Seis semejanzas entre dos cuadros del Greco y Picasso
Para celebrar el aniversario del artista malagueño el Museo del Prado señala en una muestra la influencia del autor cretense en el origen del cubismo
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Uno de los argumentos que los museos suelen usar para justificar que dos cuados de distintos autores, de diferentes épocas y tendencias se cuelguen uno al lado del otro es el diálogo. Dos pinturas que dialogan, dos artistas que conversan son las frases que suelen esgrimir. Y, en demasiadas ocasiones, los espectadores tienen que recurrir a los carteles, los catálogos, incluso seguir investigando tras la visita para entender esa charla que en la sala del museo de turno no lograron escuchar.
Picasso, el Greco y el cubismo analítico es uno de los últimos ejemplos y se puede ver hasta el 17 de septiembre en el Museo del Prado. En una de las salas de la pinacoteca madrileña se cuelgan cuatro parejas de cuadros de los dos artistas para explicar cómo el malagueño recurrió al cretense para burlar la tradición académica que le habían enseñado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y dirigirse hacia el cubismo.
En los apóstoles de la última etapa del Greco, Carmen Giménez ha encontrado la mejor excusa para desplegar el diálogo entre Picasso y uno de los grandes maestros de la pintura occidental. Son figuras de medio cuerpo, ataviadas con túnicas, sobre un fondo oscuro, con una iluminación intensa y frontal. Con la ayuda de la curadora y la que fuera la primera directora del Museo Reina Sofía, encontramos las semejanzas entre dos de las obras, una de las parejas.
1. La abstracción está en la capa. El Greco se formó en la tradición del arte posbizantina como pintor de iconos, un lenguaje en el que la tercera dimensión no existe y las figuras gravitan en un espacio indefinido. Este San Bartolomé responde a este estilo, sobre todo, en palabras de Giménez, “en la construcción libre de la capa” que permite a Picasso liberarse de la misma manera en el Acordeonista. “Son pliegues geométricos prácticamente cubistas”, añade.
2. “Crueles borrones”. Esa túnica abstracta no solo parece que gravita en el vacío, sino que está trazada de manera casi impresionista. “Son pinceladas no fundidas, como abocetadas, no tenía un estilo pulido de líneas precisas”, dice Giménez que señala cómo Picasso recupera este tipo de técnica a la que llama “crueles borrones” tomando las palabras de Francisco Pacheco, el maestro y suegro de Velázquez.
3. Parece una mano. Carmen Giménez insiste mucho en la manera en la que el Greco pinta la mano en este cuadro. “Si se pone al lado de una de Velázquez no parece una mano”. Y a la vez, tiene una gran expresividad. La misma referencia hará de los cuerpos de La Resurrección de Cristo, Pentecostés y La Crucifixión, todos del cretense, que se exponen frente a esta pareja de cuadros.
4. Verticalidad sobre profundidad. Ninguna de las piezas de la exposición es horizontal. Si el Greco eligió el formato vertical y una perspectiva invertida, Picasso se la lleva al cubismo con formatos estrechos y alargados. “Si mis figuras de la época azul se estiran, probablemente es por su influencia”, reconoció el artista malagueño.
5. La misma paleta de colores. El cubismo de Picasso es gris, marrón, crema, ocre. En este caso, asegura la curadora, no copia los tonos del apóstol del Greco, pero un cuadro al lado del otro parecen decir lo contrario.
6. Un retrato más psicológico que físico. El rostro de San Bartolomé tampoco parece el de una persona. La curadora vuelve a encontrar en esta figura masculina una abstracción alejada de la realidad. José Álvarez Lopera, historiador de arte, definió este gesto y la intención del Greco con estas palabras: “Concibe a sus apóstoles desbordantes de energía y a la vez abismados, ajenos a cualquier contingencia”. Es el espectador el que tiene que hacer el esfuerzo de encontrar en el Acordeonista de Picasso las referencias a una cara y así decidir si en esa intencionalidad y deconstrucción cubista hay algo también de extrañeza o indiferencia.
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