Escribir dudas como bombas
El francotirador paciente, la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, explota las habilidades periodísticas del autor español y puede leerse como un auténtico manifiesto narrativo
Hasta Enric González, excelente periodista que siempre tiene preguntas nuevas, le hizo a Arturo Pérez-Reverte (Jot Down, 1 de junio de 2012) la vieja pregunta: "¿Nunca tienes un aguijón de nostalgia por el periodismo?" El veterano periodista, que jugó un papel fundamental en el reporterismo español, de guerra y de paz, a principios de los años noventa, respondió a su estilo: "Tengo el impulso. Ocurre como cuando has sido torero o cura. Hay oficios que marcan". Fue periodista; jamás dejó de ser novelista, ni antes ni ahora. Y ahora ha escrito una novela en la que en ocasiones deja un lugar para que mire, con la sabiduría de la experiencia propia, un periodista al que él le entrega por entero la lente de la narrativa.
Y tanto, y tanto que marcan ciertos oficios: no se van nunca, son como un grafiti indeleble, es como una bomba que cae sobre uno. De hecho, desde que una noche decidió abandonar el periodismo, harto de la burocracia que se mascaba en su lugar de trabajo, Televisión Española, y aún antes de hacerlo, no hay una sola novela de Arturo Pérez-Reverte, y todas son muchas ya y además todas han estado en las listas de más vendidos en España y en el mundo, en la que ese impulso que él dice tener no se cumpla. Pero ahora aquel periodista está en la lejanía del impulso: el pulso es desde hace rato el de un novelista.
Como en El francotirador paciente. En La piel del tambor, por ejemplo, el novelista se adentra, con los materiales de inspección del periodismo, en las capacidades que tiene Internet para complicar los asuntos de la Iglesia; en La Reina del Sur es imprescindible su olfato de ojeador para saber qué pasa en el profundo sur del narcotráfico mexicano; en El pintor de batallas es consustancial el cansancio del narrador tranquilo para interpretar el tono (bellísimo) de esa reflexión melancólica; y en El tango de la Guardia Vieja está Pérez-Reverte buscando en tres o cuatro lugares (La Riviera, el barco, Buenos Aires, Sorrento) el destino del alma ajena en función de los sitios que frecuenta. Un escritor de novelas que jamás abandonó el impulso de periodista. Un periodista que dejó el oficio para ser, enteramente, como ahora, un novelista. En El francotirador paciente está ese narrador que fue periodista en estado puro, simulando el oficio para que el interrogante, el diálogo, tenga ese aire hemingwayano en el que a veces incurre, para ensalzar el género narrativo, el novelista Pérez-Reverte; y no sólo está él (o su trasunto) sino también la pura metáfora del oficio, y por tanto el periodista que fue como resultado de su impulso y de su historia, o de la historia de su impulso. En el lenguaje, en el diálogo, en ese cierto cinismo que tienen (que tenemos) los periodistas por dar acabada una historia para pasar a otra, está también el oficio de escribir en las paredes, que es la esencia del grafitero: su falta de solemnidad absoluta, su disponibilidad para poner bombas allí donde otros ponen tan sólo dudas. El grafitero escribe de noche, mayormente, como solemos hacerlo los periodistas, a la peligrosa hora del cierre. Para escribir un libro así tienes que tener alma de grafitero, o de periodista, y, como Hemingway, tienes que haber tenido el atrevimiento de haber dejado a tiempo el oficio. Así, teniendo todos los puntos de vista, está escrita esta novela, El francotirador paciente.
Yo al menos he leído así el libro, como si Pérez-Reverte usara dos elementos, el grafitero que se esconde, que evade la ley porque su oficio es burlarla, y la mujer (que domina la novela) que lo busca por todas partes para saber dónde está, en qué basa su gloria y cuál es su estado de miseria, qué se aloja en el alma artística que tanto mueve y que tanto conmueve. Qué es, al fin, ese personaje.
Pero no se engañen, esa metáfora es la que extrae este lector, porque la novela no trata exactamente de eso. Es tan suculenta esta escritura veloz, sorprendida de sí misma, está tan impregnada de la vida del grafitero (y de los grafiteros); es tan vívida la calidad nocturna de su pesquisa, tan notable el uso gramatical del verbo de los ilegales que escriben en las paredes, que es obvio que para llegar a estas conclusiones narrativas que vierte en El francotirador paciente, el propio Pérez-Reverte ha tenido que hacer periodismo, envolverse en ese mundo hasta mancharse, por decirlo con las palabras del viejo poeta Gabriel Celaya. Pérez-Reverte ha escrito un thriller cuya sustancia va por ahí, por la búsqueda de un personaje (el francotirador que dibuja su disgusto ante la sociedad en las paredes de las ciudades) al que algunos acusan de haber causado muertes en el ejercicio de su oficio clandestino; la mujer que lo persigue ha recibido un encargo editorial que quiere convertir a ese fugado que sigue escribiendo en las paredes un contrato para que sea más que Picasso. En medio se suceden historias paralelas que le dan a la narrativa el sustento propio de las novelas de suspense; como hizo en El tango de la Guardia Vieja, el novelista que es usa al periodista que fue para utilizar la información como manera de retener al lector hasta hacerlo caer en la cuenta de que está ante un thriller.
Las frases cortas son suyas, los eslóganes que suelta el francotirador son suyos, los diálogos o las peleas son sus dibujos; pero él mismo ya se ha situado al margen de la historia para contarla mejor. No lo voy a contar, pero ese distanciamiento está en la raíz misma del resultado final de la pesquisa que acomete Lex, la mujer que busca al francotirador grafitero para hacerlo grande. La paradoja que encierra ese final es, quizá, lo que la faltaba a la historia para que fuera un juicio metafórico del periodismo del que viene Pérez-Reverte. No sé cuántos dirán que esta novela es un homenaje al periodismo, pero yo me atrevo, porque sólo uno que fue buen periodista hubiera dibujado así la vida entera bajo la luz de la oscuridad, aquella luz que, por otra parte, perseguía Lewis Carroll cuando estaban apagadas las velas del día. Escribir en la calle, dice el grafitero, es "escribir dudas como bombas". Aquí están, explotan, abren nuevas dudas, es una pared infinita en la que Pérez-Reverte ha escrito un manifiesto narrativo.