En “Posguerra”, la obra argentina seleccionada por la Bienal de Danza de Venecia, el campo de batalla es el propio cuerpo
Melisa Zulberti y un equipo artístico multidisciplinario de dieciséis personas viajan esta semana a Italia para estrenar un proyecto que explora lo que viene después del trauma
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Hace un frío de locos en el galpón de CheLa, laboratorio creativo alojado en una antigua fábrica de amianto en Parque Patricios, donde cinco bailarinas y todo un equipo le ponen el cuerpo a Posguerra: la primera obra argentina seleccionada por la Bienal de Venecia para estrenarse en el 18° festival de danza contemporánea, que desde el jueves y hasta el 3 de agosto se desarrollará en la ciudad de los canales. La atmósfera bien contribuye a entrar en tema, en un estado de intemperie, y cuando en la ronda toca el mate, que da vueltas entre la directora, el músico, los asistentes y la gente que trabaja detrás de cámaras, se entibia un poco la mirada. El anillo de plata que contiene la yerba exhibe una marca de origen, “Tandil”, dice el grabado, los pagos de Melisa Zulberti, la artista detrás de este proyecto seleccionado nada menos que por Wayne McGregor.
Para ubicarse: Sir Wayne McGregor, Comandante de la Orden del Imperio Británico, es antes que cualquier otra cosa un innovador. No importa si trabaja diseñando un baile de Navidad para 400 chicos en el rodaje de Harry Potter, si lo hace para Tom Yorke, de Radiohead, en su nueva aventura musical, o poniendo en escena la premiada creación inspirada en Virginia Woolf (Woolf Works), con Alessandra Ferri, en la Royal Opera House de Londres o en el ABT de Nueva York. El hombre, a sus 54 años, siempre está más allá de lo imaginado, de lo aparentemente posible, y es así hace casi tres décadas. “La directora argentina, artista visual, especialista en instalaciones y bailarina contemporánea Melisa Zulberti desafía las convenciones con su obra multidimensional y con conciencia social, en un momento de la historia en el que crear vínculos fuertes entre nosotros, situarnos en una comunidad y actuar desde dentro de ella parece más urgente que nunca”, señalaba McGregor, director artístico de la Bienal de Danza, para explicar por qué eligió financiar y coproducir este proyecto en el marco de la cumbre internacional.
Tendrán el bautismo de fuego el sábado 20 en el arsenal Tese Dei Soppalchi, espacio destinado para presentaciones de artes vivas. Mientras tanto, 11.370 kilómetros más acá y veintitrés grados centígrados por debajo, ataviadas con una especie de overoles blancos y plateados, con los pelos uniformemente recién cortados, cinco mujeres se ponen los cascos y van al frente: la sala de ensayo. A mitad de camino entre el futurismo y la distopía, desafían el terreno movidas por una pregunta que buscan desentrañar: ¿cuál es el estado del cuerpo de la “posguerra”, entendida como lo que viene después del trauma, es decir, el “postrauma”?
“Me sentí más cerca de trabajar desde lo psicológico que del imaginario bélico. Esta es más una guerra personal, una obra de guerra con uno mismo”, reflexiona Zulberti, que a los 34 años también ha salido airosa de sus propias batallas.
Decir que Posguerra fusiona artes escénicas, audiovisuales, tecnología, música original y objetos es descomponer el adn de esta creadora, formada entre la danza y el diseño industrial. Haría falta incorporar a la lista de ingredientes una característica de su perfil, la adaptabilidad, que queda en evidencia tras conocer una muy particular anécdota detrás del proceso de selección. Cuando tres días antes del cierre de la convocatoria internacional Zulberti se inscribe con su propuesta en el proceso de selección para ir a Venecia lo hace con una obra que no es esta que finalmente se verá. Aquella Posguerra (la “elegida”) ubicaba en los renders nueve cuerpos pendulares, pero tras asignarle al team argentino la sede donde tendría lugar el estreno, advirtieron que allí no podrían colgarse. “Me pidieron que pensara un proyecto nuevo, no les importaba el cambio; ellos ya habían elegido al artista ganador y entonces yo podía hacer lo que quisiera”, relata. Ideó otra obra para la que decidió comenzar por hacer una audición en busca de intérpretes y, de ese modo, abrir la oportunidad de mostrarse a nivel mundial, participar de la Bienal y viajar a Italia con un círculo de artistas más amplio que el cercano.
