Enrique Vila-Matas: “Mi discrepancia frente al presente es grande. Si me preguntan, digo que estoy en contra de todo”
La cancelación, la paridad de género y los temas de debate actual se cuelan en una conversación con el autor español sobre “Montevideo”; a propósito de su nuevo libro, donde tiene protagonismo la literatura cortazariana, indaga “¿será que soy rioplatense?”
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De vuelta en las librerías locales con Montevideo (Seix Barral), surge el interrogante: ¿Enrique Vila-Matas se ha convertido en un escritor rioplatense? A los 74 años, presenta una ficción en la que un escritor sin obra y al que no le pasa nada emprende un viaje por ciudades, hoteles y universos literarios en los que habitan escritores verdaderos e inventados y lo esperan sucesos inesperados. Adolfo Bioy Casares, Mario Levrero y Néstor Sánchez (”aquel Cortázar secreto”), Vlady Kociancich, Beatriz Sarlo y Sergio Chejfec, Enzo Cuadrelli y Madeleine Moore forman parte del elenco del nuevo misterio profano del autor español elogiado por Paul Auster, Ricardo Piglia y Emmanuel Carrère.
Una de las metas de Montevideo -cuyo núcleo es un cuento fantástico de Julio Cortázar ambientado en un cuarto del Hotel Cervantes de la capital uruguaya- es probar que la libertad y el riesgo siguen siendo necesarios para la literatura. En la novela se establecen “las cinco tendencias narrativas” (que el protagonista transita), reflexiones sobre la autoficción y la literatura cortazariana, además de visiones y encuentros en terrazas de Lisboa y Montevideo, calles parisinas y neoyorquinas e incluso en una Bogotá sitiada por la inminencia de un censo.
Perseguido por la sombra de Cortázar, el narrador de Montevideo vive su particular infierno en cuartos de hotel de ciudades europeas y latinoamericanas, mientras desgrana un rosario de resúmenes de novelas y cuentos, citas (explícitas y encubiertas) y anécdotas de escritores, artistas y filósofos (verdaderos e inventados), y teorías estéticas y extraestéticas propias y ajenas. “Lo que se escenifica en cualquiera de mis libros no es exactamente una trama, o una serie de ideas, sino a mí mismo tramando, pensando o escribiendo bajo el avatar (que varía en cada libro) de un ensayista”, dice Vila-Matas desde Barcelona, en diálogo con LA NACION.
-¿Se puede decir que Montevideo es una novela?
-Es una novela, pero hay que encuadrarla en la variante más libre y desatada de la literatura.
-¿Y la idea?
-Algunos narradores nos trastornamos cuando nos preguntan de dónde viene la idea de nuestro libro. ¿Por qué? Siri Hustvedt dice que al ver que la pregunta en realidad es incontestable. ¿Lo es? Para Plutarco, una idea es, por sí misma, naturaleza incorpórea. El año pasado, viajando en metro, le oí decir a un pasajero: “De mis ideas me acuerdo. Pero dónde están”. No, no visibilizamos nuestras ideas, tal vez porque son incorpóreas, o porque no encajan en una “sociedad del espectáculo” tan habituada a las imágenes. Aun así, voy a aventurarme, como si hubiera pasado por aquí un cronopio. Montevideo cobró vida cuando leí que en su momento Beatriz Sarlo, hablando de “La puerta condenada”, de Cortázar, había señalado que precisamente en esa puerta del título estaba “el lugar exacto en el que irrumpía lo fantástico en el relato”. Al entender o imaginar que Sarlo sugería que ficción y realidad convivían perfectamente en ese “lugar exacto” que podía encontrarse en la puerta 205 del Hotel Cervantes, de Montevideo, llevé a mi narrador a esa ciudad. Lo llevé para investigar qué sucedía cuando uno se hallaba ante una puerta condenada en la que realidad y ficción confluían, convivían. ¿Qué podía verse ahí? ¿O había que atravesar la puerta y pasar al cuarto contiguo para ver lo que había? Pasar “a la otra parte”, diría Alfred Kubin.
