Escribir por indignación
Elena Poniatowska es en México una de las autoras más prestigiosas y comprometidas con la realidad. Su libro La noche de Tlatelolco traza una crónica magistral de aquella matanza en la Plaza de las Tres Culturas. Su origen aristocrático (desciende de reyes polacos) y sus contactos con el poder jamás le impidieron luchar contra abusos e injusticias.
DIFICIL encontrar algo más chic que una princesa francófona de origen polaco, exiliada en México y convertida, desde hace ya cuatro décadas, en un referente insoslayable en el horizonte intelectual de su nuevo y definitivo país. Protegida por la lenta oscuridad que comienza a caer sobre su enorme casa en la colonia Chimalistac, en una zona de grandes librerías y calma empedrada (insólitas cicatrices de reposo en el megaenrarecido Distrito Federal), Elena Poniatowska habla de sí misma con la humilde elegancia de quien podría ser princesa, y chic , pero también mucho más. Hija de madre mexicana y padre francés, su apellido conserva una nobleza de más de 200 años, cuando Catalina la Grande nombró a Augusto Estanislao Poniatowski rey de Polonia. Desterrado al poco tiempo, este último rey polaco se refugió con los suyos en Francia, donde un Poniatowski llegaría a ser mariscal de Napoleón y otro (primo hermano de Elena), ya en pleno siglo XX, sería ministro de François Mitterrand. Por datos como ésto, algunos de los mejores amigos de la autora de La noche de Tlatelolco , Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco entre otros, aseguran que Elena Poniatowska es una princesa oculta y discreta, pero princesa al fin. Los argumentos de estos dos escritores son sugestivos y convincentes: por un lado, se basan en el secreto que guardaría su derecho sanguíneo; y por el otro, subrayan que en una obra como la de Elena, refinada y amante del riesgo, late el inocultable vértigo de la realeza literaria.
Sea como fuere, lo cierto es que en estos días Poniatowska ya está en Buenos Aires por segunda vez, nuevamente invitada para participar en la Feria del Libro local. Hablará de dos obras, ninguna suya: el volumen fotográfico Las soldaderas (un amplio reportaje sobre las mujeres de los soldados) y Niño de mil años , de Juan Soriano, "un texto apasionante y absolutamente genial, autobiográfico, en el que el autor narra su homosexualidad de una manera festiva y divertidísima", dice la escritora y periodista convertida en presentadora.
Mientras tanto, en México, escasean los días en que algún comentario suyo no sobrevuele la prensa local. Hasta hace unas semanas, su voz insistía en la necesidad de participar de la polémica consulta nacional sobre los derechos indígenas convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), desautorizada por el gobierno y ninguneada por los principales medios de comunicación.
Pocos días después, en aparente contradicción con sus ideas políticas, salió en pública defensa de Jaime Sabines -el notable poeta mexicano recientemente fallecido- que se había mantenido en una posición muy crítica con respecto al zapatismo. "Fue un hombre que dio mucho amor, así que hay que perdonarle todo" señaló la escritora, con una generosidad intelectual poco frecuente. En Argentina, libros de Poniatowska como Tinísima (la gruesa biografía novelada de la fotógrafa Tina Modotti), Hasta no verte, Jesús mío (la historia de la revolucionaria Jesusa Palancares, a quien la autora conoció y con quien se identifica especialmente), Querido Diego, te abraza Quiela (un relato sobre los encuentros y desencuentros sentimentales de Diego Rivera y Frida Kahlo), las crónicas La noche de Tlatelolco (acerca de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, en 1968) o Nada, nadie (sobre los terremotos de 1985), son contraseñas literarias que hablan de una autora excesiva, trepidante e irregular, siempre preocupada por dos temas que a veces se le convierten en uno: la injusticia en México y el sometimiento de la mujer. "Es verdad que me interesan estas cuestiones, aunque depende de cómo las aborde. Una cosa es la literatura y otra el periodismo, y temas como éstos cambian mucho cuando con ellos se pretende escribir una novela o hacer una crónica. Pero no puedo negar que tengo igual simpatía hacia las mujeres que hacia los pobres o desposeídos" explica, mientras acaricia a una gata demasiado mimosa.
-Usted trabaja como periodista y como escritora. ¿Cree que ambas disciplinas están bien diferenciadas o son las dos caras de una misma moneda?
-Considero que son dos actividades distintas, porque el periodismo es mucho más rápido, y la presión y la premura justifican los errores. En periodismo siempre hay que entregar el texto al día siguiente, o casi, entonces uno acaba diciendo "bueno, ahí se va, ni modo": no hay tiempo para trabajarlo más, no hay tiempo para pulirlo... Mientras que la literatura es una empresa mucho más solitaria en la que uno se plantea todas las dudas del mundo. Diría que es todavía más torturante, apremiante, en el sentido de que no hay en ella excusa para que las cosas no salgan bien.