“Yo trabajo con objetos y si bien hay cuerpos que conozco y sé las posibilidades dramatúrgicas que tienen, necesito verlos en vinculación con esos elementos. En esa audición quedaron tres chicas nuevas”, cuenta. Así, la segunda Posguerra empleaba una pileta de agua en el piso, con un dispositivo a motor, que giraba, y era tan agresivo que requería de cuerpos sensibles para generar un contraste. “Me aceptaron esa obra y cuando terminé de armar el equipo nos llegó la cotización de lo que salía trasladar todo a Venecia o fabricar el objeto allá y mientras tanto construir otro acá para ensayar. Por segunda vez, me tuve que sentar a repensar Posguerra a nivel arquitectónico y encontrar otra estructura que me ayudara a narrar la conceptualización. Entonces llegaron las placas”. Diversas pruebas de materialidad mediante, la versión definitiva es la tercera: la vencida. “Tuve que enamorarme de un proyecto que no fue el que al principio soñé”, reconoce. “Pero al final, los resabios de ideas de aquellas obras entraron en esta”.
Ahora, una serie de módulos de más de dos metros de altura y 29 kilos pone a las intérpretes a vérselas con nociones de la física de lo más elementales, que requieren de equilibrio, fuerza y resistencia: planos inclinados, caídas, vaivenes. “Veníamos a las ocho de la mañana para hacer una preparación y que empezaran a ganar masa muscular. La gravedad, el peso, esta idea de lucha de poder, de sostenerse y ser sostenido, viene desde aquella primera obra que mandé”. El carácter espejado de las placas hace que, por momentos, más que cinco performers, Fernanda Brewer, Abril Ibaceta Urquiza, María Kuhmichel Apaz, Victoria Maurizi y Gabriela Nahir Azar parezcan un batallón. Una coreo marcial marca el paso en el desplazamiento por ese campo metalizado, pero el guiño semántico se desploma junto con el estrepitoso derrumbe que nos deja otra vez enfrentados a la idea del postrauma. “Yo siento que trabajo con temas más universales”.
Si la lectura de cualquier obra está en mayor o menor medida contaminada por su contexto (imposible no entender Sobre sí mismo, el trabajo anterior de Zulberti, cómo metáfora de la forma en que vivimos: ¿hacia adónde vamos, corriendo todo el tiempo, sin reparar en el gasto de energía, insistiendo, cayéndonos y volviéndonos a levantar?), es necesario preguntarse cómo condiciona o modifica el sentido de esta pieza el hecho de que vaya a estrenarse en el centro de Europa, en una coyuntura atravesada por la guerra. “Me tengo que hacer cargo del nombre de la obra y de esa construcción previa que el espectador trae al sentarse en las gradas. Es una responsabilidad, porque cuando decidí el título no se hablaba de una tercera guerra mundial. Al principio me asusté, porque esto se iba a cargar de mucho sentido y tenía miedo de no poder estar a la altura; después entendí que dentro de mis posibilidades, con mucho respeto y compromiso, trato de dar lo mejor de mí llevándolo a otro plano… Sino sería muy pretencioso”.
Aun con el financiamiento de Venecia y la colaboración de CheLa como lugar de experimentación por más de dos meses, Zulberti precisó del apoyo las fundaciones Proa, Santander y Williams, y del centro de arte y tecnología ArtLab de Gonzalo Solimano (“Él albergó todos mis proyectos y los potenció”). “Soy muy exigente conmigo y me tomo todo con mucha responsabilidad aunque ponga la obra en el patio de la casa de mi mamá. Vivo con mucha intensidad. Hago todo como si no hubiera un mañana”.
De regreso de Venecia, en octubre, Posguerra se presentará en el FIBA, Festival Internacional de Buenos Aires.
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