-¿Qué dijo Sarlo sobre ese involuntario puntapié creativo?
-Oí decir, o lo leí en alguna parte, que había comentado que no se acordaba de esa frase. Es comprensible porque está escrita hace muchos años en un texto sobre Cortázar que no he encontrado, aunque la frase de Sarlo no la inventé, la encontré en internet en alguna parte y ya no sé dónde fue.
-¿Qué relación mantiene con la literatura argentina o, mejor dicho, rioplatense, y cuál es su relación personal con esta literatura?
-El mismo hecho de que el narrador de Montevideo viaje al Hotel Cervantes para ver qué sucede entre esos dos viejos cónyuges que son la realidad y la ficción ya indica una relación personal con ciertos cuentos rioplatenses. De hecho, en largas temporadas del pasado, leí con gran entusiasmo a Bioy. Y a Cortázar, al que curiosamente llegué a través de la lectura de Nosotros dos, de Néstor Sánchez, del mismo modo que al Quijote llegué por el Tristram Shandy. En general, en la escritura argentina de hoy, por las causas que sean, se conserva la pasión por lo literario, por la esencia de la literatura. Más que en París y Londres, creo, y más que en otros puntos que en otro tiempo contaron en la geografía literaria del mundo. Y hoy en día, enmarcándolos en la tradición del cuento rioplatense, leo con la misma admiración que tenía por Bioy los relatos de Samanta Schweblin, las historias de Mariana Sández. Y sigo grandes obras en ciernes, como la de Ariel Luppino, el escritor de Monte Grande, que interviene, por cierto, en Montevideo. ¿Será que soy rioplatense? Seguro que lo he sido en ocasiones, en mis incursiones en Buenos Aires. Y es que yo siempre soy del lugar donde me encuentro.
-¿Leyó la obra de Luppino?
-Luppino, del que no había oído nunca hablar, me hizo llegar, en Barcelona a través de un amigo suyo de apellido Magallanes [el editor y escritor Francisco Magallanes], una edición única, irrepetible y dedicada de La otra vida, un librito aún por aparecer en aquel momento y en el que encontré unas palabras que vi que podía integrar en Montevideo. Y así lo hice.
-¿Se opone la trama al compromiso con el lenguaje? ¿No pueden ir juntas una y otro?
-No digo que se oponga, es solo que en mis libros favoritos la trama suele ir detrás del estilo. Eso se explica porque, como dijera Álvaro Enrigue, escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar los ensayistas: un yo literario visible. De hecho, lo que se escenifica en cualquiera de mis libros no es exactamente una trama, o una serie de ideas, sino a mí mismo tramando, pensando o escribiendo bajo el avatar, que varía en cada libro, de un ensayista.
-¿Qué opina de la autoficción? ¿Montevideo puede ser leída en clave autobiográfica?
-Últimamente, en mi país se empeñan en adosarme palabras espurias como autoficción. Y bueno, está claro que en todos los relatos, en todos, absolutamente todos los relatos de todos los tiempos, hay un ineludible fondo personal. Lo recuerdo a veces, en cuanto me llega la pregunta cliché por excelencia. Me dicen: “Y dígame usted, ¿cuánto de autobiográfico hay en su autoficción?”. Y mi respuesta es: “Nada de autoficción, por dios, qué manía. Solo hay ficción a secas, sin más, como en la Biblia, detrás de la cual también estaba alguien creando algo, en primer lugar, para sí mismo”. El otro día, en la televisión, donde uno no puede con las palabras dar muchos rodeos, me preguntaron qué tenía contra la autoficción. Dije: “Nada. Solo que la palabra ficción es más breve que la palabra autoficción y porque hasta la no ficción es para mí ficción”. Me faltó añadir que, como ya explica el narrador de Montevideo, cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que, desde el instante en que se ordena el mundo con palabras, se modifica la naturaleza del mundo.
