España regresa con repertorio ecléctico
En una alquimia inédita, arquitectura y literatura se asocian para instalar una retrovanguardia cuyo ejemplo cumbre es Enrique Larreta con La Gloria de don Ramiro y su casa museo en el barrio de Belgrano. El estilo neocolonial que se difunde en Buenos Aires es un mezcla de mudéjar, renacimiento, barroco y plateresco sui generis
Dentro de las euforias ecuménicas del Centenario que celebraron tanto la independencia como el progreso nacional, la vieja Madre Patria reaparece en escena y se la reivindica como fuente de identidad. Buenos Aires es la ciudad de habla hispana -oficial- más grande del mundo; la Infanta Isabel -¡una integrante de la familia real por primera vez en América!- encabeza la representación peninsular; y los pabellones de España -una Plaza Mayor de estilo Sezession diseñada por Julián García Nuñez- son los más importantes que levanta cualquier Estado extranjero en la Exposición Internacional. Al mismo tiempo algunos miembros de la elite cultural argentina como Ricardo Rojas, Enrique Larreta, Manuel Gálvez o Leopoldo Lugones comienzan a mirar querenciosa y románticamente a la antigua España y sus dominios. Pero se fijan en su pasado esplendoroso, el del Siglo de Oro. Y lo hacen con lentes francesas, en sintonía con la actitud contemporánea de la intelectualidad gala encarnada en Maurice Barrès o Charles Maurras. Asimismo, el desbordante "Centenario" y los excesos de su cosmopolitismo incontrolable promueven un rétour á l'ordre argentino basado en la introspección continental. El clima político con un ascendente radicalismo, sustentado en el "krausismo" español y próximo a llegar al poder, contribuye a definir el zeitgeist . Será el período que retratan en un extremo Blasco Ibáñez con su álbum Argentina y sus grandezas y en el otro Ortega y Gasset con su frase "Argentinos, a las cosas"
Dentro de una alquimia inédita, la literatura se asociará a la arquitectura para declamar una "retrovanguardia". Así Larreta y Rojas publicarán La Gloria de Don Ramiro y La restauración nacionalista , respectivamente, en tiempos de revueltas radicales y luego, una vez llegado Yrigoyen a la presidencia, construirán sus casas hispánicas en Belgrano y Palermo, entre mansiones francesas, villas italianas y chalets ingleses. Los otros dos paladines del expresionismo hispanoamericano serán los arquitectos-escritores Martín Noel y Ángel Guido. El primero se formó en Francia, y luego de visitar España, Bolivia y Perú, donde pareció encontrar las esencias de la arquitectura colonial, emprendió una campaña de difusión, en la teoría y en la práctica, de lo que llamaba "estética de la tradición" de lo hispanoamericano como fusión de la cultura nativa con la española. El segundo combinará hispanidad e indigenismo en sus libros y en sus obras encarnando la síntesis que pregonaba Rojas en Eurindia .
Ya en la década de 1920 el "estilo neocolonial" se difunde por toda la Argentina como un conglomerado ecléctico de repertorios inspirados en el plateresco, el mudéjar, el renacimiento y el barroco tomados de diversas regiones y modelos de España y de Sudamérica. Rara vez aparecen aportes o iconografía precolombinos que, en general, se modernizan al adquirir tintes art déco , el estilo que rivalizará con el neocolonial en el menú arquitectónico a partir de 1925. Las formas hispanas y coloniales se aplicarán a edificios públicos y privados de matriz academicista, donde el juego de masas y espacios se compone a partir de ejes, simetrías y proporciones. Aparecen entonces las obras monumentales como el Teatro Cervantes, ese santuario del drama y la comedia "amadrinado" por María Guerrero y diseñado por Aranda y Repetto. A la manera de un "templo votivo", se realizó una "cruzada" que llevó a distintas regiones de España a ofrendar diversos materiales, componentes y equipamiento para construir y decorar este coliseo que emula en sus fachadas a la Universidad de Alcalá de Henares.
