Escribano: del encuentro con Nixon al asesinato de Kennedy
Fragmento del capítulo “Viaje de iniciación”, del libro “Escribano: 60 años de periodismo y poder en LA NACION” (Planeta); el protagonista de esta biografía hacía entonces una pasantía en el Miami Herald
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Durante aquel año en los Estados Unidos, Escribano trató con muchos dirigentes políticos norteamericanos. Entre ellos, con Richard Nixon [...]
—Un día, el secretario general de Redacción del Miami Herald, que se llamaba George Beebe, un caballero bien a la antigua, me llamó y me dijo: «Mañana va a venir Richard Nixon a la redacción. Vamos a ser diez personas. Va a estar el editor de Política, que es el único que lo conoce verdaderamente, voy a estar yo, te invito a que estés, va a estar la editora de Modas, va a estar el editor del city desk, las noticias locales, va a estar el jefe de Deportes, el de Economía…». Éramos diez. Cayó Nixon. Era un hombre que estaba muy golpeado. Había perdido las elecciones por muy pocos votos. Ustedes saben que de las elecciones presidenciales de 1960 hay una creencia bastnte afirmada, incluso en círculos académicos, de que los demócrata cometieron fraude y de que gracias al fraude ganó John Fitzgerald Kennedy. El fraude se habría cometido en Chicago, donde estaba la muy poderosa máquina del Partido Demócrata, que manejaba el alcalde Richard J. Daley.
El martes 8 de noviembre de 1960, Kennedy había vencido a Nixon por el 49,7% contra el 49,5% de los votos. Dos años después, en 1962, Nixon «tuvo la ocurrencia de presentarse como candidato a gobernador de California para enfrentar al gobernador en ejercicio, que era Pat Brown, el padre del actual gobernador de California, Jerry Brown. Nixon fue derrotado. Le ganó el gobernador. Pasó un tiempo y dijo, voy a ser literal: “Me voy a vivir a Nueva York, así no tendrán más a Nixon alrededor para pasarse el día dándole patadas en el culo”».
Nixon era californiano. Había nacido en la ciudad de Yorba Linda y una pertinacia lindante con la tozudez llana era el rasgo más nítido de su carácter: volvió a la carga en 1968 y en 1969 se transformó en el presidente número 37 de los Estados Unidos. Tras el escándalo de espionaje político de Watergate, y para evitar el impeachment, Nixon renunció a su cargo al principio de su segundo mandato, en 1974. Mantiene hasta hoy, dos décadas y media después de su muerte, el récord de haber sido el único que dejó la Casa Blanca antes del tiempo reglamentario... y vivo.
—Nuestra reunión duró dos horas. Cuando Nixon se fue, lo acompañó a la salida el editor de Política y nos quedamos conversando con el secretario general. ¿Y cuál fue el comentario unánime, incluso el mío? ¡Pero Nixon es mucho más simpático de lo que suponíamos! Un hombre derrotado, pero nada arrogante. Habló de la Guerra Fría, de cosas importantísimas, pero yo estaba concentrado en la opinión que me podía causar humanamente. Los que quedábamos en la sala dijimos: cómo cambian los hombres en el paso de la escena pública a una mesa redonda en la que estamos tomando café, distendidos…
Kennedy, vencedor de Nixon en 1960, tampoco llegó a completar su período, porque fue asesinado. Las lecciones del Macalester College se interrumpieron súbitamente en el claustro y continuaron en la vida real el 22 de noviembre de 1963, con la noticia del magnicidio ocurrido en Dallas. Así contó Escribano ese momento traumático en una nota escrita para la revista institucional Farol, publicada por Standard Oil, uno de los patrocinadores del World Press Institute:
Tendríamos que haber estado en St. Paul seis meses continuos, de no ser por una tragedia de la cual tomé cuenta el 22 de noviembre de 1963, a la 1.30 PM, hora del medio oeste, cuando un desconocido automovilista que circulaba por la avenida Summit, adyacente al colegio, detuvo ante mí su marcha y gritó: «¡El presidente Kennedy ha sido asesinado!».
Aquella historia ha sido contada de mil modos diversos y yo mismo escribí un par de notas para LA NACION de Buenos Aires; de modo que aquí relataré solo cómo el impacto del suceso fue absorbido por la gente del Instituto Mundial de Prensa. Aquella horrible tarde, quince periodistas extranjeros tuvieron certeza de la velocidad con la cual suelen hacerse las cosas en los Estados Unidos. Tan pronto como se confirmaron las noticias de que el presidente Kennedy había muerto, el conmutador y los teléfonos de Macalester quedaron a disposición nuestra. Llamadas de larga distancia destinadas a quince capitales del globo conectaron con St. Paul a redacciones de habla inglesa, francesa, turca, española, japonesa, tailandesa, en fin, árabe y portuguesa. “Get to Washington!”, fue la orden de comando. Cada uno de nosotros realizó inmediatamente planes individuales de vuelo hacia la capital; sin éxito.
Harry Morgan, director ejecutivo del WPI, pidió una hora de paciencia y sugirió que recordásemos que en esos momen- tos nuestros bolsillos seguramente no acumulaban más que los 75 dólares que nos asignaban mensualmente como becarios. Se conectó primero con el vicepresidente de la cadena Hilton, en Chicago, y le requirió pusiera a nuestra disposición diez habitaciones para dos personas en el Statler de Washington. ¡Quince minutos más tarde le confirmaron las reservas!
El siguiente movimiento de Morgan fue consultar a las compañías de Minneapolis y St. Paul sobre las posibilidades de que alguno de sus propios aviones nos llevara a Washington. Minneapolis Honeywell quería ayudarnos pero su avión estaba en California. La máquina de la General Mills se encontraba en Buffalo; sus directores respondieron que, de cualquier ma- nera, se harían cargo de nuestros pasajes en un aparato comercial. Era tarde; la Northwest y sus otras colegas respondieron que había lleno total. Periodistas y hombres públicos disparaban hacia Washington. En un esfuerzo final, Morgan se dirigió a la Minnesota Mining and Manufacturing Company. Dio con William McKnight, ex presidente del directorio.
McKnight preguntó dos cosas: cuándo partiríamos y cuánto tiempo estaría atado en Washington el avión de la compa- ñía. Morgan respondió que partiríamos inmediatamente y que el avión quedaría libre una vez que nos hubieran dejado en el aeropuerto John Foster Dulles. A las 6 PM volábamos hacia Washington, a más de mil millas de distancia. A las 4.20 AM del 23 de noviembre veíamos llegar a la Casa Blanca el féretro del presidente Kennedy. Un número escaso de periodistas extranjeros, todos ellos acreditados ante la presidencia, presenciaba con nosotros y un centenar de ciudadanos aquella histórica escena. Sentía frío...
Fragmento del capítulo “Viaje de iniciación”, del libro Escribano: 60 años de periodismo y poder en LA NACION (Planeta); el protagonista de esta biografía hacía entonces una pasantía en el Miami Herald
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