Enrique Vila-Matas: "Yo me considero a mí mismo singular, pero no raro"
El escritor español, flamante premio FIL 2015 que inaugura hoy la gran feria en Guadalajara, reflexiona sobre sus duros comienzos y cree que la adversidad "era interesante"
BARCELONA.- Con el premio Formentor en su haber, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ya no ilustra de manera flagrante aquel dicho de que nadie es profeta en su tierra, pero así sucedía hasta no hace mucho, porque muy poco caso le hacían en casa -pese a las incontables traducciones y una legión de fanáticos lectores en todas las latitudes- y los reconocimientos le llegaban del otro lado del Atlántico, como el Premio Rómulo Gallegos en 2001 por El viaje vertical. Ahora también de Latinoamérica recibe la consagración definitiva, con el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2015 de la FIL de Guadalajara por el conjunto de su obra.
Y la satisfacción es doble para el barcelonés, no sólo porque considere al antiguo Premio Rulfo el más prestigioso en literatura hispánica -"es más importante que el Cervantes, que se ha quedado muy anquilosado, un poco como el Partido Popular", comenta mordaz-, sino porque tanto su carrera como su historia sentimental lo unen a México desde hace mucho.
Amigos como Pitol, Monterroso o Álvaro Enrigue llegaron de la mano con los primeros reconocimientos de su trabajo a partir de una reseña elogiosa del crítico Michel Christopher Domínguez a Historia abreviada de la literatura portátil de 1985 en la revista Vuelta.
Esto le trae muy buenos recuerdos, con la confirmación de alguna leyenda, como la de su desembarco a tiros en la tierra de Rulfo. La organización de la FIL despachó en 1992 un tren de escritores desde el D.F. a Guadalajara para la ceremonia de entrega del segundo premio Rulfo que se llevó Arreola. Tren bautizado como Tequila Exprés porque junto a la treintena de escritores viajaban varias cajas de la bebida blanca. "Nadie durmió aquella noche, asistimos a la inauguración de la Feria completamente borrachos. Yo había comprado una pistola plateada en el tren y la disparé al aire al llegar a Jalisco porque me habían dicho que tenía que hacerme respetar", recuerda Vila-Matas entre carcajadas.
-A partir de entonces su carrera fue ascendente, ¿pero fueron tan festivos o luminosos sus comienzos?
-Claro que no, fue duro. Muy pocos críticos en España vieron algo en mis primeros libros a comienzos de los 80, pero que no te hagan mucho caso siempre es un estímulo. La adversidad resultaba interesante, porque yo era consciente de que hacía algo muy personal y me decía: "Ya que no les gusta, pues insistiré y lo haré mejor". Ése fue el motor de mi escritura. Además no creo que fuera fácil ver entonces con claridad mi proyecto narrativo como ahora, con 25 títulos en los que se ve la coherencia del conjunto.
-¿Y ahora siente que se ha entendido su proyecto en casa o sigue siendo el raro de la llamada nueva narrativa española de los 80?
-Yo me considero a mí mismo singular, no raro. Pero entiendo que lo dijeran entonces porque estaba haciendo algo que nadie hacía, como sucede ahora en China, donde me han publicado este año cuatro libro, en cuatro editoriales distintas, y están asombrados de que escriba sobre escritores. Creo que sí, que hoy se comprende un poco mejor el hecho de que resulte difícil clasificarme porque utilizo la narración como cebo para introducir el ensayo o la poesía. Como dice Álvaro Enrigue en un artículo, en mi obra no importa tanto el tema que se trata o la historia que se cuenta como la voz espectacular, en el sentido de visible, una voz reconocible que no coincide como mi yo real pero es la misma en cuentos, ensayos, novelas y artículos periodísticos. Y el flujo de esa voz es la que se reencuentra siempre con el lector.
-¿Qué queda del Vila-Matas primerizo de La asesina ilustrada?
-Queda muchísimo porque ahí estaba concentrado todo lo que fui buscando con los años de distintas maneras. La escribí en París con 23 años, y en París no se acaba nunca digo que fue mi primera novela, pero no es cierto porque había escrito otra antes, con 19, cuando estaba en la mili [conscripción]. Tenía muy poca experiencia y lecturas, pero eso fue beneficioso, porque al tener muy poca idea de lo que era narrar eso me libró de trabas y prejuicios. Me fijé en la estructura de Pálido fuego, que era como un poema, y sobre esa base monté una novela criminal. Recuerdo que un crítico dijo que yo era un discípulo de Borges y entonces me puse a leerlo. Puede que lo fuera, pero no lo sabía.