En otros casos surgen palacios para las finanzas como el antiguo Banco de Boston, proyectado por arquitectos ingleses y norteamericanos que al mismo tiempo que diseñaban la sede de la Reserva Federal Estadounidense en Nueva York en estilo renacimiento florentino, en Sudamérica, recreaban el plateresco español en una proa de la Diagonal Norte.
Otros grandes edificios quedaron en el papel, particularmente anteproyectos para concursos, como varias propuestas para el Concejo Deliberante o la casa central del Banco Hipotecario, que finalmente tuvo sus sucursales "neohispánicas" en Córdoba o Mendoza. En la arquitectura oficial el neocolonial fue utilizado en varias escuelas del Consejo Nacional de Educación diseñadas por el arquitecto Gelly y Cantilo. Y también tiñó los planes urbanísticos de la Comisión de Estética Edilicia creada por el Intendente Carlos Noel durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear. Allí se preveían escenografías urbanas con frentes de edificios públicos y privados monumentales con torres como giraldas, cúpulas como cimborrios y pórticos como arcos triunfales. El embellecimiento citadino se completaba con parques y paseos diseñados por el paisajista Jean-Claude Nicholas Forestier, un francés adicto a los hispanismos que influyó en el trazado de Costanera Norte y Sur.
La infraestructura tampoco se salva de la oleada neocolonial que impregna obras como el puente Uriburu sobre el Riachuelo, donde el enorme aparejo levadizo de acero provisto por la empresa alemana Gutehoffnungshütte Oberhausen A. G. se apoya en monumentales "postas" barrocas sobre ambas orillas del Riachuelo. Es que en los años 30 en Buenos Aires, como en la época de los Austrias, España y Alemania se reunifican... bajo tierra.
Es la década en que se construyen las líneas C y D de subterráneos, obras a cargo de la empresa Chadopyf -con sede en Madrid pero de capitales germanos- realizadas por empresas alemanas expertas en estructuras de hormigón armado. El resultado fueron literales "túneles del tiempo" donde laberintos de bóvedas blancas con pisos y escaleras de cerámicas rojas, grandes zócalos de mayólica y murales de azulejos con vistas de importantes ciudades de España y escenas de la Argentina virreinal, hacían creer a los transeúntes que las bases de la nacionalidad podían combinar tradición y modernidad en el subsuelo porteño.
Justamente en la misma "década infame", el neocolonial se "acriollará". Como en el caso de la literatura con Güiraldes, la arquitectura se convertirá en una emulación del neoclasicismo casi abstracto de la arquitectura pampeana. Ya no será un estilo sino una actitud de diseño que buscará exaltar las virtudes camperas al sublimar la austeridad de manera monumental. Una inasible grandeur nacional que cultivarán en dos extremos tanto Bustillo en su Banco Nación como Prebisch en su cine Gran Rex.
Más allá de las desmesuras intelectuales o sentimentales, el neocolonial, desde su irrupción, construirá su refugio en la arquitectura doméstica. Por todo el país se levantaron a partir de la década de 1920, y por muchas décadas, "casas-escarapela": muros blancos, molduras y ornamentos barrocos de color ocre, rejas y adornos de hierro forjado, pisos de baldosas y techos de tejas rojas aplicados sobre petits-hôtels , villas o castillejos. Antes, por el Centenario, lo hispano apareció en el estilo neovasco de grandes casas playeras y serranas. En los años treinta baja de Norteamérica con el "californiano". Y todo este telurismo español internacional se resume en el prototipo del chalet peronista que también se agiganta para albergar hospitales, asilos y escuelas. Pero no acaba allí. Alrededor de 1960 este expresionismo se reinventa para transformarse en el " casablanquismo" arcaizante y brutalista que no toma como referencia palacios o catedrales sino capillas de adobe del noroeste argentino. Así pasa a ser el verdadero folklore arquitectónico, siempre vigente, como la música popular argentina.
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