“Es un pelmazo”: exabruptos del mundillo literario que hacen correr ríos de tinta
La mofa y el escarnio han sido de uso común entre escritores, como lo demuestra una compilación que publicó el crítico y editor español Constantino Bértolo; el lugar de la crítica beligerante hoy
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MADRID.- “Es un pelmazo. Y me tiene sin cuidado que le hayan dado el Nobel o no”, escribió Sánchez Ferlosio sobre Camilo José Cela. “Escribe los adjetivos como suelta un burro sus pedos”, escribió Josep Pla sobre Pío Baroja. “Era un mal escritor, y él lo sabía”, escribió Eduardo Mendoza sobre Franz Kafka. “La crítica es la salsa de la literatura, así que la hay ácida, la hay picante…”, dice el editor y crítico español Constantino Bértolo, que ha recopilado y prologado los anteriores exabruptos, más ácidos y picantes que dulces y melosos, en su libro Miseria y gloria de la crítica literaria (Punto de vista), un compendio de citas de autores que ponen verdes, con más o menos gracia, a otros autores.
Sobre los libros siempre han volado las cuchilladas: la literatura ha sido tradicionalmente un campo de batalla donde los egos pelean blandiendo afiladas opiniones. Y la crítica ha estado siempre ahí en medio, aunque los tiempos actuales no son los mejores para el género tal como se ha entendido tradicionalmente, que ha perdido influencia frente a otros prescriptores. Sobre todo, los que operan en redes sociales.
No obstante, la beligerancia que se ha practicado desde siempre en la crítica se respira también en internet. Incluso de manera más exaltada. El vitriolo es una forma de criticar (de criticarlo todo) muy común hoy en día, como se ve en el lenguaje de las redes sociales, del debate político o de las tertulias televisivas. “Los debates que se propician y los titulares que se premian son precisamente eso: vehementes, extremados y polemistas”, dice el crítico y escritor Nadal Suau, que los considera como parte de “el sistema” o “el poder” actuales, de modo que prefiere valorar otro modelo de crítica: “La que se centra en la obra (más que en los temas de ‘agenda’ sociopolítica que apunta), y lo hace ofreciendo claves de lectura, señalando lectores potenciales, reposando argumentos”.
La beligerencia no pasa de moda
El predominio de la emoción sobre la razón no es una tendencia solo circunscrita a la crítica cultural. “Vivimos en un tiempo que ha sustituido el criterio por la emoción: ‘esto me gusta’, ‘esto no me gusta’ —señala el escritor Carlos Pardo, director del taller Criticar al crítico en La Casa Encendida—. Incluso por la corporalización: ‘este libro me duele’, ‘este libro me deja sin palabras’. Es algo común en los bookstagramers [los comentaristas de libros de Instagram]. Y en parte, esto supone sustituir la crítica (que es democrática) por la identificación (que es narcisista y... fascista)”.
“Me parece una mala escritora simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha”, dijo Roberto Bolaño sobre Isabel Allende. “Eché una mirada a un par de sus libros y me aburrió espantosamente”, replicó Isabel Allende sobre Roberto Bola
La beligerancia es, además de la emoción, otro de los signos de nuestro tiempo. “Ya todos sabemos que en una sociedad como esta lo morboso, el escándalo, es lo que resulta aplaudido”, dice Bértolo, “los críticos lo saben, así que algunos tratan de hacer sangre para lograr mayor repercusión”. El hacer sangre, sin embargo, no es exclusivo de esta época: muchos de los textos recopilados en su libro podrían pertenecer, por su brevedad y mala leche, al género del tuit, el aforismo digital del siglo XXI. Los escritores convertidos en trolls y haters.
“Basta revisar unos párrafos de El Quijote para sentir que Cervantes no era un estilista”, escribió Borges.
“Chesterton es como la vil capa de escoria de un estanque”, escribió Ezra Pound.
Para Valle-Inclán, Echegaray era un “viejo idiota” y Galdós era “Don Benito, el garbancero”.
En el libro de Bértolo se encuentran sentencias que hoy en día nos pueden parecer equivocadas, y hasta escandalosas. ¿Cómo sabemos que estaban equivocadas? “Se supone que son errores de la crítica con respecto al canon establecido”, explica Bértolo, “muchas de ellas nos pueden resultar ridículas. Se puede entender que a alguien no le guste Shakespeare, pero es raro que se diga hoy en día que era un mal escritor”.
“Aguar la fiesta está mal visto”
Tradicionalmente, los críticos eran lectores legitimados ante los circuitos literarios y comerciales, cuya opinión sobre los libros se reconoce como competente y digna de ser difundida. A pesar de este privilegio en el gusto, el crítico ha sido considerado con frecuencia en el imaginario popular como un creador frustrado, un envidioso, un reprimido, un malhumorado, un vago y hasta un maleante. “Aguar la fiesta siempre ha estado mal visto”, afirma Bértolo. Sin embargo, la crítica, ya sea la publicada en los medios de comunicación como la académica, que se genera en las universidades, es importante, observa el recopilador, como una manera de preservar “la salud semántica de la sociedad”.
