Emily Dickinson desde la mirada de su hermana
El siguiente es un fragmento tomado de "La hermana", la novela que le valió a Paola Yannielli Kaufmann el premio de novela otorgado por la Casa de las Américas.
"...Diez años es mucho tiempo, Emilie. En el cementerio no se nota el paso del tiempo, la hierba en el verano esta siempre corta y es siempre verde, las flores silvestres van y vienen y las piedras nombran a quienes están debajo. Aparecen nuevas piedras y nuevos nombres, pero salvo ese detalle el cementerio está siempre igual, ¿no es curioso? En invierno cambia solamente, cuando las lápidas se olvidan bajo la nieve y ya nadie que no sepa dónde se encuentra podría adivinar a cuántos muertos oculta tan poca tierra.
"Con el pueblo no pasa lo mismo. Nuestro querido Amherst tiene varios cientos de almas más que cuando te enterramos, pero por algún motivo extraño somos nosotros, los viejos, los que hacemos la diferencia. Dios se empeña en llevarse sangre fresca y joven, ¿me puedes explicar tamaño capricho? ¿Qué le hace al Cielo o al Infierno una vida que todavía no es más que una semilla, un corazón que no sufrió ni hizo sufrir a los demás? ¿Es el Diablo quien se nutre de ellos acaso, Emilie? ¿O es que a los viejos que nos aferramos a la vida se nos maldice por eso como a usurpadores, a quienes sólo les queda el derecho de presenciar la muerte de aquellos que, legítimamente, debieran ocupar nuestro lugar?
"Estoy vieja. Nadie, ni siquiera Maggie, debería hacerme caso. Hace diez años que no hago más que desenterrar papeles. O quemarlos, como me pediste cientos de miles de veces, y ahora parece que he cometido la peor de las herejías. Todavía recuerdo la tarde en que abrí ese secrétaire viejo que nadie había vuelto a tocar después de tus manos, ni siquiera Maggie para la limpieza, ni tan siquiera yo. No más de dos meses habían pasado de tu partida, Emilie, era julio y aunque en Amherst, más allá de las ventanas, el verano dolía, yo apenas si podía rondar por los sitios más oscuros de la casa. No dejaba de verte por el rabillo del ojo pasar, como pasabas siempre silenciosa, el aroma a almizcle y a jengibre y a canela que te perseguía como te perseguía incansable ese perro desgraciado que tanto querías..."