Enrique Vila-Matas: "Latinoamérica cambió el territorio de mi literatura"
El escritor barcelonés es el ganador del Premio de la FIL Guadalajara, por el conjunto de su obra; no bien conocida la noticia, ayer, habló con LA NACION
BARCELONA.- Recién desembarcado de un largo viaje promocional por China, donde este año publicó cuatro títulos, aún no lo termina de creer. Insiste al teléfono desde su casa en el Ensanche barcelonés sobre lo "sorpresivo" del galardón, pero en el fondo sabe que hay buenas y sobradas razones para la distinción. Más aún tratándose de un premio que viene de México, donde tiene buenos amigos, aunque quizá mejores lectores.
Es Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), un raro entre los raros de la narrativa española reciente que desde hace años carga en su tierra con el estigma de "autor de culto", en el peor sentido. Es decir, cuando la fórmula se utiliza para dar por sentado que el fanatismo de sus lectores es inversamente proporcional a su número. Pero el reconocimiento le llega desde hace tiempo del otro lado del Atlántico. Cuestión que confirma la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara con el Premio de Literaturas en Lenguas Romances 2015 a toda su obra, que falló ayer. Un galardón que se suma a otro de peso, el Rómulo Gallegos, que recibió hace 14 años por El viaje vertical: Y ya le quedan muy pocos de los importantes para completar su palmarés en el nuevo continente.
"El crítico Michel Christopher Domínguez me dijo hace 15 años que iba a ganar el Rulfo", recuerda doblemente agradecido Vila-Matas, porque el premio de la FIL llega desde Jalisco, la tierra del autor de Pedro Páramo, y eso lo reconforta. Christopher Domínguez fue además el autor de la primera crítica elogiosa, publicada en la revista Vuelta, que recibió del país azteca en 1985 a propósito de Historia abreviada de la literatura portátil. Y eso tampoco se lo olvida el barcelonés. Lo siguió en la estela de alabanzas el escritor Álvaro Enrigue con aquella frase citada hasta el hartazgo en fajas y solapas: "el mito naciente de la literatura española". "Hasta que tuvimos que reemplazarla porque con los años dejé de ser un mito naciente", recuerda jocoso en diálogo con LA NACION.
Y con esa buena recepción no sólo ganó unas cuantas amistades, sino que le abrió las puertas de Latinoamérica. "Fue un recibimiento extraordinario, el libro le gustó mucho a Mutis, a Monterroso, al pintor Vicente Rojo y, en la Argentina, a Bioy Casares", rememora el autor de El mal de Montano con cierto tono despechado porque entonces poco ruido hacía en casa y aún faltaba mucho para el Premio Herralde (2002). "Eso cambió mi mapa, el territorio de mi literatura, porque me sentía más reconocido en América latina que en España", confiesa. "Aquí, en cambio, aún tengo que justificarme frente a esa pregunta reiterada, casi ofensiva, de por qué me hacen tanto caso afuera", añade. Y lo hace con la respuesta que le brindó su amigo Segio Pitol hace muchos años: "Porque tu literatura es excéntrica y América latina también lo es, en el sentido literal de la palabra", cita Vila-Matas, recordando la idea de excentricidad geográfica para Pitol: "Para él la mejor literatura del siglo XX no nace en el centro de Europa, sino en Lisboa, Ginebra, Dublín".
Como fuera, el autor de las recientes Kassel no invita a la lógica (Seix Barral) y Marienbad eléctrico (Caja Negra) no ha dejado de viajar y de dialogar en un ida y vuelta con la literatura latinoamericana. En especial en las distancias cortas con autores como Felisberto Hernández, Néstor Sánchez, José María Arguedas, Julio Cortázar o Julio Ramón Ribeyro, que considera determinantes en su obra. Y a tal punto se da en su caso esa estrecha relación que hoy genera cierta confusión en el mundo anglosajón. "The Guardian me sitúa entre los cinco mejores escritores latinoamericanos publicados en el último año, cosa que me resulta muy graciosa, pero me halaga", se divierte.
Dueño de una prosa híbrida, a medio camino entre la ficción, el ensayo y las referencias autobiográficas -similar en cierto sentido a programas narrativos como el de Ricardo Piglia- ,Vila-Matas ha construido buena parte de su obra como una reflexión de la propia escritura y, sobre todo, una exploración de la experiencia de la negatividad literaria en todas sus variantes. Desde el suicidio narrativo o el testarudo bloqueo de la página en blanco, en obras como Bartleby y compañía (2001), hasta la vivencia obsesiva de la literatura como una enfermedad insuperable con la citada El mal de Montano, o el ocultamiento y la fuga ribauldiana con títulos como Doctor Pasavento (2005).
En todo caso, el premio de la FIL, dotado de 150.000 dólares, le llega ahora por "renovar la literatura de Europa y América" -tal el fallo del jurado- con "una obra en la que se entremezclan distintos géneros y se diluyen las fronteras entre el ensayo y la ficción". Un premio "que tiene lógica por mi relación con México" -reconoce le autor-, aunque el jurado tenga muy poco de mexicano", bromea con relación al origen de los miembros del tribunal integrado por João Cezar de Castro Rocha de Brasil; Ottmar Ette, de Alemania; Joaquín Garrigós, de España; Alberto Manguel, de la Argentina/Canadá; Patricia Martínez, de España, y Pierre Assouline, de Francia.
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