Emilio Salgari, un best seller estafado por sus editores
Aventurero y prolífico como pocos, el “Julio Verne italiano” se suicidó hace 110 años en Turín
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Con solo 48 años, Emilio Salgari, el Julio Verne italiano, dejó una obra de ochenta y cuatro novelas y un número de cuentos que parece ilimitado para tan corta vida. La mayor parte de su producción, que se distribuye en ciclos narrativos, consiste en novelas de aventuras que transcurren en lugares exóticos del continente africano, el australiano o el asiático, compuestas en un estilo algo atropellado y superficial, comparado con el de su predecesor francés. También escribió ciencia ficción (Las maravillas del 2000, que en el país publicó Ediciones de la Flor) y relatos del lejano y salvaje oeste norteamericano. Salgari, que nació en Verona en 1862, fue una figura central en el panorama literario y cultural de su país, al cautivar a un público popular y no necesariamente ilustrado. “Casi desde sus comienzos como cronista y novelista, Salgari obtuvo un notable éxito de público -escribió en 2011 el pensador español Fernando Savater-. En sus últimos años, era el escritor con mejores ventas de Europa: algunas de sus ochenta y cuatro novelas superaron la cota hasta entonces desconocida de los cien mil ejemplares y tuvo multitud de imitadores”. Pese a eso, vivía en la pobreza y el mismo Salgari admitió que sus editores lo estafaban. Hoy se cumplen 110 años de su suicidio, en las colinas del valle de San Martino, en Turín. “Creo que con mi nombre me merecía otra fortuna y otra muerte”, había escrito en la víspera del 25 de abril de 1911.
Entre los personajes creados por el escritor italiano, se destacan dos arquetípicos: el pirata Sandokán (inspirado en el aventurero español Carlos Cuarteroni Fernández) y el Corsario Negro, que fue retomado por la serie cinematográfica Piratas del Caribe. En la Argentina, como indica la investigadora Alice Favaro, “fue tanta la recepción que tuvo el autor que el 18 de junio de 1947 empezó a publicarse la revista Salgari como semanal de la editorial Abril, cuyo propietario era el italiano Cesare Civita”. En un momento en que el país recibía grandes contingentes de inmigrantes italianos, en la revista se publicaban adaptaciones de novelas del autor a la historieta como En las fronteras del Far West, El Corsario Negro, El León de Damasco, Los misterios de la jungla negra, La gema del río rojo y El terror de Allagalla, hechas por Rino Albertarelli, Raffaele Papparella y otros dibujantes italianos. Poco después, las aventuras salgarianas darían un salto de tigre al cine; directores como Amleto Palermi, Giorgio Simonelli y Umberto Lenzi llevaron las novelas del “capitán Salgari” a la pantalla grande.
Con los años, de ser un autor popular y apto para todo público, Salgari encontró su “nicho” de lectores entre niños y jóvenes. “Emilio Salgari, como a muchos de mi generación, me llegó por la colección Robin Hood -dice el escritor Jorge Fernández Díaz-. Por supuesto, las novelas de Sandokán y el Corsario Negro, pero también sus novelas del lejano oeste me impactaban muchísimo y sus novelas en África, en India, en China, en el mar y los polos. Podía Salgari tratar de emular a Julio Verne, por ejemplo en Dos mil leguas por debajo de América, una novela que nunca pude olvidar”. La obra de Salgari desborda de exotismo. “No puede compararse en calidad literaria con Verne -agrega el autor de La logia de Cádiz-. Salgari fue el escritor de una época, mucho más rápido y fácil, menos elaborado; sin embargo, tenía un enorme rigor en sus tramas y era muy poderoso en la construcción de personajes, que seguían vivos mucho después de haberlos leído. Tenía algo poderoso y excesivo, y a la vez una potencia y un vigor únicos. El único que sentí que me comprendía en mi pasión por Salgari fue Borges que, cuando hablaba de Hormiga Negra y de Eduardo Gutiérrez, decía que era un folletinista excesivo y exagerado. Siento por Salgari lo mismo que sentía Borges por Gutiérrez. Borges rescata esos libros porque ve ahí a un escritor intenso y vívido, y profundamente imperfecto al mismo tiempo. Todo eso se podría decir de Salgari, un escritor formador de lectores cuya máxima virtud era transmitir su pasión, su imperfecta pero seductora pasión”.
Pionero inusitado de la “transmedialidad”, el escritor trabajaba en sus libros con atlas, mapas, estampas, fotos y crónicas de la época. Entre 1883 y 1893, se desempeñó como redactor del diario La Nuova Arena. “A los nueve años leí por primera vez Sandokán -dice a LA NACION el escritor José María Gatti-. Y poco después hice lo propio con El Corsario Negro. Esas historias colmaron mi niñez. Con el tiempo, supe que Salgari había montado su equipaje narrativo a partir de manuales de geografía y mapas del mundo. En su obra, la aventura aparecía ligada al amor, la justicia, la fidelidad y la valentía. Fue un melancólico depresivo, que trajo a la literatura popular al héroe como protagonista. Durante años, guardé celosamente en mi biblioteca Sandokán, número 46 de la colección Robin Hood. Por torpeza, presté el ejemplar y me quedé sin una parte de mi infancia. Salgari iluminó la literatura, y nos dejó a toda una generación la llama viva de la aventura poética llena de fantasías. Lamentablemente, no pudo escapar de ese final autodestructivo, similar al de otros autores como Cesare Pavese, Virginia Woolf, Sylvia Plath, Ernest Hemingway, o nuestro más cercano Horacio Quiroga”.
Tras el suicidio de su padre y, luego, la enfermedad mental de su esposa, la actriz Ida Peruzzi, Salgari se quitó la vida el martes 25 de abril en los bosques de San Martino, adonde, como consignó en una carta, Ida y él iban con frecuencia a merendar y a recoger flores. Dejó tres cartas: a sus hijos (dos de ellos, también escritores, se suicidarían décadas después), a los diarios turineses y a los editores de sus libros. “Leí a Salgari en mi infancia, cincuenta años atrás -cuenta el editor y escritor Antonio Santa Ana-. Aunque lo recuerdo con cariño, jamás volví a sus novelas. A lo que sí vuelvo, una y otra vez, es a la carta que les escribió a sus editores antes de suicidarse: ‘A ustedes, que se han enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, solo les pido que en compensación de las ganancias que les he proporcionado se ocupen de los gastos de mis funerales. Los saludo rompiendo la pluma’. De más está decir que los editores no pagaron los gastos del funeral de Salgari”.