“Creo que la crítica no solo es una pieza imprescindible del mundo poliédrico que llamamos literatura, sino que es literatura en sí misma”, dice el poeta y crítico Luis Muñoz, director del máster de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa. Es frecuente que algunos escritores reúnan sus textos críticos en volúmenes, como en el caso de La guerra contra el cliché (Anagrama), de Martin Amis, Costas extrañas (Debate), de J.M. Coetzee o las muy heterodoxas Lecturas no obligatorias (Alfabia) de Wislawa Szymborska. “En este sentido el sarcasmo, la ironía, pueden ser elementos del estilo de un crítico y, más particularmente, del tono, de la forma en que expresa su emoción ante un libro”, añade Muñoz. Dentro de las normas no escritas a través de las que interactúa la crítica con el ecosistema literario, también se contempla la posibilidad de criticar al crítico. De esta manera surgen a menudo esas polémicas literarias que hacen correr ríos de tinta, que provocan murmullos y que quedan para los anales de la historia. Como recuerda Muñoz, Machado criticaba la poesía de Garcilaso, y Cernuda, a su vez, criticaba la crítica de Machado al poeta del Siglo de Oro. Más recientemente, en 2020, justo antes del virus (cuando aún había tiempo para pensar en estas cosas) los escritores Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina, protagonizaron una polémica en torno a las virtudes de Benito Pérez Galdós, del que se celebraba el centenario.
La manera de hacer crítica es motivo de controversia. Para unos en la crítica debe predominar el frío análisis racional, el aporte de contexto y elementos de juicio para que el lector juzgue por sí mismo. Hay críticas que ni siquiera dejan claro si al crítico “le gusta” la obra o no, y eso desconcierta a algunos lectores: no se ve claro el like, como en las redes sociales. Para otros, la crítica debe ser más valorativa y hasta emocional, dictaminando sobre la calidad de las obras, como el emperador romano que levantaba o bajaba el pulgar para decidir sobre la vida o muerte de los gladiadores. “Lo que yo valoro en un crítico es su entusiasmo por una idea de la literatura”, opina Muñoz, “y que esta idea responda a haberse preguntado profundamente, frente a textos concretos, qué es la literatura, qué la hace valiosa, por qué se lee, o se escucha, o se difunde. Y que, a la vez, maneje un marco fresco, no supersticioso, sino basado en su experiencia de lector”.
También ha habido controversia en cuanto a la conveniencia de publicar malas críticas. ¿Tiene sentido publicar una crítica negativa, ocupar el escaso espacio de los medios de comunicación en reseñar un producto horrendo cuando se puede utilizar para recomendar un libro virtuoso? Un criterio interesante es el que dice que quizás no tenga mucho sentido publicar una mala crítica de un escritor novel o desconocido. Sin embargo, que un pope de la literatura, una vaca sagrada, escriba un artefacto lamentable sí es de interés público. “Cuando las críticas más descarnadas se dirigen a algún valor objetivamente sobredimensionado por el poder literario, pueden tener un valor desinfectante o, al menos, consolador: ‘al fin alguien dice la verdad’, piensa el lector (aunque no siempre sea del todo cierto)”, opina Josep María Nadal Suau.
El referirse a los productos culturales dentro del eje bien/mal es la reacción natural del ser humano de a pie, como se comprueba cuando, al salir del cine, uno se va a al bar con los amigos a decir si la película le gustó o le pareció un bodrio. En ese ámbito discursivo es donde suele pulular el crítico beligerante y hasta el crítico personaje. “Cada vez me aburren más las reseñas en las que el protagonista es el propio reseñista, con su ingenio, sus piruetas de estilo y su bravuconería. La crítica, ante todo, es una pregunta sobre la distancia ética desde la que podemos juzgar un libro”, señala Carlos Pardo. Eso sí, la crítica mordaz puede servir para regocijo del lector: “Un crítico con talento para el vituperio puede hacer que nos lo pasemos bomba con sus piezas estilísticamente brillantes”, aporta Nadal Suau.
El peor crítico, sin embargo, según coinciden los expertos, no es el que peca de extremismo, emocionalidad o beligerancia, sino aquel que no muestra su verdadera opinión por cobardía o, peor aún, siguiendo oscuros intereses personales o comerciales. Por muy dura o virulenta que sea, si es auténtica es elogiable. Por eso el título de la recopilación de Bértolo incluye la palabra “miseria”, pero también la palabra “gloria”.
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