En 2020 el arte reafirmó su adoración por los gatos
Durante la pandemia de coronavirus, los artistas mostraron en su vida y obra una legendaria predilección por los felinos; de los renacentistas al arte contemporáneo, una galería gatuna
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Venerado en el Antiguo Egipto y condenado a la hoguera en el Medio Evo, el gato –indómito, bello, enigmático– cautivó a grandes artistas que lo inmortalizaron en sus obras. Su representación –que tiene doble carga simbólica– tuvo también el poder de subvertir el sentido de otras obras clave, como en el caso del gato de la Olympia de Manet. No sólo habita en piezas inolvidables. Durante la pandemia por coronavirus, el mundo del arte demostró en las redes su amor por los felinos.
Las fotos y comentarios sobre adorados gatos que comparten ahora más días con sus dueños, en casa o en el estudio, se multiplicaron. Mariela Scafati, Mariana Telleria, Andrea Ostera, Adriana Bustos, Fátima Pecci Carou, Erica Bohm, Karina El Azem, Nushi Muntaabski, Daniel Merle, Martín Di Girolamo, Jorge Gumier Maier y Gaba de Dios son algunos de los artistas que postearon fotos y videos. Se suman la historiadora del arte Florencia Qualina; el bailarín estadounidense James Whiteside y el artista chino Ai Weiwei.
Apenas recibió la noticia de su nominación para los premios Grammy, Fito Páez posteó un video imperdible en la cama con su gato Mozart. También en Instagram, el actor Leonardo Sbaraglia recibió Nochebuena con un video de su gato Félix.
Los admirados felinos inspiraron obras. Charles Baudelaire les dedicó un poema; Pablo Neruda escribió su Oda al gato y Jorge Luis Borges, un poema a su gato Beppo. Cortázar, Burroughs, Capote y Hemingway los adoraron. Andy Warhol tuvo varias decenas de gatos y publicó un libro sobre ellos. Pablo Picasso los representó en muchas de sus composiciones. Excéntrico, Salvador Dalí tuvo un ocelote como compañía.
"Oh pequeño/ emperador sin orbe/ conquistador sin patria/ mínimo tigre de salón, nupcial sultán del cielo/ de las tejas eróticas/ el viento del amor/ en la intemperie/ reclamas/ cuando pasas/ y posas/ cuatro pies delicados/ en el suelo/ oliendo/ desconfiando/ de todo lo terrestre/ porque todo es inmundo/para el inmaculado pie del gato."
Fragmento de "Oda al gato", Pablo Neruda
Aída Carballo y Melé Bruniard crearon singulares gatos. También los incluyó en sus grabados María Inés Tapia Vera. Mildred Burton contó que hizo el díptico Abuelita, ¿dónde está Michifuz?, que se exhibe en la muestra que reúne obras suyas en el Museo de Arte Moderno, después de que su abuela ahorcó a su mascota.
La artista surrealista Remedios Varo pintó gatos hipnóticos que pueden verse en Constelaciones en el Malba, y su amiga Leonora Carrington los inmortalizó en pinturas y esculturas. Ad Minoliti creó peluches y alfombras con formas gatunas y Edgardo Giménez, su serie de Gatos Secretaires.
Trágica historia de la desconfianza felina
Incluso al inicio de la época Moderna, torturar a los gatos era una diversión popular en toda Europa. Los quemaban en bolsas y hogueras o los perseguían hasta “cazarlos” mientras sus lomos ardían. Imposible no comprender la desconfianza del gato hacia el hombre.
“Los funcionarios de la ciudad llegaban en procesión a la Place du Grand-Saulcy, prendían una pira, y un círculo de fusileros de la guarnición disparaban salvas mientras los gatos desaparecían chillando entre las llamas. Aunque esta costumbre variaba en cada lugar, los elementos en todas partes eran los mismos: una hoguera, gatos y un alegre ambiente de cacería de brujas”, escribe en La gran matanza de gatos Robert Darnton, especialista en la historia francesa del siglo XVIII y director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard hasta 2016. Los gatos estaban cargados de significados ominosos: se creía que podían ser satánicos y que las brujas tomaban su forma. “Para protegerse de la brujería de los gatos había un remedio clásico: mutilarlos”, señala el especialista en su libro.
