Escudero, el buscador de oro
Autenticidad y humanidad son los rasgos que sobresalen en la obra de este poeta sanjuanino, escrita con un lenguaje vivo y de raíz popular; nacido en 1920, publica desde hace relativamente poco tiempo: toda su vida trabajó de minero
El 22 de noviembre pasado tuvo lugar en la Casa de San Juan un acto de homenaje al poeta Jorge Leónidas Escudero. Homenaje, y también desagravio, por esa sosa y desabrida segunda mención con que el jurado del último Premio Nacional de Poesía gratificó al fantástico nonagenario. Un premio consuelo que a él mismo, con su desasimiento habitual, no le importó gran cosa, pero que a sus fanáticos admiradores, entre los que me cuento, nos provocó un ataque de santa indignación: ¿cómo es posible ignorar a este Juanele sanjuanino y, ya que se lo recuerda y destaca, cómo es posible no otorgarle un primer premio en agradecimiento por su voz, única, honda, simple, maliciosa, inconfundible?
El descubrimiento de don Jorge Leónidas se lo debemos a Javier Cófreces, creador de Ediciones en Danza, un corajudo editor de poesía (pleonasmo: el que publica poesía siempre es un héroe) que, después de habernos dado a conocer, a partir de 2001, varios libros de este asombroso autor, se ha lanzado a la aventura de editar su Poesía Completa : casi 800 páginas de poemas cuya extrañeza está en la sencillez. Habituados a paladear sabores difíciles, esa autenticidad -una palabra tan socorrida como insustituible- hace que nos pellizquemos de estupor, como si rescatáramos algo que creímos perdido, relacionado con otra palabra no menos socorrida ni olvidada: la palabra "humano".
Jorge Leónidas Escudero escribe desde siempre pero publica desde hace poco. Antes no tuvo tiempo porque creía ser un buscador de oro. En efecto, lo era: un minero empecinado que consagró su vida entera a la busca de la veta escondida en la entraña del cerro. Sin embargo, cada línea de cada uno de sus poemas lo recalca: esas andanzas mineras tienen que ver con otro oro, cuyo valor no está en la calidad del metal sino en el acto de rastrear. Es claro que encontrarlo, palparlo y atesorarlo sería muy de desear. Pero más allá del hallazgo, lo importante es la búsqueda. Cuando después de años de haber andado rastreando ese filón esquivo, Escudero vuelve a casa con las manos vacías, su mujer le grita, en el poema : "¿Y? ¿Estamos como siempre?", él le contesta: "Silencio, hemos tenido años de esperanza".
Desde los primeros poemas hasta los últimos, Escudero reitera lo mismo sin repetirse nunca, lo cual significa que ha sabido trazar una línea coherente pero encontrando, cada vez, una imagen fresca, hecha de palabras con olor a menta y peperina. Es que Escudero no escribe en castellano sino en sanjuanino, respetando la lengua tal como se la oye y no como se le ordena ser: "no siai sonso", "pantasma", "gual", "redepente", "estoy en allá", "leees digo", "no se te haga el campo régano", "loj ojos", "i visto", "desos", "nestos", "toy sustao", "on las barrancas", "cariciarte", "esto ha sio ce mucho". En este idioma vivo y lleno de guiños, Escudero extrae de su veta interior poemas que son cuentos, en general dirigidos a algún otro viejo minero tan empecinado como él, alguien a quien hablarle bajito, en el bar, rozándolo con el codo, ante ese vaso de vino que aviva el recuerdo de la montaña y sus tesoros, aun más resplandecientes si nunca hallados.