-¿La vocación siempre fue clara?
-No, yo quería dirigir cine, pero no encontraba financiación. Sólo una vez la tuve, con una película de media hora en Cadaqués que me produjo mi padre. Al estreno en una sala pequeñita me dijo: "Si no me equivoco, la película plantea la destrucción de la familia" [risas]. Ahí me di cuenta de que había perdido la financiación y se había acabado mi carrera. Luego en París estaba muy despistado y me puse a escribir, pero la vocación llegó con los años. Primero como una fatalidad, luego como un trabajo que me apasionaba y me sentaba muy bien. La escritura me ha solucionado muchas cosas, con un mundo paralelo que me ha permitido tener coartadas para casi todo, hasta para decir cosas tremendas sin ser detenido.
-¿Después de haber explorado todas las formas de la negatividad literaria con obras como Bartleby & Compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, nunca pensó que sólo le quedaba el silencio?
-Claro, si me convirtiera en un Bartleby, sería perfecto. Encontraría la justificación y encajaría todo; pero me cuesta mucho renunciar a la escritura porque lo sigo pasando muy bien. Casi diría que no sé vivir de otro modo. Hace unos meses se publicaron en Estados Unidos Historia abreviada? y Kassel no invita a la lógica, y como tuvo muchísima mejor recepción crítica el último, eso me hace pensar que tengo que seguir. En el fondo es la vía de Duchamp, en la que puedes no hacer nada y quedarte tan tranquilo, como cuando le preguntaron cómo era que llevaba 30 años sin pintar y respondió: "Qué quiere usted, si no tengo ideas". Eso es extraordinario, como ponerte una máscara que te relaja enormemente, que te permite seguir, sin sentir la presión de la genialidad a cada momento que debe sufrir Messi.
-¿Por qué dice que la literatura latinoamericana abrió el territorio de su obra?
-Porque es una literatura muy imaginativa y muy vasta. Para un escritor español es una gran ventaja tener todo el mapa de América latina a tu disposición y nunca he logrado entender el desdén de la desconexión. La cultura europea está muy bien para llevarla a otro sitio, no para mirarse el ombligo, para hacer el camino inverso de Rubén Darío. Parece mentira que los escritores no comprendieran, incluso antes de la crisis, que el porvenir está en Latinoamérica.
-Bolaño decía que la literatura argentina había sido determinante para él. ¿Es también su caso?
-Sí, para él Borges fue determinante y lo ha reconocido. Creo que todos los escritores pertenecemos a una rama de la literatura moderna, salvo que inventemos una nueva. Y yo también soy borgeano, lo quiera o no. Me gustaría haber inventado una rama nueva, pero no lo he logrado. Pero en cambio Bolaño tal vez sí que lo ha conseguido, eso se verá con el tiempo, porque tiene muchos seguidores que también pueden escribir muy bien. Yo no, porque mi caso es una voz, que es lo más difícil de imitar. Si uno intenta parecerse a Perec, le sale pésimo. También he leído mucho a Bioy, Macedonio, Cortázar, Néstor Sánchez, Gombrowicz? Pero por una cuestión generacional tengo más diálogo con Piglia, Pauls, Fresán o Chejfec. A Aira lo he visto pocas veces, pero lo respeto mucho y me parece interesante lo que hace, que sería, según un nuevo invento de la crítica americana, literatura conceptual, una vía en la línea de los ready made de Duchamp en la que también me ponen a mí.
-La última pregunta es sobre la independencia catalana?
-No me suelo pronunciar en política porque automáticamente eso se convierte en un titular o un tuit y recibes los ataques de uno u otro bando. Pero de lo que sí estoy asombrado es de la cantidad de mentiras que dicen unos y otros; son mentirosos compulsivos. Se trata de un enfrentamiento entre dos partidos de derecha: el Partido Popular y Convergència i Unió que se les ha ido de las manos y ahora se retroalimentan. Por eso preferiría no intervenir.