La aún indefinida "nueva normalidad" cambiará el vínculo entre espectadores y artistas; recuperar la experiencia colectiva del hecho cultural es ahora lo más importante
A mediados de la semana pasada se conoció el caso de Tyler Tompkins, un residente de California que pagó 220 dólares para un viaje en avión de tres horas hasta Austin (Texas) con el tiempo suficiente para reservar online una entrada al cine, ver dos veces la misma película y regresar en el día a su casa. La historia revelada por Variety, la publicación más leída y consultada por la industria global del entretenimiento, surge hasta hoy como la manifestación más extrema de las nuevas conductas surgidas a partir de los cambios que el coronavirus planteó en este terreno desde que impuso su inquietante realidad.
La pandemia mantiene los cines cerrados en toda California, la región desde la cual se irradia al mundo todo el poder de la industria del entretenimiento. Pero ese despliegue gigantesco de recursos y de billetes no le permite a un simple fanático del cine cumplir con un rito que hasta marzo era lo más habitual del mundo: pagar una entrada para ver en un complejo cerca de su casa un estreno en pantalla grande.
Tyler Tompkins no puede esperar para ver Tenet, la nueva y muy esperada película de Christopher Nolan, el director de la trilogía de Batman como el Caballero de la Noche. Tenet se estrenó el fin de semana en Austin (Texas), al igual que en la mayoría de las ciudades de Estados Unidos (a excepción, por ahora, de California y Nueva York) y espera ser presentada en otros 70 países a lo largo de septiembre. Muchísima gente se prepara para verla, pero muchísima otra tendrá que esperar, como nos ocurrirá a los argentinos. La interrupción del ya instalado hábito de estrenar las películas de Hollywood más fuertes al mismo tiempo en todos lados es una de las características de este tiempo de transición hacia lo que todos ya identifican como "nueva normalidad", aunque nadie sabe cómo será definitivamente.
Todo es provisional,por más que el 65% de las salas de cine en el mundo ya estén funcionando y no haya razones de peso para creer que esa cifra retrocederá en algún momento por culpa de la reaparición del virus en varios países. Todos sueñan con el regreso de los añorados tiempos previos al Covid-19, pero este largo período de pandemia ya comenzó a modelar nuevos hábitos. Se espera que muchos de ellos perduren más allá del final de la pesadilla, con vacuna o sin ella.
Tal vez el escenario ideal de esta transición sea el que propuso el miércoles pasado el primer ministro francés Jean Castex, al anunciar que el uso del barbijo será obligatorio dentro de los cines, los teatros y los espacios donde se haga algún encuentro cultural. Habrá que usarlos en el hall de entrada, frente a las boleterías y dentro de los baños, pero está permitido quitárselos cuando uno ya está sentado en la sala.
Todas las butacas de los cines franceses pueden estar ocupadas, pero las autoridades aclararon que debe haber una separación mínima de un metro entre un espectador y otro. El distanciamiento social, mucho más estricto en el resto de los países, es la clave de la "nueva normalidad" del espectáculo. Es lo primero que siente el espectador como pérdida frente a sus recuerdos prepandemia y a la vez el escenario con el que se encontrará cada vez que vuelva a tomar contacto con ese mundo.
En la Argentina, donde se espera la aprobación de protocolos sanitarios que las cámaras empresarias y las autoridades vienen consensuando muy trabajosamente, veremos en el mejor de los casos funciones al 50% de la capacidad de las salas. Solo cuando funcionen a pleno la ecuación económica volverá a cerrar para todos. Sin los próximos grandes estrenos, sin materiales originales, no podemos esperar que la gente vuelva a los cines. Y esos lanzamientos no serán factibles mientras los cines no puedan disponer de su capacidad completa.
Esta realidad marca los límites de propuestas alternativas como los autocines. La novedad funcionó en sus comienzos como gran estímulo y novedad para una salida familiar. Pero ese entusiasmo no dura para siempre. Más bien tiene un horizonte corto. "¿Alguien estará dispuesto a pagar una y otra vez entradas de 1200 pesos por coche para encontrarse de nuevo con películas estrenadas hace mucho que ya vio y puede ver cuando quiera en su casa?", se preguntó un avezado hombre de la industria local.
En algunos distritos, como en la ciudad de Buenos Aires, ya se promueve la idea de un "nuevo espectador" que participa de un hecho artístico, cultural o de entretenimiento cómodamente sentado en la butaca de su vehículo. No solo en contacto con el cine, sino con otras manifestaciones en vivo englobadas bajo la idea del "autoevento".
