
En busca del sentido
Ana Eckell exhibe en Praxis pinturas que juegan con el color y evocan sus momentos más felices

El mundo era perfecto arriba de esos árboles. Desde la altura exacta donde el cielo y el río parecían estar a la misma distancia, Ana era libre. Jugaba a ser la novia de Tarzán, imaginaba casas entre las ramas y las hojas, se alejaba de lo conocido y disfrutaba el riesgo de la aventura. Aquellos días en los que acampaba en una isla de Tigre fueron los mejores de su vida.
Esos recuerdos irrumpen hoy, más de cincuenta años después, en las obras de esta mujer menuda de pelo corto y grandes ojos celestes. Ella no sabe por qué. Ana Eckell se deja llevar por su pintura como lo hace cuando medita, sin pensar. "El tema aparece, yo no lo provoco", aclara de entrada al hablar sobre su muestra actual en Praxis, Sentido ausente , cuyo título es más que elocuente.
"Yo hablo con la tela, escucho lo que necesita la pintura -explica-. Es como si en una conversación tuvieras un libreto fijo; no tiene gracia. Porque estarías mintiendo, representando un papel. Lo que te surge en forma espontánea es lo que tiene más visos de ser genuino. Por eso hago lo primero que se me ocurre; si de esa charla cierro algo y lo dejo vivir, lo acepto. No me planteo si me gusta o no, si es lindo o feo, sino si me dice algo, si tiene vida."
Vida y obra son inseparables para Eckell. Tal vez por eso las pinturas más recientes transmitan una paz tan distante de aquellos seres monstruosos que reflejaron el clima siniestro de la dictadura y que la vincularon en la década de 1980 con el expresionismo alemán, o de los múltiples y caóticos personajes que saltaron en los años 90 de sus libretas de apuntes a la tela o a las paredes del Centro Cultural Recoleta, donde ganó el primer premio a la mejor instalación de las XIII Jornadas Internacionales de la Crítica.
Aunque esas imágenes le valieron muchas importantes distinciones y la representación del país en las bienales de Venecia, París y San Pablo, entre otras, Eckell decidió soltarlas y seguir avanzando. Como ella misma, se transformaron: la materia se convirtió en línea, el trazo se hizo más preciso, el color ganó nuevos tonos y la figura humana, ahora más alegre y liviana, se acercó a la naturaleza. En ese camino, la artista se aferró únicamente a sus ganas de jugar y explorar, como lo hacía cuando saltaba de rama en rama a metros del piso.
"La vida es eso: ir muriendo y renaciendo y sacándote pesos de encima", dice con sabiduría oriental esta mujer de 65 años que aprendió a observar las sombras gracias a la luz que se colaba entre las hojas. "No es el tema, el espíritu es distinto -agrega-. Por un lado siento que estoy haciendo lo mismo y no es lo mismo, pero hay algo que está en el eje de toda la actividad. Siento que hay vida si uno sigue un hilo que está más allá de la mente, más allá de la voluntad... Es algo que tenés que pescar de la nada. Una conexión, algo que te lleva: cuando pinto, pinta mi mano, no sé quién pinta."
Con esa capacidad de concentración y entrega, valorando por igual el azar y la estructura, Eckell se preocupa porque sus obras tengan una base sólida: prepara las telas de manera artesanal, hasta dejarlas tensas como un tambor. Después, sin bocetos previos y pintando con óleo directo del pomo, da un salto al vacío y se deja fluir, sin control.
Llegó un día, por ejemplo, en que se acabaron los colores que le eran más familiares. Quedaron los marrones, ocres, azules y verdes oscuros, un universo opaco que hasta entonces había ignorado y al que se propuso encontrar nuevo destino. Descubrió entonces que las relaciones entre los colores tenían mucho que ver con las de las personas: ninguna es igual a otra. Como se puede comprobar en la muestra actual, logró que el marrón y el ocre, sobre un fondo azul verdoso, se acercaran al dorado, o que el mismo fondo cambiara de tono según con qué lo combinara.
Del mismo modo, en su casa-taller de Palermo, Ana cultiva plantas descartadas por otros, que encuentra en la calle. "Vos cuidás una planta y se pone lindísima. Las pinturas son un poco así: se hacen solas", dice con la confianza de quien cree que "las claves de todo están dentro de uno".