-¿Por qué ha dicho que esta es su novela más libre y qué piensa de los que hablan del “renacimiento” de su literatura? Las anteriores estaban muy bien.
-A mi retorno a casa, después de que, en el Clínic de Barcelona, me trasplantaran el riñón que me donó Paula Massot, mi mujer, me encontré con el borrador que había dejado terminado de Montevideo, y vi que era susceptible de ser, ya no corregido, sino transformado por completo. A eso me dediqué en los que, como escritor, fueron los mejores meses de mi vida. Jamás había trabajado con tanta alegría, emoción y valentía. Comprendí el sentido más profundo del verbo renacer. Y es que, a medida que mejoraba mi estado físico, mejoraba también Montevideo. En mi teatro privado, viendo como tanto mi vida como lo que escribía crecían en paralelo y de un modo tan asombroso, me sentía como alguien que, tras renacer en el sentido más literal de la palabra, da un paseo glorioso al borde de un abismo. En cuanto a lo que dice de que las anteriores novelas también estaban muy bien, no puedo estar más de acuerdo, aunque estén un peldaño por debajo de Montevideo. Pero, por ejemplo, Esta bruma insensata, en su reciente traducción italiana, ha sido encumbrada por toda la crítica de ese país. Y la anterior, Mac y su contratiempo, en su traducción al inglés, fue semifinalista del Premio Booker Internacional en 2020.
-¿En quién está inspirado el personaje del escritor argentino Enzo Cuadrelli?
-Inicialmente, Cuadrelli era Sergio Chejfec, pero los personajes de Montevideo fueron revelándose para mí todos con luz y sombra, por lo que decidí llamarle Cuadrelli, porque en Sergio no había yo visto nunca ninguna sombra, ni merecía que se la endosara. Era una persona adorable. Cuando en plena reescritura de Montevideo murió Chejfec repentinamente, ya tuve claro del todo que no sería personaje de mi novela, pues no iba a adjudicarle excentricidades como las de Cuadrelli. Pero quedan del amigo Chejfec algunas huellas dentro de Montevideo, como la descripción de un “indeciso” vagabundeo por Nueva York, que fue incorporado por él a su ponencia sobre la ambigüedad en el congreso de Sant Gallen, en Suiza.
-El narrador busca su propio “cuarto propio”.
-Me di cuenta de que Montevideo, en realidad, andaba todo el rato tras un “cuarto propio” y es cuando me acordé de Virginia Woolf. Por eso, Moore, la amiga del narrador, se ríe de él por estar buscando lo que durante tantos años buscaron las mujeres.
-¿Piensa publicar un nuevo libro de ensayos?
-De artículos y conferencias, sí. Es una costumbre que inicié en 1988 con El viajero más lento y que he ido practicando a lo largo del tiempo.
-¿Tiene una opinión sobre los debates actuales en el ámbito literario: las “cancelaciones”, los reclamos de paridad de género, las tomas de posición ideológica?
-Mi discrepancia frente al presente es grande. Y si me preguntan, digo que estoy en contra de todo. “Para ser realmente contemporáneos hay que ser intempestivos, ligeramente inactuales”, gritaba Nietzsche desde su ventanal de Turín. Así que trato de seguir construyendo mi obra, inasequible al desaliento y a la actualidad. Me adhiero a mi tiempo, porque es inevitable (“No te preocupes por ser moderno, porque desgraciadamente lo serás”, decía Dalí), pero, a la vez, tomo distancia del presente, puesto que a fin de cuentas solo así, desde esa posición desplazada, puede abrirse paso la distancia crítica, la discrepancia frente al presente.
-¿Qué perspectivas tiene la literatura en el panorama actual?
-Creo que con el tiempo, la humilde literatura, no relacionada con el poder, será la única que, por no haber sido precisamente humillada, perdurará.
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