Entre paréntesis, decir que "ha sabido" trazar una línea, y que "ha encontrado" imágenes, implica, en cierto modo, no conocerlo. Escudero es un buscador de oro pero no de poemas. Si el oro le mezquina su brillo, éstos se le presentan por sí solos cuando ellos quieren. Él mismo lo confiesa, con su simplicidad de siempre, en un poema memorable, "La creatividad", que quizás a Breton con su teoría del "dictado" y de la escritura automática le habría interesado (aunque cabe preguntarse si el cabecilla surrealista tuvo la suficiente fineza para admirar lo dicho con sencillez):
Viene de antes que vos y sorpresivamente
a veces te habla
A veces se te asienta
el pájaro famoso de la inspiración
y otras un sapo intuitivo
salta en tu pecho y caza hermosa mariposa
Creíste ser el creador de eso
cuando era el otro
el que está escondido siglos y siglos atrás
y te habló porque estabas propicio a escucharlo.
Volviendo a la esperanza considerada como el mejor tesoro, esta poesía de aire modestito, escrita en sanjuanino y en lengua de entrecasa, o de entreestaño, configura una gigantesca obra filosófica en la que todo ser humano capaz de formularse las verdaderas preguntas podrá reconocerse. ¿Acaso nuestro destino común no es correr detrás de lo deseado y terminar comprendiendo -suponiendo que lo comprendamos- que lo deseado era el deseo libre de toda meta y despojado de todo fin, vale decir, el deseo mismo?
Es claro que comprenderlo y, en consecuencia, aceptarlo, no evita la tristeza. Ni la nostalgia. Cuando el buscador de quién sabe qué resplandores se volvió un oscuro oficinista que trabajaba con "papeles y maquinitas", la juventud minera se le confundió con la montaña en una sola y misma añoranza. Fue así como Escudero se convirtió en "el desaparecido de allá", aquel cuya ausencia del único lugar posible, la montaña, le impide "sentirse en él", aquel que vive entre "pantasmas", viendo volar a cóndores que hace rato dejaron de planear allá arriba, oyendo a perros que ya no ladran y hablando con criaturas transparentes que alguna vez han sido, por esos cerros, sus compañeros de ilusión.
Pero como la memoria también es un rastreo, también ella hace "que lo soñado enjoye el desconsuelo habitual". Lejos de sus piedras, el poeta vive rememorándolas como si todas contuvieran riquezas; búsqueda, remembranza y recreación que lo llevan a afirmar, a reafirmar, tozudo y empacado como la propia mula de sus viejas andanzas: "estoy en la frontera del gran país/ porque de estar está".
El gran país, entonces (o "tonce"), es ese que sólo está al alcance de "los que no han visto y han creído", ése del que el lector atento y avisado podrá encontrar las señas en estos otros versos que se cortan, con elegancia criolla, en el momento justo: "el oro, que no es oro, puede ser/ reflejo de horizontes luminosos,/ país donde, en uno mismo". Así titula Escudero su poema, "Rumbo al país donde", insistiendo en la idea como para que nadie piense que no es por falta de tinta ni de resuello que se ha quedado corto.
¿El país donde qué? Don Jorge Leónidas menciona algunas veces "el Todo" o "el absoluto" pero de pasadita, por suerte, con una levedad pudorosa muy de él. Sin embargo, el solo hecho de que el oro sea apenas un pretexto para la búsqueda nos trae ciertos ecos de san Juan de la Cruz, que más que nombrar a un Dios presente sugería su huella; un Dios fugitivo, ágil y veloz como un ciervo, del que sólo se sabía por "las gracias derramadas" a su paso, antes de huir.
Tres poemas del libro de Escudero titulado Caza nocturna recuerdan poderosamente las imágenes del poeta místico. Allí donde san Juan murmura "volé tan alto, tan alto/ que le di a la caza alcance", sin aclararnos nunca de qué vuelo se trata, ni de qué presa, Jorge Leónidas Escudero susurra : "¿Cómo hago para dar el salto?/ ¿Pero de qué salto estoy hablando?", o "Sí, porque hay oscuridades muy oscuras/ y hay que respetarlas", o "porque lo que esperás es un relámpago/ de futuro que cuando lo has visto/ desapareció, se ha hecho recuerdo", o "les digo, ese fenómeno/ es un esquivo animal que sólo se caza/ cuando la flecha se dispara sola".
