"Escribo para no estar huérfano"
El escritor argentino Andrés Neuman, ganador del Premio Alfaguara por El viajero del siglo, dialogó con lanacion.com sobre la sensación de continuo desarraigo y la necesidad de recrearse una familia a través de sus personajes
Desde un sexto piso, Andrés Neuman contempla la bruma sobre Puerto Madero. A lo lejos, una extraña torre que se recorta contra el río le llama la atención. Bien podría ser una postal de la misteriosa Wandernburgo, la ciudad ficticia donde transcurre El viajero del siglo, su última novela, ganadora del premio Alfaguara.
El paisaje también despierta recuerdos. Se entusiasma al darse cuenta que, cerca de allí, había un campo de deportes al que iba antes de emigrar a España, cuando tenía 14 años. No se trata de una época muy remota. Neuman todavía es muy joven. Con 32 años, lleva escritas cuatro novelas, tres libros de cuentos y muchos más de poesía. "No se preocupen, que ya envejeceré", bromea sobre ese mote que no falta en ninguna de sus entrevistas. Su acento está desorientado, a mitad de camino entre el castizo y el porteño.
"Cuando leo los diarios, contemplo España como argentino y a la Argentina como español; cada vez me pasa más que no puedo evitar mirar una orilla desde la enfrente", asegura.
-¿Cuándo descubriste tu vocación de escritor?
-Temprano. No lo encaraba como una profesión ni pensé que sería mi trabajo. Uno de los primeros síntomas fue mentir por placer, de muy chico ya era un plagiario en potencia. Me gustaba cambiar el final de lo que leía si no me convencía o le contaba a mi mamá cosas que no habían sucedido. Luego empecé a escribir cuentitos, canciones y novelas del estilo de Elige tu propia aventura .
-¿Cómo se siente ser reconocido con un premio?
-Es raro. Me siento afortunado y feliz pero para un escritor cuando el libro se publica en cierta forma muere. Probablemente resucite para los lectores, pero el escritor recibe un reconocimiento por algo que ya no le sirve. Uno habla de la historia anterior y lo que tiene en la cabeza es la siguiente. Yo le propondría a las editoriales hacer promociones de los libros que estamos por escribir, eso sería psicológicamente más saludable (se ríe).
-¿Cuál es la siguiente historia?
-Creo que las ganas de contar tienen algo sagrado, como una especie de llama que se va consumiendo si uno la disemina por ahí. Entonces no acostumbro a contar por el temor a que la urgencia por narrar esa historia desaparezca.
-¿Qué rol juega lo autobiográfico en tu obra, por ejemplo en Una vez Argentina ?
-Más que hablar de mi familia, lo que hago es inventarla. En Granada, tengo solo a mi padre y mi hermano. Creo que los personajes de un narrador son su familia. Escribo para no estar huérfano: Una vez Argentina viene a llenar un hueco.
-¿Cómo surgió la idea de El viajero del siglo ?
-No hubo un estímulo único, sino una especie de abanico. Creo que el primero fue escuchar Viaje de invierno de Schubert, un ciclo de lieder que sonaba mucho en mi casa [Neuman es hijo de músicos]. Mucho tiempo después descubrí que narraba la historia de un viajero que una noche se iba sin saber adónde. Y en la última de las canciones, después de no quedarse en ninguna parte, se encuentra con un organillero que, a pesar de que nadie lo escucha, está a gusto. Me pareció linda idea empezar la novela con el encuentro de esos dos personajes.
-A pesar de estar ambientada en el siglo XIX, decís que reflexiona sobre cuestiones del presente ¿Cuáles?
-Entre fines del siglo XVIII y principio del XIX pasaron un montón de cosas que inauguran conflictos que se mantienen al día de hoy. En este período se produce un gran desencanto de las utopías revolucionarias: Napoleón, que había prometido constituciones, libertades y derechos, termina convirtiéndose en emperador, invadiendo países, tratando de anexionarlos y todo eso genera un giro conservador en Europa. Hoy en ese medio ambiguo que llamamos Occidente hay un giro conservador que proviene en parte del fracaso de las promesas revolucionarias.
Aparte, es un momento en el que se produce un choque entre los proyectos políticos continentales y las leyendas nacionales y patrióticas que se están forjando en cada país. Eso pasó entonces y está pasando ahora. Pensamos en el Mercosur y las enormes limitaciones de ese proyecto porque cada país trata de defender sus propios intereses. La Unión Europea también se topa con esa limitación todos los días.
Después, está la situación de las mujeres. Las intelectuales de esa época empiezan a ser conscientes de que la Declaración de los Derechos Universales del Hombre era más bien de los hombres. Prueba de esto es que sólo dos años después de la Revolución Francesa se publica la vindicación de los derechos de la mujer. Fue la primera generación de mujeres que tomó consciencia de que los intereses profesionales y personales son difícilmente conciliables. Por ejemplo, Sophie Mereau, la primera traductora alemana, le reprochaba por carta a su esposo que los hijos de ambos no le dejaban tiempo para traducir a Homero.
¿Qué tiene de atractivo la soledad como tema?
-Es una paradoja muy contemporánea. Vivimos en la era de las comunicaciones pero eso no parece haber evitado la sensación de soledad, que es una especie de arquetipo humano. Tenemos más medios de comunicación que cosas interesantes para decirnos. Y eso multiplica la sensación de soledad. Me gusta reflexionar sobre eso.
-Hablás de eso en La vida en las ventanas ...
-Sí, la novela juega un poco con la idea del voyeur , de un tipo que al lado de la pantalla de la computadora tiene la ventana; entonces, mira por una o por otra. Tiene la sensación de ser protagonista de todo y a la vez testigo de nada. Ese es un poco también el estilo del cibernauta, que por ser capaz de estar en todas partes no se mueve.
-¿Qué ventajas encontrás en la hibridez cultural, a la que calificas de "gozosa" en El que espera ?
-En esa época era más optimista. Es gozosa pero también conflictiva. Desde el punto de vista ideal se supone que uno tiene dos nacionalidades, dos arraigos, que puede relacionarse con relativa facilidad en dos lugares, entonces mutiplicás por dos tu vida. En la práctica, tenés dos extranjerías: sos percibido como español en Argentina, como argentino en España; hay una especie de porción extraterrestre en todo lo que hacés. Leo los diarios allá y acá y no puedo evitar contemplar España como argentino y Argentina como español; cada vez me pasa más que no puedo evitar mirar una orilla desde la de enfrente. Eso produce cierta capacidad de observación pero también cierto desgarro porque en realidad uno no puede estar del todo en ningún lado. En términos de escritura, cuando la emigración es temprana, se produce una inflexión tan fuerte que la parte anterior de tu vida queda grabada a fuego... y tomar distancia respecto de tu memoria es uno de los ejercicios más habituales de la narrativa.
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