El argentino donó al MoMA diez millones de dólares para crear un instituto dedicado a la interacción entre la arquitectura y la naturaleza
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Detrás de unas nubes y entre algunas avionetas, un puñado de viviendas típicas de las periferias urbanas se emplazan, una arriba de la otra, en diferentes pisos de una megaestructura de hierro. Es un pueblo vertical en plena metrópolis. “Compre una cálida cabaña en nuestras parcelas construidas sobre acero, a menos de una milla por encima de Broadway y a solo diez minutos en ascensor. Todas las comodidades del campo y ninguno de sus inconvenientes”, indicaba en marzo de 1909 la ficticia Celestial Real Estate Company en una viñeta humorística de la revista Life.
Esa idea, con mayor seriedad pero semejante carácter utópico y aparente imposibilidad técnica, fue retomada en 1981 por James Wines para delinear Rascacielos de casas, una crítica nostálgica a la uniformidad de los edificios modernos y al avance del cemento frente a la vegetación. En la propuesta del presidente del grupo neoyorquino SITE (Sculpture in the Environment o Escultura en el Medioambiente), torres de ocho y de diez pisos albergarían moradas personalizadas, árboles, jardines, cercos y calles en altura, como si se tratara de un collage de residencias con techos a dos aguas, arcos, tejas y chimeneas, encajadas tipo jenga en un andamio metálico ultrarresistente.
Pese a la subestimación por parte de cuantiosos líderes y multinacionales, la explotación irracional de los recursos y el calentamiento global son tópicos que sobrevuelan la agenda diplomática y social desde hace años. Atentas a ello, por convicción o por mímesis, no son pocas las entidades culturales que se reconfiguran para cooperar en la concientización del estado de emergencia. En noviembre pasado fue el turno del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que empleó las ilustraciones de Wines resguardadas en su colección por un motivo especial: presentar el flamante Instituto Emilio Ambasz para el Estudio Conjunto del Ambiente Edificado y Natural.
Argentino y precursor del ecodiseño, Emilio Ambasz donó a la institución dirigida por Glenn D. Lowry diez millones de dólares para establecer una dependencia que visibilice la interacción entre la arquitectura y la naturaleza a través de programas curatoriales y que fomente investigaciones tendientes al reequilibrio sostenible en distintos niveles, sean ciudades, inmuebles u objetos. “El MoMA ha sido durante tres cuartos de siglo el gran campeón del modernismo, pero ese capital intelectual se está agotando”, reflexionó Ambasz. Para el chaqueño, el famoso museo tiene la obligación de comprometerse con imágenes esclarecedoras: “Mi preocupación fue proporcionarle fondos a su Departamento de Arquitectura y Diseño para explorar nuevos espacios de pensamiento e impulsar la búsqueda de soluciones innovadoras”.
El vínculo entre el MoMA y Ambasz arrancó en 1969, cuando ingresó con apenas veinticinco años como curador. Acababa de graduarse y de obtener una maestría en tiempo récord en la Universidad de Princeton. Hasta 1976, curó muestras de estimable repercusión, como Italia: el nuevo paisaje doméstico. Logros y problemas del diseño italiano (1972) y La arquitectura de Luis Barragán (1974). No obstante, donde volcó sus inquietudes principales fue en el armado de Universitas (1972), un plan cuyo objetivo era lanzar una universidad postecnológica dedicada a la proyección del medio artificial y vegetal. Para concretarlo, invitó a debatir a Michel Foucault, Umberto Eco, Octavio Paz, Hannah Arendt, Jean Baudrillard y Henri Lefebvre, entre decenas de pensadores. Los vaivenes políticos abortaron la hazaña académica, pero sus móviles parecen haber encontrado, cinco décadas después y en el joven Instituto Ambasz, una modesta vía de canalización.
“La sostenibilidad es un tema que Ambasz ha defendido como curador, arquitecto y mecenas”, admitió Lowry. Consciente de que un museo debe ser “menos depósito de historia que laboratorio”, aseguró que el centro les ofrecerá “una plataforma única para abordar cuestiones críticas”.
Sobre las gestiones previas y las razones de su apertura, Martino Stierli, curador en jefe del área, explicó que iniciaron las conversaciones varios años atrás: “Nuestro departamento era un destino pertinente para activar su legado, no solo porque él había sido un pionero aquí sino porque siempre promovió causas progresivas en este ámbito. Respecto a la crisis climática y su impacto social, acaso la batalla más importante de la humanidad en el siglo XXI, el MoMA se encuentra ahora en una posición privilegiada para volver a liderar discusiones”.
