Entre israelíes y palestinos, la comprensión es el único camino a la libertad
Ante la asunción del nuevo gobierno en el Estado de Israel, Daniel Barenboim llama la atención sobre el uso del pasado para justificar tendencias militaristas y anexionistas; la importancia del recuerdo y de la razón
Berlín.- El 35º gobierno del Estado de Israel tomará posesión mañana, 75 años después del fin del Holocausto. En la plataforma de su coalición, el nuevo gobierno planea someter a decisión del gobierno y/o del Knéset la anexión de partes de la Ribera Occidental (Valle del Jordán y los asentamientos), según los lineamientos del "plan de paz" de la administración de Trump. Este plan es un paso más en una dirección que lleva a cualquier parte menos a un acuerdo de paz con los palestinos. Es completamente catastrófico.
Históricamente, el hecho de que Israel sea una democracia liberal en pleno funcionamiento -se la designó muchas veces la única democracia de Medio Oriente- ha sido su capital más importante, un capital también fundado en una exigencia de moralidad ejemplar que estuvo en la raíz de la existencia judía a lo largo de toda su historia. Una de las declaraciones cruciales de la Torá, que tiene un eco en muchas enseñanzas, es: "Tu deber es buscar la justicia, solo la justicia".
La persecución de la justicia ha sido ciertamente un principio fundamental del judaísmo desde sus inicios. Las enseñanzas universales de la tradición judía acerca de la responsabilidad hacia todos los seres humanos y el mundo entero reflejan un profundo compromiso con los principios éticos de rectitud y justicia. Sin embargo, Israel está despilfarrando velozmente este capital histórico por dos causas mutuamente conectadas: la ética de la memoria del Holocausto y la persistencia de su trato a los palestinos.
Hacia finales del siglo XIX, Theodor Herzl soñó el sueño hermoso de la patria judía, pero, lamentablemente, apenas unos años más tarde una mentira se deslizó en esa narración: Palestina como "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra". Simplemente, esto no era verdad: en 1914, el pueblo judío abarcaba nada más que el 12% de la población total de Palestina. Nadie con un mínimo de honestidad puede alegar que Palestina era entonces una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra, y hay que ver en este hecho el núcleo de la imposibilidad histórica de los palestinos para aceptar la existencia del Estado de Israel. No obstante, acusar a los palestinos de antisemitas es inaceptable. Primero, porque ellos mismos son un pueblo semita, pero también porque su oposición a aceptar la presencia judía en lo que es hoy el Estado de Israel tiene una clara base histórica y, por lo tanto, nada en común con el extendido antisemitismo europeo que encontró su expresión más monstruosa en el Holocausto.
Israel se limita a evocar el pasado del pueblo judío, pero perdió su capacidad de recordar. Evocar significa llamar algo de la propia memoria, mientras que recordar implica reunir pensamientos, sobre todo acerca de hechos del pasado. La necesidad cabalmente incuestionable de decir "nunca más" cuando hablamos del Holocausto no debe ser el único modo de compromiso con el pasado. Tiene que haber además un aspecto constructivo contiguo y adyacente a la evocación; tiene que haber recuerdo.
El Holocausto, desde luego, debe ser admitido por todo el mundo, los palestinos incluidos; debe ser estudiado y comprendido para que nunca se repita. En ninguna época ni en ningún lugar. Edward Said entendía esto admirablemente y luchaba contra la estupidez y la crueldad de los negacionistas. Tenía muy claro que la ausencia de comprensión del Holocausto y su negación racista abrirían la puerta a una repetición y que esto sería una atrocidad tanto para la memoria de quienes murieron como para la realidad de quienes sobrevivieron.
Pero "comprensión" tiene en la acepción spinoziana otro sentido más profundo: conocimiento y comprensión son diferentes. El conocimiento es algo que uno acumula, pero la comprensión procede de un hondo proceso de raciocinio y conduce a la libertad. Referido a la memoria del Holocausto, esto significa que adquirir conocimiento por intermedio de la comprensión de su esencia nos permitirá no ser esclavos de una memoria que no debemos olvidar. De lo contrario, ofrecerá una justificación para tendencias militaristas y antidemocráticas que expondrán peligrosamente el presente y el futuro de las sociedades tanto israelíes como palestinas.
El horror inhumano del Holocausto y su tragedia pertenecen a la humanidad toda. Estoy convencido de que solamente la disposición para verlo en esos términos nos dará la necesaria claridad intelectual y emocional para abordar el conflicto con los palestinos. Así como es cierto que los palestinos no serán capaces de aceptar a Israel sin aceptar su historia, que incluye el Holocausto, es igualmente cierto que Israel no será capaz de aceptar a los palestinos mientras el Holocausto sea su única norma moral para la existencia.
¿Qué decir entonces de Israel y de su nuevo gobierno? No solamente que su ética de la memoria es defectuosa, sino también que el mantenimiento de la ocupación y la creación de nuevos asentamientos, e incluso ahora los planes de anexar otros territorios, hicieron moralmente superiores a los palestinos. Los israelíes y los palestinos están y seguirán estando permanentemente conectados entre sí. Los israelíes no son solamente los ocupantes y los palestinos no son solamente las víctimas. Cada uno es un "otro", pero juntos conforman una unidad. Por lo tanto, es decisivo que cada uno comprenda no solo su propio relato, sino también la experiencia humana del otro. Esto es algo que podemos aprender de la música: la música no cuenta nunca un solo relato, una sola historia; existe siempre un diálogo o un contrapunto. Cuando hay nada más que una voz, eso se llama ideología, y es algo que nunca podría ocurrir en la música.
Traducción de Pablo Gianera
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