En el mundo de los libros
El guatemalteco Rodrigo Rey Rosa narra en Severina una historia de amor que diluye las fronteras entre ficción y realidad, en un declarado homenaje a Borges
A diferencia de la última novela que el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1958) había publicado en 2009, El material humano -cuyo punto de partida fueron los archivos sobre el enfrentamiento entre el gobierno y la guerrilla de su país-, la breve y sutil Severina parece lidiar enteramente con elementos librescos, con todo un arco endogámico de lo literario casi emancipado de su vínculo con lo real. Lo que aparenta ser una mundana historia de amor entre el narrador, un librero aburrido, aspirante a escritor, y una joven ladrona de libros que visita cada tanto su librería (Severina) comienza a insinuarse, gracias a algunos indicios, como un auténtico episodio borgeano, en el que las fronteras entre el mundo real y el representado en los libros se confunden y se transforman, de a poco, en puentes.
La atracción del librero por una misteriosa Ana Severina Bruguera, de supuesta nacionalidad hondureña, puede leerse, por momentos, como parte de una historia imaginada por él mismo. Las apariciones y desapariciones sin anuncios de Severina parecen producto de la evocación o la escritura durante los ratos de ocio en la librería, ámbito al que el narrador describe "como gusanera de ideas", donde "los libros son bichos que vibran y murmuran". Obsesionado por la muchacha, el narrador llega a alquilar una pieza en la pensión donde ella vive con su abuelo, con excusas que no hacen más que atizar el ambiguo doblez entre lo fáctico y lo ficcional: "No era la primera vez que me dejaba llevar más allá de la razón por un impulso libresco".
Esta dirección de lectura no es, empero, unívoca, sino que, a la par que por momentos se diluye, convive con otra: la posibilidad de que Severina sea un personaje de un libro que ha saltado al mundo fáctico, igual o parecido al nuestro. Las claves borgeanas del caso -menos vinculadas con un relato particular de su autoría que con una imaginación que se libera como efecto de lectura de sus relatos, esto es, como devaneos de un lector de Borges- comienzan siendo apenas deícticos, para derivar luego en entramados más complejos: Severina roba primero Las mil y una noches de la librería (obra reiteradamente visitada por Borges en ensayos y cuentos), luego Las palmeras salvajes , de Faulkner, en traducción de Borges, y más tarde el Libro del cielo y el infierno , compilación de Borges y Bioy Casares. Avanzada la novela, usos rioplatenses del castellano se van filtrando en la voz de Severina (¿como producto del escritor que la ha creado, es decir, el librero? ¿como evocación del escritor argentino?), hasta que ella confiesa haber visitado la biblioteca personal de Borges, en Buenos Aires, y haberse llevado una edición del Corán. El círculo comienza a completar su circunferencia -sin llegar a cerrase nunca- con la mención del relato "El espejo de tinta" (de Historia universal de la infamia ) en el cual un tirano de Sudán ve recreadas, en un espejo mágico, las escenas que desea, hasta toparse con la de su propia muerte.
En Severina , el librero no encuentra su muerte, sino, muy por el contrario, el amor. Pero tras el final de la historia, el efecto de lectura que perdura es el de haber transitado por indiscernibles planos de realidad e irrealidad, efecto logrado, paradójicamente, con una economía de recursos insospechada. El encanto de esta engañosa novela está en sus formas más sutiles de hilvanar ficción y realidad, sin barroquismos, sin anunciarlo siquiera, buscando que el lector apenas se dé cuenta.
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