Escuchar FM puede ser un pasaje al futuro
La mejor manera de viajar al futuro es en auto. Y hay un momento en la vida en el que gran parte del vínculo parental se desarrolla en forma de kilómetros libres. Son horarios absurdos de llevar y traer niños propios y ajenos, escuchando de manera simultánea conversaciones preadolescentes que se mezclan con la fritura de la radio AM que ecualiza tanto léxico incomprensible que proviene de la parte de atrás del auto. Intento armonizar las leyes de tránsito, con la velocidad justa para que puedan cazar sus pokemones, pero no llegar tarde ni tampoco muy temprano a la fiesta, evento deportivo o alguno de los tantos compromisos que abundan en la agenda infanto juvenil.
La radio AM es muy importante para el adulto, porque es un escudo protector para evitar cualquier comentario que pueda avergonzar a quienes están en el mismo cubículo. Yo escuchaba a un fisiatra especialista en rehabilitación de pacientes con ACV. Comentaba acerca de las virtudes de nuestra plasticidad neuronal. El conductor le preguntó si todos teníamos el mismo pronóstico de recuperación y el fisiatra aseguró que eso dependía del tipo que vida que hubiéramos tenido. En ese momento una mano infantil emergió del sector del auto futuro y cambió auna FM.
El locutor, sin fritura alguna y con grandilocuencia, anunciaba el primer corte, del segundo disco, de la tercer temporada de un cantante que tenía, creo, dos nombres y apellido, o viceversa. Los niños siguieron inmediatamente la canción y yo traté de entender qué hacía esa canción tan importante para ellos.
Sicronicé con sus oídos y traté de entender qué era lo que se escuchaba ahora. Intenté traducir alguno de los temas musicales. Mis hijos me explicaron que las letras estaban intervenidas. "¿Qué tipo de intervención?", pregunté.
Al llegar al estribillo, los niños cantaron algo así como "me tomé un avión en Ibiza, y me gasté un millón de dólares en zapatos y chicas". ¿Cual era la intervención? Volvió el estribillo y cantaron lo mismo, remplazando "avión", por "píldora". Parece que el artista en cuestión se refería a alguna droga. Los niños lo tenían claro, pero la radio, cuidando el desarrollo moral de mis hijos, cambió plane por pill. Seguí escuchando y descubrí con ellos las diferentes intervenciones que había practicado la emisora. Empecé a dudar de si se trataba de un hecho de censura o de una nueva modalidad de consumo cultural. Los niños cazaban pokemones, escuchaban la versión blanca de la radio, pero consumían la versión más oscura del artista que se gastó todo el dinero de derechos de autor en drogas y comprando amigas.
Llegamos al evento en cuestión y esperé solo en el auto, en doble fila, hasta que los preadolescentes volvieran. Volví a la AM. El fisiatra seguía allí respondiendo preguntas. Llamé a la radio para que le preguntaran, en caso de un ACV, quién tendría mayor plasticidad neuronal y posibilidades de recuperación, si el DJ original, el que intervino la canción o quienes tratamos de contar cada tanto una historia con el afán de que cada palabra elegida llege incólume a destino. No pude comunicarme: el conmutador de la radio estaba colapsado.
El autor es cineasta