Estafa millonaria: de Rey de los Manuscritos a Bernie Madoff francés
Por una carta de Frida Kahlo, firmada y besada dos veces con labial rojo, se pagaron poco más de 8800 dólares. Una hoja con cálculos garabateados por Isaac Newton se vendió por unos 21.000 dólares, y el manuscrito de un discurso de John F. Kennedy de 1953 se fue por 10.000 dólares.
"¡Vendido!", repetía una y otra vez el subastador canoso, mientras iba adjudicando los 200 artículos del lote sacados a la venta por la casa de subastas Drouot de París a mediados de noviembre. En su conjunto, el lote recaudó 4,2 millones de dólares, cifra que podía considerarse un triunfo.
Pero la venta fue en realidad un fiasco, o más precisamente una parte de un fiasco en curso. Todos esos artículos provenían de la ahora desaparecida empresa Aristophil, que a partir de 2002 amasó una de las mayores colecciones de libro raros, autógrafos y manuscritos de la historia, con un total de más de 136.000 piezas.
Esa fiebre de compras convirtió en una celebridad al presidente y fundador de Aristophil, un robusto francés de 71 años llamado Gérard Lhéritier. El empresario abrió el lujoso Museo de Cartas y Manuscritos en un exclusivo barrio de París y se rodeó de grandes luminarias francesas, como expresidentes, escritores y periodistas que lo coronaron el Rey de los Manuscritos.
Pero hoy se lo conoce mayormente por un apelativo mucho menos halagador: el Bernie Madoff de Francia.
Hace seis años, las autoridades francesas clausuraron Aristophil y arrestaron a Lhéritier por fraude. Lo acusaron de orquestar el equivalente a una estafa piramidal tipo Ponzi, pero para intelectuales. A medida que iba comprando todos esos documentos y manuscritos históricos, Lhéritier los hacia valuar, dividía su supuesto putativo en acciones, y las vendía como si fuesen acciones de una corporación. Esas acciones fueron adquiridas por unas 18.000 personas, muchos de ellos ancianos y de modestos recursos, que en total invirtieron alrededor de 1000 millones de dólares.
Tener acciones de un manuscrito del Marqués de Sade o de una carta escrita por Gandhi parecía ser irresistible, en gran medida porque supuestamente el valor de esas acciones iba a aumentar. La redacción de los contratos de Aristophil dejaba en los inversores la clara sensación de que después de cinco años la empresa recompraría esas acciones por al menos un 40 por ciento más que su valor original. Los abogados de Lhéritier dicen que los contratos en ningún momento prometen eso.
El problema llegó cuando algunos inversores quisieron vender sus acciones para recuperar su inversión y descubrieron que Aristophil no pagaba. En 2014, sus denuncias, sumadas a un creciente número de notas y artículos escépticos en los medios de prensa franceses, alentaron una investigación policial cuya conclusión fue que Aristophil solo se sostenía por el flujo constante de nuevos inversores, y que por lo tanto el destino de la empresa estaba echado.
La Justicia francesa incautó la totalidad de la colección y contrató a una firma para catalogar y vender sus 136.000 artículos, un proceso que llevará años y cientos de subastas, como la de noviembre. La idea es devolverles a los inversores la mayor cantidad de dinero posible, lo que proyectando lo obtenido en las más de 20 subastas ya realizadas tal vez ronde los 10 centavos por cada dólar invertido.
El problema no es la autenticidad: todos los artículos de la colección son genuinos, y muchos de ellos son altamente codiciados. El tema, según las autoridades, es que con ayuda de expertos dóciles y manejables, Lhéritier infló groseramente el valor de esos objetos antes de vender acciones sobre ellos. Un conjunto de documentos de Albert Einstein comprado en 2002 en una subasta de Christie's por 560.000 dólares, por ejemplo, fue dividido en acciones por un total de 13 millones de dólares.
De Voltaire a Al Capone
"Nos engañó", dice Jean-Marie Leconte, un jubilado que invirtió unos 260.000 dólares en acciones de cartas de Baudelaire, Charles de Gaulle y otros. "Hay gente que perdió todo el dinero de su fondo de retiro y tuvo que vender su casa", dice Leconte. Al parecer, también hubo al menos un caso de suicidio.
Pero otras víctimas de la estafa están furiosas con el gobierno francés por haber intervenido. Al fin y al cabo, Aristophil era solvente, ¿por qué cerrarla? ¿Y cómo no esperar resultados desastrosos en las subastas, con más de 100.000 artículos listos para inundar el mercado?
El propio Lhéritier se hace eco de la misma indignación. Actualmente en libertad tras pagar una fianza de 2,1 millones de dólares, el empresario predijo en diciembre, durante una entrevista de tres horas en su hogar cerca de Niza, que muy pronto será reivindicado.
"El gobierno se dará cuenta de su gravísimo error", dijo Lhéritier, con una mezcla de indignación y picardía. "Espero que en los próximos años, mis 18.000 inversores entablen una demanda colectiva contra el gobierno para exigir un resarcimiento. Y yo estaré feliz de ayudarlos".
De más está decir que el Affaire Aristophil es el más francés de todos los escándalos financieros. Francia tiene un amor reverencial por los escritores y sus libros, tiene uno de los archivos nacionales más grandes del mundo, y cuesta imaginar en qué otro lugar del mundo podría desatarse un frenesí colectivo por las cartas personales de Voltaire o una partitura autografiada de Mozart.
El inventario de Aristophil sugiere la presencia de un acaparador con buen gusto: hay cartas de Fidel Castro, Abraham Lincoln y Charles Dickens, primeras ediciones de Charles Darwin, Jack Kerouac y Honoré de Balzac, y bocetos de Salvador Dalí, Andy Warhol y Federico Fellini, y hasta una partitura musical compuesta por Al Capone durante su estadía en la prisión de Alcatraz.
Según estimaciones, Aristophil llegó a concentrar el 5% del mercado global de libros raros y manuscritos.
Mientras tanto, las subastas de la colección de Aristophil siguen a paso acelerado, y ya hay ocho planeadas para el año en curso. Y allí donde los expertos anticipan precios muy alicaídos para los artículos, otros ven una gran oportunidad, y se alzan con tesoros en medio del naufragio.
"No me parece demasiado caro", dijo muy satisfecho Jean-Claude Vrain tras pagar 400.000 dólares por el ejemplar de Madame Bovary que Flaubert le dedicó especialmente a Victor Hugo.
Traducción Jaime Arrambide