Sería una instancia intermedia entre la plenitud de una experiencia teatral, escénica o musical "de las de antes" y otra de las modalidades surgidas de la pandemia que forzó un nuevo tipo de público: el consumidor full time de espectáculos online. Hubo que adaptarse casi de inmediato al aislamiento obligatorio. No poder salir de casa nos limitaba a entretenernos pura y exclusivamente frente a la pantalla. Y fijaba nuevas reglas a los creadores: o rescataban del archivo sus obras previas o proponían cosas nuevas también desde sus hogares.
Así nace un nuevo vínculo entre el artista y el público. El contacto entre ambos deja de manifestarse a través de un único espacio y se potencia en múltiples pantallas que funcionan como intermediarias. Y esta realidad, además, es la que mejor se acomoda a la era de las redes sociales.
Estos nuevos espacios se encargaron de amplificar las posibilidades de este mundo virtual y establecieron una conexión diferente entre ambas puntas del hecho artístico. El debate de estos días pasa por los alcances de una propuesta ya consolidada. ¿Será el streaming una variante que llegó para quedarse, capaz de desplazar todo lo anterior? Los empresarios y los artistas dicen que el teatro y cualquier otra experiencia artística sin un público presencial resultan inviables. La realidad indica que se trata de una alternativa condicionada a los tiempos de la pandemia, pero que podría abrirle la puerta en el futuro a algún tipo virtuoso de experiencias híbridas. Un nuevo modelo de espectador puede salir de allí.
Tal vez sean esas dos palabras, protocolo sanitario, las determinantes del futuro inmediato para la relación entre el público, el entretenimiento y la cultura. ""
Muchos aventuran para el futuro la convivencia entre estas fórmulas de nuevo cuño y el regreso de los modelos tradicionales. Y, en consecuencia, un espectador capaz de poner en juego en más de una dimensión en su reacción frente al hecho escénico, con un compromiso más proactivo que el de un mero receptor. La vuelta de los espectáculos con público determinará el alcance de esa tendencia.
Al principio de la pandemia, esa expectativa de futuro estaba marcada por el temor y el escepticismo. Un estudio de las empresas Performance y Full Circle, ampliamente difundido en Estados Unidos en los tiempos iniciales de la pandemia, señaló que apenas el 15% de los consultados estaba dispuesto a retomar los hábitos previos a la aparición del coronavirus una vez superada la emergencia.
Al menos en la Argentina apareció cierto optimismo en los últimos tiempos para corregir esa inquietante línea. En los últimos días empezó a circular en la industria del cine una encuesta que señala que cerca del 75% de los consultados volvería sin dudarlo al cine, pero siempre y cuando la convocatoria incluya material original. Todos coinciden que esa es la llave para recuperar la confianza perdida. De otra manera será difícil la vuelta a las salas.
¿Cómo saber si la "nueva normalidad" se parecerá o no a la vieja? Muchos están pendientes de los resultados de un experimento llamado Restart-19, realizado el último fin de semana en Leipzig (Alemania) y del que participaron 2000 personas de entre 19 y 50 años. Cada uno tuvo que someterse 48 horas antes y 48 horas después a un test de Covid-19, además de recibir un barbijo especial y un GPS individual conectado al del resto, lo que les permitió a los organizadores medir y registrar la intensidad, la distancia, la duración y la frecuencia de los contactos. Los participantes también utilizaron un alcohol en gel fluorescente, que deja marcas en todos los elementos que se tocaron. Los asistentes participaron de un recital en vivo dividido en tres fases. La primera, con características similares al de cualquier concierto previo a la pandemia. La segunda, con la obligación de usar el barbijo, que pertenece a un tipo especial (FFP2) que protege al máximo de los contagios. Y la tercera, con la mitad de la concurrencia y estricto distanciamiento social. Se espera que los resultados, aún no difundidos, contribuyan al armado de mejor protocolo sanitario posible pensando en el regreso de este tipo de encuentros, previstos al menos en Alemania para este mes.
Tal vez sean esas dos palabras, "protocolo sanitario", las determinantes del futuro inmediato para la relación entre el público, el entretenimiento y la cultura. Más distanciamiento, algún recelo, cierta desconfianza hacia quienes nos rodean y la protección personal aparezcan como tendencias de comportamiento en una primera instancia. Pero más allá de esas elementales precauciones en un momento en el que todavía reina la incertidumbre, lo más importante es la posibilidad de recuperar la experiencia colectiva del hecho cultural, seguramente el mayor costo de una pandemia que nos dejará recuerdos insólitos. Como el de un fan dispuesto a hacer el mismo día tres horas de ida y tres de vuelta en avión con tal de no perderse el estreno de una película.