-Varios libros suyos de ficción, como Tinísima o Paseo de la Reforma , han merecido una investigación de tipo periodística. ¿Se considera una periodista que escribe ficción o una escritora que utiliza recursos periodísticos?
-Bueno, ocurre que ese tipo de libros necesitaban una investigación histórica, y también es verdad que en todo lo que no sea periodismo yo me siento muy insegura. Quizás por eso nunca he publicado poesía, aunque la tengo ahí guardada ( Poniatowska señala una pila de papeles ajados y amarillentos, en un estante de la biblioteca ), igual que muchos cuentos y novelas que están guardados y que todavía necesito trabajar. Yo tengo 45 años de periodismo y eso hace que la novela, el cuento o la poesía me merezcan más dificultad y respeto. Pero yo quiero ser escritora. Y debo decir que dar el brinco del periodismo a la ficción me ha causado mucha angustia, para mí ha sido muy difícil.
-¿Se arrepiente?
-No, no me arrepiento, pero escribir literatura hace que me cuestione cosas que no me cuestionaba cuando solamente hacía periodismo. Supongo que es un precio que hay que pagar.
-¿Se siente parte de la literatura femenina que se escribe en el continente?
-Quizá sí, podría ser que libros como Tinísima o Hasta no verte, Jesús mío tengan que ver con la literatura femenina... La verdad es que he escrito mucho sobre las mujeres y he tenido y tengo mucha simpatía por las mujeres.
-¿Entonces cree que su obra tiene que ver con una literatura que va de Isabel Allende a Sandra Cisneros?
-Claro que sí, hasta traduje A house in Mango Street de Sandra Cisneros.
-Qué extraño, porque se tiende a considerar que la idea de "escritura femenina" es un modo de discriminación literaria...
-Lo que pasa es que a mí me interesa lo que hacen las mujeres, y no me importa mucho el nombre que se le ponga a eso. Lo que sí es cierto es que las mujeres son las grandes olvidadas en la historia de la literatura. Yo no entiendo por qué Clarice Lispector no formó parte de la literatura del boom ; tampoco entiendo por qué Elena Garro o Rosario Castellanos no han sido más consideradas. Digamos que la única mujer que ha pasado la barrera del sonido es Sor Juana, sobre la que todo el mundo hace tesis. Las demás, como Isabel Allende, Angeles Mastretta o Laura Esquivel, entran en la literatura como fenómenos comerciales y hacen "literatura femenina". Pero también tenemos a Nadine Gordimer, la escritora sudafricana que obtuvo el Premio Nobel, y nadie habla de ella como "escritora femenina"; o Toni Morrison, otra ganadora del Nobel... ¿quién podría decir que Toni Morrison hace "literatura femenina"?
-¿Cómo combina su trabajo literario y periodístico con su participación política en los medios?
-Mi participación política tiene mucho que ver con el tipo de periodismo que elegí. Siempre he hecho periodismo de denuncia, lo que llamo periodismo "de indignación". Con respecto a mi presencia en los medios, debo decir que en México ocurre un fenómeno muy peculiar: apenas una persona se destaca un poco en algún campo, inmediatamente se le pregunta hasta de qué se va a morir. Se le pregunta sobre sus gustos culinarios, acerca de sus costumbres y no sólo eso, también debe dar su opinión cada vez que hay un acontecimiento político. Por lo general se recurre a determinados escritores que ciertamente respondemos; a veces lo hacemos bien y a veces nos equivocamos, porque uno no puede ser un milagro que pueda saberlo todo, aunque Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco suelen ser bastante milagrosos.
-En Argentina es igual. ¿Usted lamenta ese rol público del escritor?
-No sé si lo lamento, pero sí me llama la atención que ante cada circunstancia opinemos siempre los mismos.
-La crítica coincide en señalar a La noche de Tlatelolco como el relato definitivo de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas. ¿Cómo ve a ese texto hoy, a casi 30 años de publicado?
-Desde luego que no es la crónica definitiva. Lo interesante es que fue un intento en una época en la que nadie escribía sobre estas cosas porque había mucho miedo. El libro pretendía recoger testimonios y muchas voces, unirlas en un solo texto y mostrar cómo habían sido los hechos. Tal vez su valor radica en que se publicó a los tres años de sucedido lo de Tlatelolco, muy pronto para lo que eran las presiones gubernamentales de la época.
-Es curioso, porque su familia siempre estuvo ligada al poder y usted misma se ha destacado como una cronista del poder.
-Sí, es cierto, aunque mi trabajo tiene mucho de oposición al poder. Será que, quizá por mi propia índole y educación, jamás he sentido deslumbramiento por el poder. Al contrario, mis amigos me dicen que yo sufro de un esnobismo al revés: me enamoro del obrero de overol, o del muchacho de la campera de cuero. Esto también se nota mucho en mi obra, donde casi no hay ricos ni poderosos. Qué raro, ¿no? ¿Por qué me pasará esto? Acaso porque necesito lo que es contrario a mí, y todo lo que no conozco es lo que inspira mi vida y mi escritura.