Eros, muerte y santidad en el under porteño: Batato Barea revive en el ciclo Rumor
El “ángel” de la contracultura tiene su homenaje en el Malba; participan, entre otros, Laura Ramos, Fernando Noy, Humberto Tortonese y Mario Bellatin
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A treinta años de su muerte (y sesenta de su nacimiento), el séptimo episodio del ciclo “La historia como rumor”, del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), trae al presente a una de las figuras centrales del under porteño, el actor, “clown literario travesti” y dibujante Batato Barea (1961-1991), al que le bastaron pocos años de actividad y experiencia creativa para dejar una huella imborrable en la cultura local. Del mismo modo, apenas un minuto y medio del video que rescata su performance arremolinada del 24 de junio de 1990 en el Parakultural, y que se puede ver en la página web del museo, alcanza y sobra para dejar constancia de su carácter único. Esa noche, el artista nacido en Junín como Salvador Walter Barea interpreta una coreografía tan improvisada como frenética “al son” de la voz del locutor de Radio Nacional Emilio Stevanovich que recita un poema de una escritora entonces poco conocida, María del Carmen Suárez, “que Batato había descubierto y grabado unas noches antes con su pequeño grabador de casete”, apunta Laura Ramos, la cronista de esos años en la Reina del Plata.
“Poseído, Batato interpreta el poema ‘Voracidad del sonido’ con movimientos en círculo, su cintura se quiebra y el torso gira en remolinos hasta dejarlo sin aliento”, relata Ramos. Detrás del performer, travestidos e impávidos, están Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. “Las poetisas” forma parte de la serie Tres mujeres descontroladas, que este trío dinámico realizó en conjunto. Urdapilleta leyó un poema propio y Tortonese, “Agua”, de Alfonsina Storni.
Se sabe que Batato se preocupaba por registrar todas sus intervenciones; actualmente, “Las poetisas” forma parte del Archivo Batato Barea, que representa la galería Cosmocosa y que está a cargo de Seedy González Paz, amigo del artista y albacea de su legado. Es motivo de asombro que el archivo de Barea no haya despertado el interés en ninguna institución oficial, ni de nación ni de la ciudad de Buenos Aires. Tres libros reconstruyen su vida y obra: Batato Barea y el Nuevo Teatro, de Jorge Dubatti; Un pacto impostergable, de María Elvira Amichetti de Barea, y Te lo juro por Batato, del también excepcional Fernando Noy. En esta edición del Bafici se proyectó el sólido documental de Natalia Villegas y Rucu Zárate, Parakultural: 1986-1990, donde se reconstruye la atmósfera que se vivía en Venezuela 336. Otro documental, La peli de Batato, de Goyo Anchou y Peter Pank, se centraba en los múltiples recorridos del artista, que fue de lo masculino a lo femenino, de la vida al teatro y del Clu del Claun al under beligerante.
Noy cuenta que cuando entrevistó a María Elena Walsh para la biografía coral Te lo juro por Batato (Libros del Rojas), la escritora aceptó de inmediato. “Me dijo que se conocieron en una fiesta en casa de Ruth Benzacar -dice Noy a LA NACION-. De pronto vio aparecer una espalda rosada enorme y comentó en voz alta: ‘Ay, esa chica, qué calor inmenso debe tener para andar así tan escotada. No hay que descubrirse tanto’”. Era Batato que llevaba un vestido color naranja muy ajustado. “Su mirada me traspasó por completo -le dijo la Walsh a la Noy-. Era exactamente como yo lo imaginaba, hilarante, pero además tierno. A seres como él les di el rango de ángeles. Es como poder conservar a través de alguien tu propia inocencia”. Según contó Noy ayer en la transmisión del Malba vía Zoom, Batato prefería usar la palabra “numerito” en vez de performance y recordó que representantes de la Iglesia católica porteña intentaron censurar uno de sus shows en el Centro Cultural Recoleta. “Siempre andaba con libros”, confió.
“Hoy, después de tantos años es habitual que muchos artistas de la periferia o lo que antes se llamaba el underground lo invoquen como protector, enciendan velas, e incluso he descubierto diversas estampitas hechas en fotocopias de sus fotos -agrega Noy-. Como muy pocos artistas que nos precedieron, por ejemplo, Osvaldo Pugliese o Alejandra Pizarnik, la suya es una santidad profana que nos protege y se acentúa cada día más. Si bien Batato no buscaría otro altar que no fuera cualquier escenario o camarín recién inventado, siempre sigue presente, como alguien a quien nunca podremos olvidar a través de los tiempos”.
Laura Ramos puso en contacto a González Paz con el Malba para utilizar el video e imágenes y audios del archivo. “La idea curatorial gira alrededor de aquel viejo espíritu del Romanticismo que igualaba la vida al arte -escribe Ramos al contextualizar este Rumor-. Batato era la encarnación viva de esa idea. Cuando él invitaba a Ale Urdapilleta, después de salir del Parakultural, a recorrer las calles del Abasto para hacer una especie de ‘batida de muchachos’, y lo hacían, porque recorrían las estaciones de servicio ofreciendo sus hermosos cuerpos a los trabajadores de la zona, estaba igualando a Jean Genet en los barrios cutres de Barcelona, y estaba trazando un camino”. Según la autora de Buenos Aires me mata, por el camino de la abyección avanzaba rumbo a la santidad.
“Cuando Ariel [el hermano mayor de Batato], a los diecisiete años, se descerrajó un tiro en la cabeza encerrado en el baño de la casa familiar, Batato tenía veinte años. Su recorrido artístico a partir de ese momento fue un recorrido sacrificial: como un ángel de los fondos de los fondos, se hundió en la ignominia como un santo pagano, hasta llegar al vía crucis y la muerte. Él nunca dejó de ir a la iglesia, aun vestido con sus pelucas rubias superpuestas y sus vestidos cosidos por él mismo, y nunca dejó de comulgar. Su muerte fue la muerte de un santo de los bajos fondos, enfermo de una enfermedad mortal, inoculado con aceite industrial, desde el fondo de los fondos”. Ramos y Barea eran “amigos de la noche” en la Buenos Aires de los años noventa.
“Podemos recuperar la performance de Batato a través del mito y la ficción”, dijo la directora artística del Malba, Gabriela Rangel, al presentar el séptimo episodio del ciclo de performances en distintos momentos y lugares de América y el Caribe, entre el fin de la Guerra Fría y el inicio de internet. “Este registro precario del video recupera el grano grueso de la cultura del under”, señaló Graciela Speranza, y Cecilia Palmeiro destacó que “la lengua de las locas no es una lengua libresca”. En un video, el escritor mexicano Mario Bellatin susurra un texto propio sobre la performance: “Las tres mujeres desesperadas, con una desesperación motivada quizás por ser llamadas poetisas y no poetas”. Rumor permite que los interesados en recuperar una época ya ida accedan a un archivo de fotos de objetos de Barea, como un anillo hecho con dos botones superpuestos (cuyo sonido irritaba a Urdapilleta) y programas diseñados e ilustrados por él, páginas del diario íntimo de la curadora de este capítulo (Ramos), un audio del recitado de un poema de Borges a los gritos y fotos del Parakultural que, como el artista homenajeado por el Malba en su archivo de performances, también pasó a mejor vida. Batato Barea murió en Buenos Aires en diciembre de 1991, un día después de conocer a Marosa Di Giorgio, santa de la poesía uruguaya a la que quiso visitar en un último acto de arte batatiano.
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