Independientemente de la brujería y de la demonología, se les atribuía poderes ocultos. Si se cruzaban, podían impedir por ejemplo que la masa de un pan levara o eran capaces de echar a perder la pesca. Como si fuera poco, los gatos figuraban como ingredientes comunes en todas las medicinas populares. “Para recuperarse de una caída grave, el enfermo chupaba la sangre de la cola de un gato recientemente amputada. Para curarse de neumonía, se bebía sangre de la oreja de un gato en vino tinto. Para aliviarse del cólico, se mezclaba vino con excremento de gato. Incluso podía hacerse invisible un individuo, por lo menos en Bretaña, comiendo los sesos de un gato recién muerto, siempre que el cadáver aún estuviera tibio”, escribe Darnton.
Para proteger las nuevas casas, los franceses encerraban gatos vivos dentro de los muros (mito antiguo que se remonta a los edificios medievales). Y en Béarn enterraban gatos vivos en el campo para que no hubiera mala hierba. Pero lo más curioso es que se llegó a creer que podían asfixiar bebés al mismo tiempo que se los asociaba con la fertilidad y la sexualidad femenina: esta simbología ambivalente es la que tendrá el gato en el arte.
Representación y simbología gatunas
Este doble carácter en la representación del gato se evidencia en La Anunciación del artista renacentista italiano Lorenzo Lotto (Museo Cívico Villa Colloredo Mels de Recanati), La Virgen del gato (National Gallery de Londres) y La Virgen de la gata (Palazzo Pitti), ambas de Federico Barocci. “En la pintura de Lotto el gato que huye cuando aparece el ángel de la Anunciación es probable que encarne al diablo”, señala José Emilio Burucúa en diálogo con LA NACION. En cambio, en el caso de las pinturas de Barocci la simbología es la opuesta: “En La virgen del gato, Jesús juega con un gato como cualquier otro niño. En La Virgen de la gata, el hecho de que la gata haya parido a la par de la virgen condensa la idea de que Cristo es también un ser natural, no sólo divino”, señala Burucúa.
Estudio para la Virgen del Gato (Museo Británico de Londres) es uno de los seis dibujos de Leonardo da Vinci en los que la Virgen y el niño sostienen o juegan con un gato. En la página del Museo Británico se destaca la sorprendente representación naturalista de la interacción entre el niño y el animal, que se evidencia en los intentos desesperados del gato por escapar del abrazo asfixiante. La elección del animal es poco convencional porque, además de la leyenda sobre un gato que había dado a luz al mismo tiempo que el nacimiento de Cristo, no tiene ningún vínculo simbólico con la Pasión de Cristo.
Olympia: la mujer y el gato pecaminosos
Con Olympia (Musée d’Orsay), que provocó un escándalo en el Salón de 1865, Manet convierte a la Venus de Urbino de Tiziano en una prostituta que mira desafiante al espectador: reinventa el desnudo femenino. La sustitución del perro por el gato es clave: mientras que en la iconografía cristiana el can siempre representa la fidelidad, en este caso el gato encarna lujuria, promiscuidad y erotismo.
Este autorretrato de Léonard Tsuguharu Foujita (Tokyo, 1886- Zúrich, 1988) pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. Foujita, el gran pintor de gatos, los representó solos, en grupo, en autorretratos y junto con sus modelos en desnudos.
El espejo al final de la escalera pertenece a la serie Bestiario de Jorge de la Vega. “El gato era uno de los monstruos predilectos de De la Vega: le interesaba su connotación vinculada con la sexualidad y la bestialidad”, explica Marcelo Pacheco, curador en jefe del Malba en 2003, cuando se presentó la muestra Jorge de la Vega. Obras 1961-1971.
Artista, ilustradora, escritora, diseñadora e ícono feminista, Leonor Fini (Buenos Aires, 1907- París, 1996) llegó a vivir con más de una veintena de gatos en su casa parisina. En Trieste, cuando era chica y su padre amenazó con raptarla, su madre comenzó a vestirla como un chico para que no la reconociera. Se dice que esta situación, sumado a que durante un tiempo tuvo que llevar los ojos vendados por una enfermedad, nutrió su fascinación por los disfraces. Fini vivió con felinos, los pintó y, audaz, también se caracterizó como ellos.