Épica personal
Yaki Setton encuentra en la música de ciertos grupos de rock la materialidad para explorar la relación entre padre e hijo
En el epígrafe que abre el libro -tomado de "The Weeping Song", una canción de Nick Cave- un hijo pregunta a su padre por el sentido del llanto de los niños. El padre responde que lo que se ve son sólo lágrimas, que "el verdadero llanto aún está por llegar". Si bien hay algo diáfano en las palabras de ese padre, algo acerca del sufrimiento, del dolor que de manera inevitable se hace presente en toda existencia, como ocurre con las parábolas bíblicas algo del sentido se fuga en la sentencia, algo que no llega a apresarse y que así debe quedar, no como enigma o misterio, sí tal vez como afirmación litúrgica que recuerde a las generaciones la perennidad de ciertos hechos. ¿En qué consiste sino en eso lo que llamamos educación? En La educación musical Yaki Setton (Buenos Aires, 1961) formula una pedagogía de los afectos en la relación entre un padre y sus hijos. Esta pedagogía, que deja en suspenso de buena gana la verticalidad en la transmisión de un aprendizaje, encuentra en la música un espacio propicio para el ritual, ya sea en escenas cercanas en cuerpo y espíritu a la de la canción de Cave u otras en las que la literalidad de la vida vivida es todo cuanto puede ser dicho: "Lo veo reír y sufrir. Si ríe me alegro./ Si sufre no tengo nada que hacer".
Bajo la forma del poema en prosa, Setton construye una narración sin trama posible. Piezas mínimas que trabajan las intensidades de las sensaciones, los poemas se mueven en la esfera de una fe que evoca y contradice a la vez el verso de César Vallejo: "Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres e hijos." La educación... , como unidad y continuidad de un poema a otro, no abandona la certeza -no hay en este caso el "hasta ahora" vallejiano- de un universo que se rige a cada momento según las leyes físicas de esa relación: "Como si fueran una cuña los hijos están/ en medio de todo para bien o para mal". La misma regla se prolonga en la fragilidad de quien siendo padre se encuentra en el desierto de la propia orfandad: "Nadie me puede decir lo que tengo que hacer. No está mi padre./ No está mi madre. Nadie me puede decir lo que debo decir."
¿Pero qué lugar ocupa en el libro la música, según los términos que el título plantea? Las referencias musicales no actúan como guiños culturales -en cualquier caso ilustran el gusto, las preferencias por ciertas bandas-, no declaman y menos aun desplazan el centro de gravedad del libro. La música es vehículo y expresión de la materialidad de una relación: cuerpos jóvenes en combustión y agenciamiento con el cuerpo del padre que enuncia los poemas. "El culto al vinilo es una fiebre delicada", se lee, y es un salir de rueda por los puestos de un parque en busca del material preciado. Metamorfosis de los hijos y del padre que crecen y producen encantamiento, pavor y extrañeza. Un ir y venir desde el mundo adulto hasta el universo de los jóvenes, hasta el punto en que "la educación musical" se burla del orden jerárquico: "Treinta años más tarde escucho por primera vez London/ Calling de los Clash. Él me enseña mientras oímos juntos/ y hay algo que ya perdí y gané. A sus dieciséis años conozco/ lo que a mis dieciocho no supe conocer". El poeta escribe: "La casa es un Sahara de enigmas así como las noches/ desérticas y frías son la última oportunidad de besarlos/ antes que se duerman". ¿Puede un padre desesperar por el amor de sus hijos? ¿Puede esa desesperación volverse materia poética? Definitivamente, sí: "Hago mi duelo mientras él nace de una manera/ extraña. Yo muero, él crece y se vuelve otro/ mientras desespero". Setton formula sobre un tema universal una poética en la que la lírica se vuelve épica personal. El hilo de las afecciones que el padre del libro despliega recuerda al Jünger de sus Diarios Cuando escribe: "Alguna vez me gustaría describir a mi padre como una madre que poseyese una inteligencia varonil, con un sentido más hondo de la justicia".
La educación musical
Por Yaki Setton
Bajo la Luna 67 páginas $ 70
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