Erudición e insidia
Sobre música
Por Paul Groussac
Biblioteca Nacional
El venenoso Sainte-Beuve afirmó que la crítica, para él, era un "monóculo y no una férula". Más cerca de la observación rigurosa que del disciplinamiento, las críticas musicales que Paul Groussac (Toulouse, 1848-Buenos Aires, 1929) escribió, con amplias interrupciones, entre 1884 y 1919 le rinden tributo a su maestro francés. Como señala la musicógrafa Pola Suárez Urtubey, responsable del volumen, en su agudo prólogo, "no hay duda de que con Sainte-Beuve... se es crítico y creador al mismo tiempo... Esta fue la propuesta de Groussac". Publicados en el periódico Sud América y en el diario LA NACION, estos textos recuperados son doblemente insoslayables: por un lado, constituyen un momento crucial de la escritura sobre música en la Argentina; por el otro, permiten advertir las virtudes críticas del autor acaso en mayor medida que en Crítica literaria (1924).
Tal vez porque sus conocimientos del lenguaje musical tenían fisuras, Groussac entendió rápidamente que la tarea del crítico musical estaba más cerca de la literatura que del objeto acerca del cual escribía. En el ensayo "Entreacto", uno de los más deliciosos del libro, enuncia su tesis: "Seguramente, no sé la música en el sentido más profundo de la expresión. Pero ¿queréis saber mi opinión al respecto? Las mejores críticas musicales son las de los literatos que tienen pasión por la música". Allí mismo confiesa su hartazgo por los espectáculos, con los visajes y mímica de los cantantes, y sueña con una época (la del disco) en que se pueda "escuchar la ópera sin ver a los operarios". Sus reseñas son tan lúcidas como idiosincrásicas, aunque siempre en guardia contra los excesos de la metáfora. Suele dedicar párrafos eruditos al libreto y mencionar al pasar los detalles musicales. Se queja de las carillas que debe llenar sin tener a mano ni siquiera un diccionario Larousse para verificar las informaciones y deja entrever las dificultades de articular su exigencia intelectual con la precipitación del periodismo. Más allá de las reseñas, plenas de insidia, de Aida o Mefistofele , las consideraciones de Groussac toman a Richard Wagner como piedra de toque. A propósito de Lohengrin , examina la estética wagneriana para mostrar cómo, desde la idea positivista de progreso, el "drama musical" es en verdad reaccionario porque tiende a la unidad de poesía y drama mientras que, por el contrario, las artes tienden a la desagregación. Pero esto no impide que se rinda ante el "monstruo". No faltan además los momentos de clarividencia. Desdeñoso de las grandes salas de ópera, aborda la cuestión de cómo debe medirse el "nivel artístico" de una nación. Concluye que importa más la subvención pública de una sociedad de conciertos estable que "el fomento de espectáculos aparatosos que poco se relacionan con el progreso artístico".