Emmanuel Carrère: "Trato de ser sincero, pero la verdad no está a mi alcance"
Antes de su visita a la Argentina a fines de este mes, que coincide con la salida de su novela El Reino, el autor francés habla de los vínculos entre realidad, ficción y autobiografía
Los libros de Emmanuel Carrère parecen imantados. Todos son diferentes, y sin embargo, atraen de una manera parecida, por la fuerza de su escritura o la veracidad de su primera persona. Si bien tiene libros de ficción propiamente dicha como El bigote, desde hace quince años las historias pasan por él, es decir, por una primera persona que participa de lo que está contando sin por ello tratarse de una historia personal. Esa es su gracia: no son historias propias, pero la primera persona sí lo es. Ésta fidelidad consigo mismo lo hace escribir novelas (por llamarlas de alguna manera, ya que todas se nutren de lo real en forma explícita) involucrado en lo que cuenta, como si la sinceridad del narrador fuera irrevocable, porque finalmente se trata del autor contándonos una historia real. Esto renueva la figura literaria del narrador y vuelve sus tramas tan acuciantes como estremecedoras, desde su novela célebre, Limónov, basada en la vida de Eduard Limónov, un escritor calificado de escandaloso y político ruso, ferviente opositor de Putin; De vidas ajenas, un entrecruzamiento de historias personales; o El Reino, recién publicada por Anagrama, donde Carrère incluye su crisis religiosa en la investigación sobre el cristianismo (ver recuadro).
A fin de noviembre, visitará la Argentina -invitado por la Fundación Osde- y dará una charla pública sobre "La novela de lo real".
Esta conversación, a modo de anticipo de su llegada, comenzó con un equívoco. O, parafraseando una película citada en De vidas ajenas, un extravío en la traducción. Fue aclarado rápidamente, pero no quisiera privar al lector de su potencial: las primeras preguntas se centraban en su forma de escritura con respecto a la idea de sujeto, ya que gran parte de sus personajes son personas reales. Como él mismo dijo: "Limónov no es un personaje de ficción. Existe y yo lo conozco." En sus respuestas, Carrère insistía con el "sujet" que lo llevaba a escribir. El "sujet" era lo principal. Su reiteración del término en francés, me llevó a consultarlo por la ambigüedad que podía filtrarse en la traducción. Carrère aclaró de inmediato: "me refiero a tema, no a sujeto". Conservé la duda por si acaso, en Carrère el sujeto es un gran tema.
-Sus libros se nutren de lo real de una manera muy particular, es casi su sello de escritura, ¿qué de la realidad lo impulsa a escribir?
-Es difícil de decir, se trata de la gran pregunta sobre el tema de un libro. En muchos casos, el tema no es tan importante porque se hace literatura con cualquier cosa, pero para mí es completamente central. Por supuesto que un tema no existe en sí mismo con respecto a algo real y a la persona que se propone escribir. Que algo pueda convertirse en tema para alguien, es un proceso largo y misterioso. Por ejemplo, cuando me encontré con la historia del sujeto que protagoniza mi novela El adversario, el asesino real Jean-Claude Romand que mató a toda su familia, inmediatamente vislumbré un tema. Sin embargo, era un hecho policial que muchos habían leído en los diarios, visto por televisión, y eso no lo volvía necesariamente interesante. No tiene que ver con ser un tema de novela por sí mismo. A mí se me presentó así, y quise escribir ese libro. Asimismo, en De vidas ajenas, en un momento un hombre que era juez en un pequeño pueblo de provincia, se puso a contarme sus historias, tuve la intuición muy fuerte de que se trataba de un tema, en todo caso, insisto, un tema para mí. Hay algo pretencioso quizá en esto, ya que no sólo yo encuentro un tema sino que es como si sintiera que soy la persona que tiene que hacerse cargo de ese tema, contarlo, darle una escritura. Y esta configuración intuitiva la creo absolutamente necesaria para que algo se convierta en un libro para mí, y por lo tanto, para los demás.
-¿Es algo real, entonces?
