Enio Iommi: biblia y calefón
A los 86 años, uno de los escultores argentinos más originales confirma con las obras que se exhiben en la Fundación Klemm hasta qué punto su filosa mirada y su talento siguen intactos
Uno y vario, fiel a sí mismo, Enio Girola Iommi (Rosario, 1926) es un perverso polimorfo. Es decir, un niño, según la definición freudiana. Más llano, el dicho español afirma que la verdad se oye de boca de niños y de locos, de aquellos que no ajustan juicios, decires y obras con el rasero de la conveniencia modosa y acomodada al uso.
Iommi vuelve al ruedo desde el horizonte del tablero de la mesa de café, donde conviven Biblia y calefón desde antes de que el genial Discépolo se convirtiera en el Mordisquito que murió del asco ajeno y, finalmente, propio. Estas menciones no son baldías: aluden a la rica y mestiza experiencia argentina.
De todo esto y de sus degradados descendientes tecnológicos contemporáneos trata la muestra Las maravillas del mundo, ensamblados y materiales mixtos que Iommi presenta en la Fundación Federico Klemm. Elena Oliveras es responsable de la curaduría y del texto que integra el catálogo, junto a las desencantadas palabras del artista.
Atención: Iommi no cuestiona la tecnología sino el uso ignorante, insulso, de su potencial. Cala hondo desde el dominio precoz, familiar, de las técnicas del laboreo de materiales, conceptos y metáforas sintetizadas en imágenes nítidas, sin abdicar de la enjundia conceptual. Es la ancestral tradición italiana, sin remilgos ante las exigencias del oficio.
Desde el tuteo con la materia, Iommi se desacató junto con los pares del grupo Arte Nuevo-Invención. Teóricos, filósofos, poetas, diseñadores, pintores y escultores convulsionaron el lapsus informativo impuesto por la Segunda Guerra Mundial. No es dato secundario que de la precariedad haya emergido una renovación fundante del arte producido en el remoto sur, la República Argentina.
La movida era la concreción plástica de una utopía social y política. Pero de la estética estricta, ascética, del movimiento Arte Concreto derivó Iommi hacia materiales rústicos, pegamentos visibles, con rebarbas bruscas.
Hoy está Iommi acotado por una silla ortopédica mientras remonta una operación. Pero su virulencia está intacta. Rezonga su malestar en el texto del catálogo y lo pone en obras –en acción– realizadas en los dos últimos años. Él no está desencantado, sino que es un arrabbiato.
Las maravillas del mundo evoca a Marco Polo antes que a la creación de Lewis Carroll. Y en ese tablero se titean (sería más enérgico en criollo) parejas que comparten detritus en un sanitario (Los dos al mismo tiempo).
Sobre el tablero de Iommi se entremezclan juguetes kitsch, híbridos de anatomía dispar, irredenta prole de la talidomida. No vacila en ser escatológico, acusador en Arte BA, Todo sirve, Sin salida, Desde chicos nos oprimen y otras obras. Este ítalo-rosarino es, en lo profundo, unamuniano: va contra "esto y aquello", acama los chanchullos, las mentiras flagrantes de nuestro tiempo. Abre juicio sobre la realidad política de hoy. No hay comedimientos en la visión certera.
Desde una perspectiva filosófica inobjetable, Elena Oliveras habla de los "poderes de la abyección". El "abyecto" es el otro. Iommi rechaza y se opone al mendaz, al verdugo, a quien se muestra víctima cuando fue y es cómplice.
Esta obra de alta ignición no admite encarnarse en sosiegos plásticos. Los tiempos cambian y también el modo de advertencia. Quien quiera oír que oiga. Enio Iommi osa, otra vez, decir en voz alta lo que piensa. A la degradación de la hora la enfrenta con enjundia, y desde la degradación misma de la materia vana construye su interpelación tan sonora como aquellas que tronaron ante las murallas de Jericó. Iommi se compromete y se atreve desde las entrañas. El público podrá coincidir o rechazar la visión, pero no puede quedar indiferente.
Ficha . Las maravillas del mundo, de Enio Iommi, en Fundación Federico Klemm (Marcelo T. de Alvear 626, subsuelo), hasta fines de noviembre. Entrada gratis