Emerson, el pensador que buscaba la santidad en la naturaleza
A 140 años de la muerte del genio de Massachusetts, su obra literaria -conformada por cartas, diarios, ensayos, poemas y sermones- puede ser leída como una defensa de la espiritualidad y el anticonformismo
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Al poeta, ensayista y filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882) se le deben varias acciones, entre ellas, alentar a Walt Whitman a publicar Hojas de hierba -luego de leer el manuscrito, le envió una carta de cinco entusiastas páginas-, editar los escritos y la correspondencia de la periodista y activista Margaret Fuller, combatir el esclavismo, perfilarse como un precursor de la defensa del ambiente e iniciar al escritor y filósofo Henry David Thoreau en los misterios del pensamiento a través de la escritura (su discípulo, el autor de Walden, murió veinte años antes que el maestro). También llevó un diario desde su juventud -que se publicó en dieciséis volúmenes-, escribió poemas y sermones, y ensayos sobre religión, política, moral y sociedad. Hoy se conmemora el 140º aniversario del fallecimiento de Emerson, el filósofo que buscaba la santidad en la naturaleza y cuyo estilo asertivo, místico y amable inspiró a decenas de imitadores (pese a sus advertencias sobre los riesgos de envidiar e imitar).
“El genio hace valer su autoridad sobre mí cuando reconozco poderes mayores que los míos -escribió el crítico Harold Bloom en la introducción de Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares-. Emerson, el sabio a quien intento seguir, reprobaría mi rendición pragmática, pero el genio de Emerson era de tal magnitud que él podía predicar la confianza en uno mismo”. Según Bloom, Emerson pensaba que todos los estadounidenses eran poetas y místicos en potencia.
Jorge Luis Borges, que le dedicó el poema “Emerson”, recordó que el pensador estadounidense había afirmado que nadie había sido convencido jamás por un razonamiento; en la teoría emersoniana, basta con enunciar una verdad para que esta se imponga. “Esta convicción da a su obra un carácter discontinuo -sostuvo Borges-. Abunda en memorables sentencias, a veces llenas de sabiduría, que no proceden de la anterior ni preparan la que vendrá. Sus biógrafos refieren que antes de pronunciar una conferencia o de redactar un ensayo, acumulaba frases sueltas que ordenaba después, un poco al azar”.
Tras las dos series de Ensayos (1841-1844) y la publicación de Poemas y escritos de juventud (en 1846 y 1849, respectivamente), dio a conocer en 1850 una de su obras más célebres, Hombres representativos -no son otros que Platón, Swedenborg, Montaigne, Shakespeare, Napoleón y Goethe- lanzada en un crucial momento histórico, luego de las revoluciones europeas de 1848, que Emerson había presenciado en París. Al inicio de la década de 1860, en Estados Unidos Abraham Lincoln llegaba a la presidencia y se desataba la cruenta Guerra de Secesión.
“Ante todo hay que decir que es un gran escritor; más conciso, más claro incluso que su mejor alumno y amigo: Thoreau -dice el escritor Edgardo Scott a LA NACION-. La escritura de Emerson posee una entonación única que va a la perfección con las ideas que despliega, es un ensayista notable. ‘Nuestra época es retrospectiva’, dice en uno de sus ensayos legendarios sin saber que está prefigurando, entre tantos, a Retromanía de Simon Reynolds. Porque en la modernidad, Emerson se da cuenta de que hay un doble movimiento: hacia adelante, esto es, el progreso, la evolución, pero también hacia atrás. Para Emerson, la era moderna es sobre todo una relectura. Es la primera época que puede releer su pasado, buscar sus orígenes pero sobre todo inventarlos”.
La editorial artesanal Barba de Abejas, del escritor Eric Schierloh, publicó una hermosa edición de Naturaleza. “Emerson fue la primera influencia americana universal -agrega Scott-. Y entre nosotros, por ejemplo, el pensamiento de José Ingenieros es impensable sin Emerson. Borges, por supuesto, también lo difundió, pero como siempre, de una manera muy parcial y lineal y jugando para su equipo, en ese poema donde consuma la idea del escritor que no vivió. No creo que Emerson tuviera esa imagen de sí en absoluto, y menos lo tiene su obra. Cualquiera que lee dos o tres páginas se dará cuenta que es un vitalista”. La obra de Emerson influyó en el pensamiento de Friedrich Nietzsche.
Integró el trascendentalismo, un movimiento filosófico que se opuso al racionalismo del siglo XVIII, la psicología de John Locke y, dado que comenzó como una reforma de la Iglesia Unitaria, al unitarianismo. Los trascendentalistas creían en la unidad de Dios y el mundo, en la inmanencia de Dios en el universo; a la vez, fueron críticos del conformismo social. “La sociedad es una compañía anónima, en la que los miembros acuerdan, para asegurar mejor su pan a cada accionista, entregar la libertad y la cultura del consumidor -escribió en 1841-. La virtud más requerida es la conformidad”. Emerson defendía una relación personal con el universo, forjada a través del aprendizaje del “lenguaje” de la naturaleza. “Al ser tocada por lo verdaderamente sublime, el alma se exalta naturalmente, se eleva hasta la orgullosa altura, se llena de júbilo y jactancia, como si ella misma hubiese creado esta cosa que ha oído”, postuló en su estilo grandioso.
En sus viajes a Inglaterra, conoció a sus propios “hombres representativos”: William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, John Stuart Mill y Thomas Carlyle, con el que mantuvo una rica correspondencia hasta la muerte del escritor e historiador escocés, un año antes de la de Emerson. Gran parte de sus libros provienen de las conferencias que brindó en su país y en Europa -miles de conferencias que le permitieron expandir su fortuna- en universidades, ateneos, templos masones e iglesias. Al final de su vida, paradójicamente, sufrió problemas de memoria y afasia. El “sabio de Concord” murió en esa localidad el 27 de abril de 1882, a los 78 años, a causa de una neumonía que contrajo en una de sus habituales caminatas que hacía incluso bajo la lluvia.
Emerson en un soneto de Borges
Ese alto caballero americano
cierra el volumen de Montaigne y sale
en busca de otro goce que no vale
menos, la tarde que ya exalta el llano.
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Hacia el hondo poniente y su declive,
hacia el confín que ese poniente dora,
camina por los campos como ahora
por la memoria de quien esto escribe.
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Piensa: Leí los libros esenciales
y otros compuse que el oscuro olvido
no ha de borrar. Un dios me ha concedido
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lo que es dado saber a los mortales.
Por todo el continente anda mi nombre;
no he vivido. Quisiera ser otro hombre.
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