-Sí, puede ser un acontecimiento, una persona, una punta o pedazo de la realidad frente a lo cual vale la pena que me instale, darle consistencia, tenerlo en cuenta, observarlo… Lo real se recibe por lo general todo a la vez, es muy difícil distinguir sus partes. Cuando digo un pedazo de realidad, me refiero a poder localizar un cuadro, enmarcar una situación, y trabajar el libro. Si fuera pintor, no podría hacer pintura abstracta, más bien tendría que pintar con un modelo vivo, un modelo de la realidad.
-Ha sido comparado con Truman Capote, ¿usted se ubica en el género de la no ficción?
-Depende de los libros, en los últimos quince años, he virado a la no ficción. Mi último libro, El Reino, tiene toda una parte de invención, por el simple hecho de que ignoro lo ocurrido, y lo tuve que reconstituir, un poco como los paleontólogos que hacen un dinosaurio a partir de las vértebras.
-¿Eso es inventar?
-No es del todo una invención, en todo caso me gusta más llamarlo una reconstitución. Es formular una hipótesis.
-La primera persona está muy presente en sus libros, pero sólo para relatar. No se trata de una "ficción del yo".
-En Francia se le dice "autoficción", y abunda. Pero no es mi caso…
-En su caso parece que en vez de "lo que tengo para contarles de mí" se tratara de "los otros que cuentan en mí", sobre todo en su libro De vidas ajenas.
-Sí, es cierto. De todas maneras, en mis libros pruebo un "yo". Pero la sinceridad no es lo mismo que la verdad, trato de ser sincero, la verdad no está a mi alcance…
-¿Cómo fue su encuentro con Limónov, para luego escribir el libro? ¿Enseguida se dio cuenta que tenía una novela?
-Prefiero no decir novela sólo por una cuestión escrupulosa, porque se trata de un personaje real, que existe. Pero lo cierto es que está escrito como una novela y quisiera procurar el placer que brinda la lectura de una novela.
-Además de ser una persona real, a través de su singularidad usted cuenta frondosamente la segunda mitad del siglo XX en occidente…
-Esto es a lo que me refería con respecto al tema. Si bien a Limónov hacía tiempo que lo conocía, que me interesaba e intrigaba su destino, estaba fascinado y un poco asqueado por este personaje, un día le hice un reportaje, muy largo, y fue entonces que me di cuenta que allí había un tema, una novela de aventura, una picaresca y también una porción importante de la historia del siglo XX. Al principio era una incertidumbre, me preguntaba a quién le iba a interesar un libro escrito sobre un tipo que era un desgraciado, un fascista… aunque simpático y atractivo, en fin, tenía sentimientos encontrados con este personaje real, quizá por eso me atrajo tanto.
-Una atracción que viene también de su familia… me refiero a un libro anterior, Una novela rusa.
-Sí, pero ese caso es distinto, ya que se trata del único libro claramente autobiográfico que escribí, de mi propia familia.
-La búsqueda de un desaparecido de su familia.
-Sí, es un libro que debería tener un eco importante en Argentina…
-¿La escritura allí también funciona como epitafio, un final que al mismo tiempo devuelve la vida? ¿Cómo fue la búsqueda de su abuelo para escribir Una novela rusa?
-El problema es que mi abuelo más que un familiar, era un fantasma. Era un fantasma porque casi no se hablaba de él, estaba rodeado de misterio, de vergüenza, de sentimientos oscuros, había desaparecido después de haber estado comprometido con los colaboracionistas, aunque fuese en un rango bastante modesto, no había hecho nada terrible, no estaba del lado del verdugo, pero había mucho silencio a su alrededor. Yo le daba vueltas a esta figura, buscando algo que me sirviera a mí. No es que me interesara mi abuelo en particular, pero encontraba que la incertidumbre de su muerte incidía en mi propia vida.
-Hay otro libro suyo que rastrea el dolor, o ciertas marcas, pero en la infancia, Clase de nieve.
-Me gusta que lo nombre, porque es un libro que siento muy próximo…
-Es un libro íntimo, habla de la fragilidad pero también del crecimiento.
-Es un libro escrito a la altura de un niño.
-¿Podría considerarse una novela de aprendizaje?