Por su lado, la argentina Inés Katzenstein, curadora de Arte Latinoamericano y directora del Instituto Patricia Phelps de Cisneros perteneciente al MoMA, festejó el anuncio: “Es una enorme oportunidad para la comunidad cultural, ya que reconoce la urgencia de redefinir y de rediseñar el planeta en una coyuntura de honda fragilidad ambiental”. La historiadora añadió que la entidad que funciona bajo su órbita ya viene desarrollando una extensa investigación sobre arte y ecología en América Latina. Entusiasta, afirmó: “La sinergia institucional será inmediata”.
Un instituto global con nombre argentino
Consagrado en tierras lejanas y anónimo en la que lo vio crecer, Ambasz incubó desde la provocación un discurso adelantado para su tiempo. “Más que un arquitecto o un diseñador, soy un inventor: un estadio superior del acto creativo”, repite el hombre que vive entre Estados Unidos e Italia y que ha ejecutado obras en casi todos los continentes. Nacido en Resistencia en 1943, pasó su infancia y su adolescencia en Buenos Aires. A los quince años, Amancio Williams y Delfina Gálvez lo aceptaron en su estudio. La habilidad del exaviador y su socia para hallar alternativas a las tipologías tradicionales (la Casa sobre el arroyo, el Edificio suspendido de oficinas y La ciudad que necesita la humanidad dan cuenta de eso) fueron el incentivo justo para un chico decidido a transgredir los límites. Su próxima escala era el mundo.
Luego de su tránsito exitoso por el MoMA, fundó la firma Emilio Ambasz & Associates Inc y se abocó al diseño integral. En el campo de la industria, doscientas veinte patentes protegieron sus piezas, de las que se destacan la primera silla ergonómica articulada del mercado, un cepillo de dientes aún fabricado con variantes por Braun y un motor diésel.
El germen de sus conceptos edilicios —que podrían sintetizarse en el eslogan “verde sobre gris”— fue la Casa del Retiro Espiritual de Sevilla, una vivienda semienterrada imaginada en 1975. Al comienzo, la recepción de sus colegas fue negativa: “No me hicieron la vida fácil, pensaban que lo mío era superficial. Llegaron a decirme que era el anticristo de la profesión”. Pragmático, el argentino insistió y apeló a la integración del entorno natural con el construido en cada encargo. Un Conservatorio en el Jardín Botánico de San Antonio (1982), un Centro Cultural y Atlético en Shin Sanda (1990) y el Hospital del Ángel (2008) de Venecia son algunos ejemplos. El ACROS de Fukuoka, inaugurado en 1995, se alza como su hito personal y garantía (también personal) de que es posible conciliar las demandas de las urbes, los intereses empresariales y el derecho ciudadano a disponer de un jardín: las terrazas de un complejo piramidal de cien mil metros cuadrados conforman una plaza de dos hectáreas con acceso público, corrientes de agua y miles de plantas. Apropiado por los vecinos y modelo de ahorro energético, el inmueble recibió en 2001 el certificado número uno de Arquitectura Ambiental de Japón. Llamativamente, en su país natal, su único trabajo es el proyecto de ampliación del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, donado durante la gestión de Laura Buccellato.
El autor fue demostrando de a poco las ventajas prácticas de sus ensayos. Así, sus premisas ganaron terreno y se convirtieron en tendencia —con las virtudes, los cuestionamientos y las imposturas que estas suelen acarrear—. Incluso, personajes consagrados como el japonés Tadao Ando elogiaron su labor: “Ambasz es el padre, el poeta y el profeta de la arquitectura verde. Ha sido el primero en llamar nuestra atención sobre el medioambiente”. En el último Compasso d’ Oro conquistado, cuarto de su carrera, el jurado ponderó su visión y la “poética inusual” que imprimió en sus creaciones: “Anticipó con valentía problemáticas de actualidad en torno a la responsabilidad productiva”.
Dicen que las crisis exigen respuestas y comportamientos superadores. “La mía es solo una manera de perseguir el equilibrio ecológico y de proponer mejores modos de existencia. Sé que surgirán otras, y guardo la esperanza de que el instituto las patrocine y las celebre”, confió su mentor.
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