Resultaría apasionante dibujar el paisaje de la Argentina a través de un puñado de poetas mal llamados "regionales". Al espinillo de Juan L. Ortiz, que transparenta entre sus agujitas lo celeste del cielo, o al "río dorado oscuro y caliente" de Francisco Madariaga, debemos añadir imperativamente otros lugares donde la "piedra enrumorada de caldenes" del poeta pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz (otro Ortiz que tampoco, por desgracia, es mi pariente, al menos por ninguna otra rama que no sea la poética) se hermana con "las cumbres donde los guanacos/ cruzan cogote con las nubes" de don Jorge Leónidas. Un mapa de paisajes escritos del que apenas conocemos algunas costas, algunos relieves, lleno de rincones ocultos que sólo viajeros desinteresados como este no menos empecinado editor de poesía nos hacen descubrir.
Edgar Bayley decía que la poesía está salvada porque nadie gana plata con ella, lo que le permite mantenerse pura e incontaminada. A condición de que alguien se tome la molestia de sacarla a la luz. Si no, para expresarlo con la curiosa formulación de nuestro poeta sanjuanino, "nadie le ha una flor ponerle nunca". Esta nota es una humilde tentativa de a Jorge Leónidas Escudero una flor ponerle que como pocos, a mi entender, merece.
Palabras tendidas
Frente a un rancho que tengo donde el diablo
dicen que perdió el poncho
pongo estos versos colgados en un alambre.
Es a ver si pasa algún caminante
y al verlos como ropa al viento puede
que no se le dé un pito o
salude agitando una mano como
si hubiera encontrado algo suyo.
Es mostrar intimidades,
ropa de andar dentro de mí,
palabras que se me vienen a la boca
y al no encontrar bien cómo decirlas
nomás las cuelgo afuera.
Mejor dicho se trata de saludar,
enviar saludos a quien acierte
pasar frente a esto y diga sí,
ahí está colgado lo mismo que yo quería decir.
Maullido
Maullaba un gato ayer, hablaba
con voz ronca, pedía
presencia de gata.
Tonces mi hija Rosi dijo ahí,
ahí ronda otra vez ese gato dañino
que se mea en las plantas del jardín.
Sí, dije, lo oigo, anda
como dolorido y no voy a correrlo.
Dejalo hija dejalo, respetémoslo,
yo también anteayer de los antiayeres
vociferé al compás de una guitarra
en busca de la que fue tu mamá.
Jugadores
Este era un señor que fue al casino
por un whisky o dos, mirar mujeres,
jugar nunca, expresó;
pero a modo de broma ya está,
puso una ficha al 5 y se le dio
desgraciadamente.
De ahí para adelante
es la historia de siempre.
Hasta abunda tanto el desengaño
que una noche fatal
el numerito aquel se le negó
muchísimas veces.
Entonces ha salido apurado a la calle,
seco de solemnidad,
y dirigiéndose al parque elige un árbol,
prefiere no sé qué rama y fallece.
Sin duda que al árbol
se le desprendió una lágrima;
pero allá en el casino,
cuando se enteraron,
a nadie se le movió una hoja.
El vino triste
Agazapada casa m’está sperando
en que vuelva a allá y voy ya voy
digo pero no voy sino me hundo
cada vez más en este bar.
(Tráigame lo de siempre.)
Casa qu’en preguntarme insiste.
No sé respondo sólo hice allá
un adiós como decir tal vez, no sé.
¿Y qué pretendo aquí?
¿Salvarme del pasado cerme el sordo?
Late
la casa y acecha a ver qué hago.
Sí, debo tener cuidado, hoy
estaba entre los aburridos aquí
y de repente hice un ademán así
como a tomar el ómnibus de vuelta a, y
lastimosamente derramé el vaso de vino.
Avergonzado
salí a la calle para como siempre
seguir quedándome.
Soy el desaparecido de allá.
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