-Sí, pero en este caso se trata de todas las tentativas del niño para NO saber. No para saber. El saber se le va a imponer, contra su voluntad.
-¿Cómo funciona la ficción para el protagonista? Hay varias referencias a relatos infantiles, sobre todo La Sirenita… ¿Se trata de sus propias fantasías en la infancia?
-Gran parte de la sensibilidad del joven héroe corresponde a mi propia infancia. Yo solía tener pesadillas. Era un gran lector, tenía predilección por las historias que dan miedo… y además, ¡las historias que dan miedo están para protegerte! Justamente, el protagonista para NO saber, recurre a una cantidad de ficción que cubra lo que finalmente se develará.
-Si bien usted dice que la ficción nos protege de los miedos reales, aún mismo de la realidad, sin embargo transita por un borde de la ficción que no llega a serlo, tampoco es ensayo, biografía o crónica.
-Curiosamente ese borde me resulta de lo más natural, parecido a la vida misma, es una forma de escribir a la que se accede por la propia experiencia. De nuestro cuerpo no podemos salir, por lo tanto también el cuerpo es nuestro prisma, de allí que este mecanismo o disposición a escribir me resulte tan normal o natural. Es un movimiento que va de uno al otro, de la vida de uno a la de los otros, y que tampoco es de los otros del todo ni la propia tan de uno…
-Pero a usted no le pasa como a Flaubert, que entrega su cuerpo a Bovary y se enferma cuando se muere Emma. ¿En el caso de De vidas ajenas?
-Cuando llegué al capítulo final, la muerte no me resultó tampoco tan fácil… Pero no me ocurre en absoluto lo de Flaubert, mi primera persona soy yo mismo, no me confundo con los personajes.
-En el camino de este tipo de escritura, ¿hay lecturas que lo acompañan?
-Sí, claro, sobre todo en Limónov y en mi última novela El Reino, que lo requerían y además me da mucho gusto y cierta seguridad. Puede ser complicado, es como cuando se construye un avión o un barco, hay mucho para ajustar, los manuales sirven, es un trabajo que me apasiona.
-¿Cuál es la forma de lectura, primero investiga y luego escribe?
-No, en absoluto. Siempre trabajo al mismo tiempo, no tengo una fase de documentación. Es un trabajo desordenado, para nada sistemático. Por otra parte se trata de libros que escribo luego de un largo proceso de haber leído cosas que me fueron llevando también a la decisión de escribirlos. No es que el tema se me ocurre de golpe, y digo, ah, mirá voy a hacer un libro sobre el cristianismo. Lo vengo estudiando desde hace mucho tiempo. Siempre un libro surge de algo que por algún motivo que interesaba anteriormente, pero no encontraba todavía su forma literaria. Lectura y reflexión, en un momento, se configuran en un libro propio.
-En Limónov usted hace referencia a la primera persona. ¿Cómo es su idea de la primera persona en literatura?
-En mi experiencia personal, durante quince años publiqué libros de pura ficción, escritos en tercera persona o en primera persona ficticia, esos héroes que dicen "yo". Hasta que de manera algo espontánea, empecé a escribir en "mi" primera persona. Al principio me asustó, lógicamente, y ahora me cuesta escribir en otra persona que no sea la primera en tanto que soy yo el que está ahí y escribe. Me resulta más honesto, no sé. Es como si le dijera al lector, sí, esta historia toca en algo lo real. No es la verdad absoluta, es lo que pienso, lo que pude haber sentido… en todo caso lo que escribo, sin ser una autoficción, pasa por mí antes de llegar al lector, eso es indudable, por eso la primera persona me resulta más honesta. Creo que la honestidad o la sinceridad son virtudes que pueden estar a nuestro alcance.
-El Reino acaba de aparecer en la Argentina, y es bastante diferente a sus libros anteriores. Una mezcla de su propia crisis de fe con la lectura del cristianismo, a través de la figura de Pablo el Converso y Lucas el Evangelista.
