apagaba la vida de quien había sido su esposo por casi medio siglo. Fue la máxima cercanía permitida por decisión del escritor, sus hijos y los médicos.
Los peligros de la literatura en casa
Ningún escritor acaso es más peligroso que el confesional o de autoficción. En Reborn: Early Diaries 1947-1963, Susan Sontag ahonda en detalles de su matrimonio fallido y su homosexualidad, así como de las peleas con su madre. En 1950, a un mes de su compromiso con Philip Rieff, anotó: “Me caso con Philip con plena conciencia y con miedo a mi vocación por la autodestrucción”. Su hijo, David Rieff, editor de sus diarios, destacó el rechazo de su madre al trabajo autobiográfico. Pero si todo diario se escribe con la esperanza de su lectura en el futuro, cabe pensar que fue ahí donde Sontag ejecutó su venganza.
En Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin vuelca la personalidad alcohólica de su madre, que ella misma heredó, y la vida errante a la que se entregó, con cuatro matrimonios marcados por las adicciones y el abandono, para construir relatos de ficción de mujeres sobrevivientes, que no consiguen ocultar la fuente de su inspiración, la familia de la autora.
Sylvia Plath, pionera de la poesía confesional y primera ganadora a título póstumo de un premio Pulitzer, dedicó sus últimos años a escribir poemas donde expresaba la ansiedad y confusión que la acompañaron desde su primera internación e intento de suicidio, a los veinte años. Los alternó con la escritura de diarios. Algunos críticos señalaron a su exesposo Ted Hughes por destruir el último de ellos, donde se refería a la vida juntos. Al año siguiente a su divorcio, Plath se suicidó por asfixia con gas. Su esposo quedó como editor de sus textos.
Devoción por la historia
A diferencia del periodista, que se debe a la verdad de los hechos, el escritor se entrega a una mentira: su ficción y la de sus personajes, aunque ello suponga una traición a las personas que inspiraron esa historia.
El padre de la non fiction novel, Truman Capote, lo dejó claro en 1975 al publicar en la revista Esquire un adelanto del primer relato de Plegarias atendidas, “La Côte Basque”, donde expuso los chismes del jet set y la farándula con la que se codeaba (ya se había despachado sobre el abandono y el alcoholismo de su madre y de la errática relación con su padre). Con aquellas infidencias, Capote dejó de ser el golden boy mimado por las celebridades. Solo y repudiado, entregado al alcohol, el autor de A Sangre Fría se suicidó nueve años más tarde. Antes, ensayó una modesta defensa: “Todo lo que tiene el escritor para trabajar es el material que ha reunido como resultado de su propio esfuerzo y de sus observaciones. Se podrá condenar su uso, pero no negárselo”.
En Kafka, su vida puede resumirse a su lucha contra todo lo que pudiera interponerse a su escritura: la familia y sus derivados. En 1914, cinco años antes de Carta al padre, donde acusa a su progenitor de conducta abusiva, en sus Diarios anotó: “Ahora recibo la paga de la soledad. Por lo demás, no es exactamente una paga; la soledad reporta castigos (…). Escribiré a pesar de todo, indefectiblemente; es mi lucha por la supervivencia”. La confesión sugiere una suerte de sosiego inesperado, del que Tolstoi avisó mucho antes: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”.
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