Estado de asombro
El nuevo libro de Diana Bellessi repara en la conciencia de la finitud y celebra el mundo por medio de versos en que el paisaje es mucho más que las formas que lo componen
En Pasos de baile, su libro más reciente, Diana Bellessi ensaya a un tiempo dos movimientos: uno acompaña la conciencia de la propia finitud, el otro señala la dicha, la persistencia del canto que celebra el mundo tal cual es. Desde el primer poema, que lleva el mismo título que el libro, la muerte acecha. "Hoy la muerte se hizo presente/ de un modo nuevo, no en las cosas/ sino en mí, cuerpo y mente ya lo saben/ aunque yo no lo sé", escribe la poeta, como quien anuncia un comienzo, un cambio de estación, a la vez que muestra la escisión que habita en todo ser, ese hiato entre mente y cuerpo, que son uno y lo mismo, y el ego, el yo múltiple que se despliega una y otra vez con sus máscaras. En otro poema, "Un mundo frente a otro", es puesta en escena la vejez: "En este tiempo extraño/ donde la vejez tocó/ a la puerta y siempre/ sus fauces te toman/ del cogote por sorpresa". En esa vigilia, "frente a la vida que pronto/ se nos va yendo", es donde Bellessi se sitúa para volver a mirar lo ya visto tantas veces y aun así, reconocerse en estado de asombro ("Donde todo vuelve a ser y es primicia/ si miramos bien, corazón valiente,/ la promesa que nos da el segundo/ todavía previo a la muerte").
La vasta obra de Diana Bellessi (Zavalla, provincia de Santa Fe, 1946) pertenece ya a la tradición de la poesía argentina. Una voz reconocible -en sus modulaciones, en el uso delicado del diminutivo, en las cadencias murmuradas del habla- continúa en este libro su diálogo hechizado con el mundo. Allí, la naturaleza es presencia real, experiencia estética de la contemplación unida a una ética que suprime la dualidad que divide aquello que es mirado del ojo que ve. El punto de mira fijo es abolido y en su lugar surge una visión que anhela la totalidad, la realidad captada sin la separación que le imponen las categorías de la nominación. La noche no está escindida del día, forman, ambos, una trama común, se funden en el momento del cambio de la luz, en los pliegues de luz que modifican levemente, con lentitud, los estados de gracia de la observación, restituyendo al mundo su unidad: "es tan bello todo/ que al mirarlo/ cuesta respirar si no se larga/ la bocanada amplia de un ah?" .
Por momentos, la escritura alcanza la apariencia del registro documental. Como una pintora de caballete, Bellessi toma nota, hace bocetos de lo que tiene frente a los ojos, se limita a describir lo que ve. "Encantamiento", "Las horas", "Lo que vemos" funcionan en ese sentido. El río de fondo, la cresta de unos árboles, un pájaro que cruza sobre el cuadro; el naranja virando al rojo, el paso de la interisleña, los amigos, el incendio de sol: cada elemento dispuesto sobre el poema rinde cuenta de su existencia objetiva, a la vez que señala su pertenencia a una realidad que lo contiene. La poeta trabaja sobre el color, sobre las variaciones cromáticas que el paisaje le ofrece al paso de las horas, y crea con sus versos "una acuarela móvil", como diría Francisco Madariaga. Otros poemas reflejan, desde la calma misma de una descripción, el efecto que lo visto produce en ella. El impulso lírico crece en la voz de Bellessi, que da paso a la emoción: "y es de belleza nomás que lloro/ por volver a casa en la desnudez/ preñada de agosto bajo las nubes/ blancas de los ciruelos/ y primicias del verde en filigrana/ que aún cobijan las altas/ y finas ramas de los árboles".
La emoción lírica registra un momento de gran intensidad en dos poemas dedicados a su perra. El extravío y regreso de Talita expresan, como en una plegaria, una forma del amor, el dolor por la pérdida. Las palabras se elevan como una oración desgarrada ("La casa está vacía y yo, una bolsa vieja que se llena/ con mis lágrimas, Talita Kumi, que escapaste al monte"), para concluir luego en una jaculatoria gozosa: "Río y no me salen las palabras frente a vos,/ Talita Kumi,/ las patas embarradas y sangre en las orejas/ estás de vuelta/ en casa". El tono celebrante, la invocación a lo sagrado como experiencia inmanente por los dones de la tierra aparecen también en poemas como "Solidago: vara de oro", "Reconozco su tedio", "Una bailarina en el escenario del mundo", y especialmente en "Perdidos en el Dharma". Allí también el paisaje es mucho más que el catálogo de las especies y formas que lo componen, y Bellessi presenta la manifestación de lo sagrado -que recorre por cierto la totalidad de su obra- como lo que es, una relación entre el mundo objetivo y el sujeto a través del esplendor de la lengua, en virtud de la cual la invocación a Shiva, al Ganges, a la India, lejos de ser una referencia cultural, es materia viva que atraviesa el tiempo y el espacio para confluir "en la escollera/ del río Paraná" .
Como Juan L. Ortiz, como Francisco Madariaga, Diana Bellessi ya tiene ganada su porción de río en nuestra poesía. Para sus lectores consecuentes, el paisaje silvestre de las islas del Tigre es territorio familiar. Como en las de Ortiz y Madariaga, también en su obra se desmiente la idea de monotonía. La pasión por el detalle hace que el paisaje se ofrezca cada vez como un infinito de posibilidades donde poner los ojos. Pasos de baile transcurre íntegramente en ese ámbito, y sin embargo, cada poema renueva la mirada del lector gracias a la mirada renovada -extasiada- de la poeta.
Pasos de baile
Por Diana Bellessi
Adriana Hidalgo
88 páginas
$ 138