Escribir también es un trabajo duro
Salvo porque no siempre contamina, el oficio de escritor se parece a la minería a cielo abierto: hay que retirar follaje, alterar radicalmente la geografía personal y usar cianuro para buscar oro. Después la compañía se retira, dejando detrás de ella tierra exhausta. Escribir es un trabajo forzado. César Aira responde a quienes lo critican por producir tanto que para él escribir es un placer, al revés que para la mayoría de sus colegas. Sin embargo, hay quienes tuvieron que trabajar de otra cosa antes de ganarse el derecho de someterse a tiempo completo a la tortura de la página en blanco. Eduardo Berti reseña, en la nota de tapa, casos de autores célebres que tuvieron que aceptar empleos insólitos antes de ser exclusivamente escritores. Son muy raros los que, como George Sand, se volcaron a las novelas no por vocación sino como salida de una situación económica compleja, y menos los que lo lograron, como lo hizo la célebre amante de Chopin. El caso de Arthur Rimbaud es todavía más extraño: a los 19 años, archivó para siempre la pluma y, decidido a enriquecerse, se convirtió en mercader hasta su muerte, a la temprana edad de 37.
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