En el nombre del otro
ELIZABETH COSTELLO Por J. M. Coetzee-(Mondadori)-Trad.: Javier Calvo-240 páginas-($23)
Después de que el sudafricano John M. Coetzee obtuvo el año pasado el Premio Nobel de Literatura, creció la expectativa internacional sobre su producción y el prestigio y la difusión de sus novelas. Antes ya había recibido dos veces el Booker Prize, el galardón más preciado de Inglaterra, y las novelas Desgracia, Infancia y Juventud habían sido destacadas por el público y la crítica.
Elizabeth Costello, su nueva obra, juega con la hibridez entre ensayo y ficción. También con una leve hebra biográfica y con el relato inserto en la sucesión narrativa. La protagonista, cuyo nombre da título a la novela, es una escritora australiana consagrada, nacida en Melbourne y ya entrada en años, que ha decidido dejar a un lado la vida familiar, ya en la vejez, para dedicarse, a veces contra su voluntad, a la tarea de conferencista.
Estructurada en ocho lecciones y un epílogo, la novela explora al comienzo la difícil relación entre la vida privada y la pública a partir de las conferencias que la protagonista pronuncia en distintos lugares del mundo donde la convocan y veneran, pero luego, a medida que los capítulos se suceden a manera de cuentos, el contenido polémico de las conferencias de Costello empieza a acercarse a la ficción. Es decir, tiende a solidificarse el vínculo entre la argumentación y lo que se narra, de modo que disquisición y doxa exceden su convencional formato de exposición y se convierten en sustancia ambigua.
Entre la parquedad y la retórica, la anciana Elizabeth Costello parece revisar su vida a través del recuerdo de encuentros fugaces con su hijo, con su hermana -famosa misionera en el Africa, que se explaya sobre la ausencia de Dios en los estudios humanísticos-, con un escritor africano que la amó o con el de un amigo de su madre, enfermo terminal, con el que tuvo un audaz affaire sexual sólo por compasión.
Delicada y recia a la vez, la intrépida australiana, mediante la exposición racional y la argumentación directa, no pretende convencer sino más bien inocular incertidumbre y marcar una grieta en los saberes de la opinión pública.
Como en un baile de máscaras, Coetzee se pone y se quita el disfraz de su personaje, se involucra como nunca con el problema de la responsabilidad intelectual ante un mundo contemporáneo olvidado de valores pero lleno de prisas, e indaga en el delgado límite entre ficción y reflexión, burlándose tanto de la retórica académica como del circuito publicitario de la literatura. En el vórtice de tantas disquisiciones, verdaderas o impostadas, surge la pregunta sobre la índole de la creación artística y el fundamento estético de lo narrativo, sobre la contaminación insoslayable entre imaginación y realidad, pero también sobre la imperiosa incógnita acerca de la capacidad del lenguaje para expresar incluso lo inexpresable, para retar sus límites y equiparar la curiosidad y la grandeza humanas. A través de Costello, Coetzee instala con elegancia el viejo dilema de la refutación intelectual de las pasiones, subrayando la luminosidad y la angustia de la meditación, así como los desvaríos y las soledades de la inteligencia en el reino de la mediocridad.
La novela, anverso y reverso de la preocupación por la expresión literaria, lleva al límite su estrategia de espejos múltiples: un autor -Coetzee- construye a un personaje femenino que es, a su vez, autora de un texto, La casa de Eccles Street, cuyo protagonista es Marion Bloom, la esposa de Leopold Bloom, figura central del Ulises de James Joyce. Así Costello no es sólo un vehículo de ideas, sino también la identificación del continuum indescifrable de la literatura. Desde el valor de la vieja escuela realista hasta los Viajes de Gulliver, desde la vida de los animales hasta los entretelones del quehacer universitario y editorial, desde la atracción del mal hasta la conmiseración por la agonía de un desconocido, el mundo privado de Elizabeth Costello se muestra y oculta una y otra vez. Así pasamos, por ejemplo, de una trivial discusión sobre comida vegetariana a la mención de los animales en el pensamiento de Immanuel Kant. No obstante, en el corazón de tanta buena y mala erudición laten dos grandes temas que desesperan a Elizabeth: la compasión -su lamentable ausencia- y el respeto por la otredad. Una compasión de difícil acceso, como si fuera el final de un camino cuyo recorrido llevara la vida entera. Y una otredad, también compleja, donde importa el coraje de atreverse a pensar desde el lugar del otro, a sufrir un padecimiento ajeno y quizá demasiado lejano.
En el final, la novela sorprende al interactuar con El Proceso de Franz Kafka. Elizabeth es víctima de una pesadilla pero, a diferencia de K., la enfrenta y transgrede para, así, modificar la aparente lógica del dolor, la frustración y el sin sentido. Porque Elizabeth Costello profundiza no sólo en los monstruos de la razón sino también en los de la creación, ofreciéndonos, como un testimonio de lo invisible, la confusión entre imaginación y conocimiento transformada en ficción. De esa cruza, por debajo de la bien urdida sucesión de cuentos sobre los avatares discursivos de una vieja escritora australiana, se desprende el sentido total del texto.
En Elizabeth Costello, Coetzee entiende la novela como una aventura intelectual, como una curativa reserva de imaginación y de reflexión, como un refugio escarnecido por la encrucijada de tensiones y conflictos de la sociedad contemporánea. Cuando la protagonista compara los corrales, las cabañas y las granjas con los campos de exterminio de Auschwitz y Treblinka asistimos al mejor logro del apasionado juego intelectual que propone Coetzee: el lector alternativamente se sumerge en la argumentación, en la refutación y en la fábula misma, ingresando de manera peligrosa en un territorio donde la ficción lo transforma todo, incluso la representación, el discurso del mundo, la propia realidad.
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