Entre la mesura y la identidad
Ernesto Berra se afianza en la estética informalista; sorpresa ante la quieta belleza de la recuperada pintura de Emilia Gutiérrez; Francisco Travieso y la sensualidad de una paleta con sordina
Ernesto Berra podría perderse en la exquisitez de su sensibilidad; si ello no ocurre es porque Ernesto está anclado en su rico subconsciente. Su tema son los muros que Leonardo recomendaba contemplar cuando estaban húmedos, con las manchas que ello provoca. Las figuras que se entretejen, como en el caso de las nubes, pueden satisfacer la más caprichosa fantasía.
Lo que destaco en Berra es su falta de capricho y el poderoso ingrediente de su imaginación. Cuando Berra parece despegarse de la realidad cotidiana para incursionar en el mundo del ensueño es cuando más pone en juego su sabiduría de artista constructivo, ya que ninguna mancha escapa al destino de una rigurosa composición.
Cartones, telas, maderas, técnicas mixtas, Berra puede decir como Fitzgerald, cuando le observaron que debía aproximarse más a la moda: "Es que yo soy la moda". Anoto el caso porque son muchos los que siguiendo la moda se aproximan al arte de Berra cumpliendo la ley de afuera hacia adentro, pero Berra es como lo quería el poeta Pessoa: alguien que trabaja de adentro hacia fuera.
Ernesto es contemporáneo porque su yo profundo va al compás de su tiempo, un tiempo que él habita con miras a pertenecer a todos los tiempos, que es la única forma de ser artista. Me congratulo de acompañar a este maestro cuyas obras se despliegan ante nosotros como una melodía de vuelo espiritual.
(En Galería Suipacha, Suipacha 1248, hasta el 15 de mayo.)
El más acá y el más allá
Emilia Gutiérrez (1928-2003) es lo que se entiende como una gran artista; esto es, alguien con pleno dominio de su oficio artesanal, que tiene algo propio que decir y que sabe decirlo. No siempre se juntan ambos términos de la ecuación; a menudo, los que tienen probidad artesanal carecen de mensaje propio y los que tienen mensaje propio carecen de probidad artesanal. Por lo antedicho, detenerse frente a los óleos y a los dibujos de Emilia Gutiérrez es una verdadera fiesta para los amantes del arte.
Bien formada académicamente, dio una vuelta más de tuerca en el taller del vasco Urruchúa. Se dio a conocer con algunos de sus condiscípulos durante los años 60, en los que alcanzó plena madurez expresiva a partir de la dolorosa experiencia de la enfermedad de su madre.
Dice Fierro: "Nada enseña tanto/ Como sufrir y llorar". Fue así muy completa la personalidad de quien supo transmutar sus penas en obras de imperecedera calidad plástica. Sin apartarse de lo cotidiano, Emilia Gutiérrez fue capaz de atrapar las dimensiones trascendentes de los personajes que pueblan sus cafés y paisajes, con esa melancolía porteña que ha resultado trampolín para una de las escuelas pictóricas más importantes del mundo. Sus óleos están bien empastados y nos atrapan desde una sencillez, fruto de mucho esfuerzo.
A no engañarse, la cultura no es fácil y por ello apreciar la obra de esta notable pintora es un desafío para cualquier sensibilidad que no esté suficientemente iniciada. Su lozanía de pintora coincidió en parte con mi permanencia en USA y a mi retorno, ella pintaba y dibujaba con tal maestría que los dibujos parecen grabados litográficos. Captó ángeles que la visitaron.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 16 de mayo.)
Sin pausa ni prisa
Francisco Travieso avanza como la estrella de Goethe "sin pausa y sin prisa". Con algún desnudo de mujer que evoca el Génesis, los silenciosos puertos, los paisajes campestres con desnudos femeninos (sin duda reminiscencia de Cézanne) y alguna naturaleza muerta que podría emular la parquedad del resto de sus composiciones, Travieso va desplegando su talento de pintor con una seguridad que no es desplante, con algunas certezas que nunca pecan de soberbia. Por el contrario, vemos en sus pinturas un prudente ascetismo que lo llevó quizá a retratarse con la Pietà de Avignon.
A los amantes del realismo policial les resultará tímido el despliegue de estas formas donde los ocres abundan cortados con algunas líneas negras las más de las veces y, muy excepcionalmente, el todo salpicado por algún pequeño rojo que da vibración al conjunto. Algunos de los disparadores de la inspiración nos vienen de Chile, otros de Ginebra y los más de Buenos Aires. Hay sana relación entre estas pinturas y el tango, porque todo arte clásico debe sustentarse en el nivel de lo folklórico. Lo dicho vale para los grandes músicos y los grandes pintores.
Resultaría contradictorio indagar en lo más hondo sin el correspondiente punto de partida. Así definió Marechal al poeta: "La voz exacta de su pueblo". Y también como "Una zarza hostil en el campo de puerros de la sociología". Travieso cumple cabalmente la condición de pintor y de poeta.
(En Galería Palatina, Arroyo 821, hasta el 4 de mayo.)