Entre lo real y lo irreal
LA SEXTA LAMPARA Por Pablo De Santis-(Seix Barral)-253 páginas-($28)
Los grabados de las "cárceles imaginarias" (o cárceles de la mente) fueron el proyecto más célebre del artista Giovanni Battista Piranesi. Esas largas series de espacios cerrados, dominados por escaleras, bóvedas y la amenaza claustrofóbica de las ruinas, conforman una región que permite una nueva subjetividad y sensibilidad. Se trata de un orden onírico, a mitad de camino entre lo real y lo irreal, que le da la espalda al exterior y busca un sentido más allá de lo aparente. En esta novela, Pablo De Santis (Buenos Aires, 1963) recupera ese mundo abrumador y procrea un convincente álter ego arquitectónico para la imaginación alucinada de Piranesi.
La sexta lámpara se inicia como la investigación de la Sociedad de Arquitectura Utópica en torno a la figura elusiva del arquitecto Silvio Balestri. Hijo de un escultor dedicado por completo al arte funerario, Balestri nace en Roma en 1889 e, inicialmente, sigue con docilidad el oficio de su padre. Rápidamente, sin embargo, se apasiona por la arquitectura. La fascinación por los incipientes rascacielos, que percibe como las catedrales del mundo moderno, lo empuja a viajar a Nueva York hacia 1915. Allí comienza a trabajar como copista de planos en un subsuelo (la jerarquía edilicia confinaba las tareas menores a los pisos inferiores) de la compañía de los arquitectos Moran, Morley y Mactran. Sus conocimientos lo hacen ascender en la compañía hasta ocupar el penúltimo piso, el inmediato a las decisiones cruciales. El ascenso en su escalafón coincide temporalmente con la concepción del proyecto que ocupará toda su vida: la construcción del rascacielos Zigurat. Guiado por la iconografía de la torre de Babel, Balestri concibe un minucioso edificio con un vasto hueco interior, aparentemente inacabado en su extremo, que permite seguir la circulación de los ocupantes. Sobre todo, Zigurat señala su obsesión por la idea de significado en la arquitectura moderna.
El paisaje interior de Zigurat es cerrado y fuertemente subjetivo. Acaso por eso la idea resulta útil a la hija de Mactran, Vera, fóbica al mundo exterior, con la que Balestri consumará un fallido casamiento y para quien pensará cada detalle de Zigurat. Un vasto sistema de conspiraciones del Club de las Seis Lámparas (sociedad situada en Europa pero con influjo mundial que reniega del significado en las construcciones modernas y deriva su nombre de Las siete lámparas de la arquitectura del teórico inglés John Ruskin, para quien la sexta lámpara correspondía precisamente a la memoria) desbarata el proyecto en concomitancia con el derrumbe personal del arquitecto. Aunque Balestri nunca abandonará el proyecto de su edificio utópico (que debía quedar confinado a un museo neoyorquino de fracasos edilicios poblado de maquetas), se concentra en adelante en la redacción exclusiva de unos quaderni teóricos, cada vez más abultados y menos legibles, redactados desde la afasia, cuando el imaginario distorsionado de Zigurat ha comenzado a invadir la realidad.
Tal vez la clave de la patología constructiva de Balestri resida en la referencia a los arsami mencionada por Mactran. Según esclarece el directivo del estudio de arquitectura, los arsami eran santos hindúes que vivían dedicados a una vida contemplativa. Si bien podían imaginar los templos más desmesurados, la construcción efectiva de esas obras iba contra su cultura. Así, el arquitecto italiano es el epítome moderno e involuntario de los arsami. La superficie abrasiva de la melancolía erosiona, inexorable, la obra y la vida de Balestri. Progresivamente, la novela va desnudando aquello que Balestri exaltaba en la arquitectura: la ruina interior, el modo en que las construcciones envejecen sin perder su dignidad y revelan el secreto que esconden únicamente en su condición última de ruinas. Sólo que, en este caso, la ruina que el tiempo descubre es la de una vida, la suya, que encuentra su final en Buenos Aires. Es por eso que, en cierto modo, el carácter inconcluso de Zigurat -en cuanto edificio virtual y mental habitado por los restos de la memoria- se lee y se imagina como una alegoría autobiográfica.
Lejos de la engañosa eficacia de los contadores de historias, obsesionados por la transparencia como coartada, De Santis prolonga en La sexta lámpara una escritura atenta a los detalles, siempre sutil que, ajena a los meros ejercicios de estilo, no desdeña la construcción de una trama contundente. Una apuesta que, en cierto sentido, redime la de su arquitecto. En un poema, Bertolt Brecht aludía a los rascacielos de la isla de Manhattan y profetizaba que de esas ciudades encumbradas no quedaría sino el viento que las atraviesa. Plena de significado, esta novela -también una cuidadosa construcción- elude esa intemperie desolada.