En “El encargado”, Juan José Becerra debutó como guionista: “Los ambientes artísticos son muy charlatanes”
El escritor habla de su aporte, del tamaño de un grano de arena, a la serie de Cohn y Duprat: una dupla que “levanta la bandera de la guerra contra la estupidez, la propia y la ajena”
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En dos de los once episodios de El encargado (Star+), la serie creada por Mariano Cohn y Gastón Duprat, y protagonizada por Guillermo Francella, colaboró en los guiones -junto con Martín Bustos, Diego Bliffeld, Jerónimo Carranza, Cohn y Duprat- uno de los escritores argentinos que más recurre al humor en sus novelas y retratos de figuras de la televisión, el periodismo y la política local: Juan José Becerra (Junín, 1965). Si bien en las páginas de El artista más grande del mundo, ¡Felicidades! y Grasa se multiplican chistes, ironías, sátiras y “disfemismos”, su debut como guionista de comedia tuvo lugar en una de las series argentinas más exitosas del año.
En Gonnet, la localidad donde vive, no hay edificios ni, por supuesto, encargados como Eliseo, el obsesivo protagonista de la serie. “Es todo llano -describe-. El personaje de Francella es un monstruo puro de Cohn y Duprat. Tienen lupas en la cabeza para detectar qué hay adentro de una razón social, en este caso de los porteros. Hasta que no agotan los matices, no paran. Son de terror, les banco a fondo esa obsesión”.
Según cuenta en diálogo con LA NACION, el tamaño de su aporte fue el de un grano de arena en una playa. “Al que lo encuentre le doy un premio -dice Becerra-. La mayoría de los chistes son patrimonio de Duprat y Cohn. Es lo que más les gusta en la vida: llegar al chiste, alcanzar el chiste. Le dan un rango artístico a la descarga del humor sobre el drama. Eso es algo que está por encima de todas las variantes dramáticas que utilizan. En el caso de El encargado, el chiste se descarga en todas las direcciones, es ambiental, pertenece a la propia estructura de las relaciones, aparece por sorpresa, surge de las diferencias, se esconde en la tragedia. Hay chispas de humor por todos lados. Para Duprat y Cohn, vivir es el chiste”.
La serie, en su opinión, “levanta la principal bandera artística de Duprat y Cohn, que es la guerra contra la estupidez, la propia y la ajena”, y el personaje de Francella es “una composición extrema de la elasticidad humana: un tipo que piensa, actúa e imagina su vida en varias frecuencias contradictorias, y todas propias de él”.
Actualmente, pesa sobre Becerra un “ultimátum” editorial. En pocos días, debe entregar su novela a Seix Barral, que la publicará en marzo de 2023. Los productores de la segunda temporada de El encargado todavía no se han comunicado con él.
-¿Qué opinás de la carta de desagravio firmada por una agrupación de encargados de edificio?
-La carta es una prueba de la incomprensión masiva del que la escribió acerca de todo a lo que se refiere. Además, es cruel con los encargados de edificios, a los que no considera personas únicas sino entidades platónicas o clones. La serie parece insinuar lo contrario: no hay “un” encargado, como no hay un sujeto ideal, salvo en la imaginación del que tiene poca imaginación.
-¿Te gustaría que algunas de tus ficciones pasen a al formato de serie y es más divertido escribir guiones que novelas?
-Claro que me gustaría ver una ficción mía adaptada a cualquier cosa. Lo que me atrae de esa aventura es lo que el libro puede ganar o perder en el camino. Es una operación que tiene algo de la trasmutación de almas. Empezamos a adaptar Toda la verdad con la productora 20/20 Films y el personaje principal, que era un hombre, a los cinco minutos ya era una mujer. Nada mejor le puede pasar a un libro que perderse en manos de otro. Pero la diferencia entre escribir una novela y un guion está en el uso de la libertad disponible, y en la ilusión de propiedad. El trabajo del guionista cae siempre a un tanque de ácido en el que se disuelve la pretensión de autoría. En cambio, el novelista cree que es el arquitecto, el albañil, el plomero y el pintor de su edificio. Yo tengo mis dudas. Me parece que a una novela no la hace nadie. El novelista es un recolector, un expropiador de lenguaje, ideas, imaginación, voces, pensamientos. Firmar una novela tiene mucho de estafa.
-Corrió el rumor de que eras el autor de “el libro blanco” de Seix Barral publicado.
-Tengo entendido que el libro blanco de Seix Barral no tiene autor. Lo leí y no me gustó. Sí me gustó la idea de leer algo sin ninguna referencia. Los ambientes artísticos son muy charlatanes. Entrás a un museo, te recibe un catálogo. Entrás a ver una serie, te recibe el tesaer. Querés leer un libro, te recibe la contratapa. Hay amenities por todos lados. Ni los botones de hotel te asedian tanto. No existe la posibilidad de tener una relación solitaria y silenciosa con nada.
-¿Cuesta mucho vivir de la escritura?
-Cuesta vivir, de la escritura o de lo que sea. Pero si volviera a nacer, cosa que viene difícil, me gustaría ser arquitecto megalómano, de grandes obras, obras imposibles, y trabajar para faraones con una sola condición: que todo lo haga yo, desde las estructuras más grandes hasta el ajuste del último tornillo. A ver si por fin siento lo que es hacer algo de verdad. Libritos hace cualquiera.
-¿Cuál es tu opinión sobre la literatura argentina actual y el mercado editorial?
-No tengo mucha idea de lo que está pasando en el mercado, pero en general veo que hay un dominio de oferta y demanda de libros de mujeres, y me parece muy bien. Es hora de ajustar cuentas. Si me preguntan por mis escritores favoritos, voy a nombrar a diez hombres y recién después, a las perdidas, podrían aparecer Clarice Lispector o Hebe Uhart. No es normal esa desproporción, pero se hizo costumbre.
-¿Cómo te sentís al ser uno de los escritores argentinos más reconocidos de tu generación?
-Siento que me va bastante bien con la amistad. Pero me da mucha vergüenza el reconocimiento cuando aparece, si es que aparece. Son momentos en los que quisiera que me trague la tierra. Hace poco subió un tipo al subte, abrió un ejemplar de El espectáculo del tiempo a medio metro de mi cara y se puso a leerlo parado, como un loco. Pensé: “Esto es una emboscada de Metrovías, algo me quieren sacar”, y me fui escabullendo hasta que me puse a salvo en el vagón de al lado. El año que viene se va a publicar El artista más grande del mundo en italiano, lo que me quita momentáneamente el sayo bien ganado de escritor argentino menos traducido. Me deprimen los logros, por pequeños que sean, pero me consuela no haber hecho nada para que ocurran.
-¿Qué opinás de los escritores que necesitan expresar su adhesión a todas las causas justas?
-Me cuesta imaginar “escritores”. Veo al escritor como un planeta perdido, ensimismado en su órbita, con algunas salidas terapéuticas al mundo exterior. Apoyar una causa no me parece ni cuestionable ni obligatorio. Es medio toco el aire y no te toco. Salvo que se presenten situaciones verdaderamente graves, ¿para qué meterse con los demás? Fue ridícula la discusión sobre el discurso de Guillermo Saccomanno en la última Feria del Libro. Que estoy de acuerdo, que no estoy de acuerdo... ¿Por qué hay que pronunciarse por todo? Un escritor dijo lo que quiso en uso de su libertad, y punto. No hay nada que decir.
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