-Es un tema que me interesa desde hace veinticinco años y comencé a escribirlo también hace tiempo. Es resultado de un largo proceso, y habría continuado así de no haber decidido terminarlo. El verdadero tema es el cristianismo, no hubiera escrito un libro sólo sobre mi crisis de fe. Pero esos sentimientos (las dudas, las creencias) me sirvieron para construir el libro. Incluso cuando empecé a escribir sobre la fe, más allá de la cuestión de la fe, me interesaron los objetos literarios que eran los libros del Nuevo Testamento; me propuse explorarlos a la vez como novelista, historiador, en suma, un investigador. Y me di cuenta que en otro momento de la vida los había leído de manera completamente diferente, los había leído como un creyente. El testimonio que podía aportar en el interior de mi libro me pareció legítimo.
-Más allá de la primera persona, el testimonio o el tema, hay una escritura suya, muy veloz, que arrastra y combina referencias contemporáneas, musicales, filosóficas, políticas, históricas, desde Johnny Rotten, Mozart o Manu Chao en Limónov, o Nietzsche, Philip K. Dick o María Magdalena en El Reino… ¿tiene un placer particular al escribir?
-No podría escribir por puro placer, sin un tema. No soy de los que escriben en el vacío. Las referencias forman parte del tema y de mi contemporaneidad. En Limónov me resultó muy atractivo visitar un pasado del cual yo era contemporáneo. Es también mi pasado, el que cuenta la historia de Limónov. Claro que hay escritores que escriben lo que les viene a la cabeza, en ciertos casos lo admiro, sí, pero a mí me resultaría imposible. Para escribir tengo que tener un tema que me lleve a encontrar una forma. Luego es un proceso que puede ser tan misterioso como cansador. No sufro como Flaubert, ni tampoco me preocupa demasiado que haya palabras repetidas en distintas páginas. Me gusta el movimiento y que las frases sean portadoras de una suerte de electricidad. Las referencias forman parte de eso también.
-¿Y cuál sería el lugar de la imaginación?
La imaginación era esencial en mis primeros libros, pero esa parte decreció bastante en los últimos quince años. Aunque podría tratarse de otra imaginación, no la de inventar pero sí la de agenciarse de una forma, una búsqueda de la información, la complexión…
-La imaginación como asociación de ideas, de referencias.
-Claro, y para eso busco cierta fidelidad a los mecanismos de asociación. Es una imaginación por fidelidad.
-¿Y con la política? ¿Las ideas políticas ingresan en sus historias?
-Yo tengo mucha dificultad para formarme una opinión. Cuando trato temas que exigen política, tengo que encontrar un ángulo propio del personaje, como el juez en De vidas ajenas. Prefiero tomar el punto de vista del personaje, porque de mi parte me siento bastante incómodo con respecto a la opinión. Me ubico en relación al pensamiento de los que aparecen en mis libros.
-Putin, por ejemplo, se convierte casi en el doble de Limónov…
-Sí, se deduce de la historia de cada uno, y de mi propio libro, pero no tiene relación con ideas políticas propias que aplico a la historia, en absoluto. Eso también forma parte de la sinceridad.
El Reino, Anagrama, noviembre 2015 (fragmento a modo de anticipo)
Cuando uno se pone a trabajar en este campo (en el que profesan los especialistas de los orígenes del cristianismo) no tarda en darse cuenta de que todo el mundo explota el mismo filón, muy limitado. Primero, los escritos cristianos del Nuevo Testamento. Después, los apócrifos, más tardíos. Los manuscritos de Qumran. Algunos autores paganos, siempre los mismos: Tácito, Suetonio, Plinio el Joven. Por último, Josefo. Es todo, si hubiese otras fuentes lo sabríamos, y lo que se puede extraer de las que existen es también limitado. Con un poco de práctica, las barreras ficticias se vuelven familiares, aprendes a detectar una pista útil y a despachar muy rápido lo que ya has leído diez veces en otra parte. Leyendo a un historiador, sea cual sea su escuela, se ve cómo confecciona su guiso, más allá del sabor que les procura su salsa se identifican los ingredientes que se ha esforzado en utilizar, y es esto lo que me induce a pensar que ya no necesito un libro de recetas, que puedo lanzarme solo."