Elvira Sastre: “La poesía me ayuda a entender y a aceptar los peores momentos”
La joven poeta española vuelve al país en mayo para presentarse en un teatro de la avenida Corrientes, en Córdoba y en Rosario; en el show “Yo no quiero ser recuerdo” fusiona música y poesía
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MADRID.– Es lunes por la mañana y los niños juegan en las plazas en las afueras de Madrid. Se advierte esa alegría en el ambiente en estas coordenadas alejadas de la contaminación y del ruido de la ciudad. Allí vive Elvira Sastre (Segovia, 1992), la poeta viva más conocida de España, elogiada por la crítica y adorada por los lectores, en especial, pero no excluyentemente, por los más jóvenes. Viento y Berta saludan con sus ladridos cuando suena el timbre. Elvira y su pareja, Miranda, “los ojos verdes” de Días sin ti (Seix Barral), la novela por la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve en 2019, dan la bienvenida LA NACION.
En este remanso a 30 km de la capital y también en la ruta que lleva a Segovia, donde se crío la autora, donde enseñó Antonio Machado, a quien cita en sus obras, escribe su segunda novela y prepara su viaje a la Argentina. “Elvira y su generación han hecho por la poesía mucho más de lo que gente más mayor, más fea y más pedante en los últimos años”, dice el consagrado poeta Benjamín Prado. “Elvira Sastre es a la poesía lo que los Beatles, al rock”, dijo la crítica cuando este huracán de emociones comenzó a publicar sus primeros poemarios, como Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo (Lapsus Calami), Baluarte, Ya nadie baila (ambos por Valparaíso) y La soledad de un cuerpo acostumbrado a una herida (Visor).
Hay en su producción poética un fenómeno que trasciende sus libros: sus shows, como así los llama, nada solemnes, llenan estadios, como el emblemático Wizink Center de Madrid, allí donde canta Bad Bunny y se juegan partidos de básquet. Esta propuesta que en sus inicios fue acústica, hace más de una década, hoy se ha convertido en un engranaje técnico que requiere meses de ensayos y de composición. Sastre, tan joven, es una veterana en estos encuentros cada vez más multitudinarios con los que desembarcó en 2019 en la Argentina. Hace algunos meses Alessandro Baricco presentó su literatura en el Teatro Colón y Mariana Enriquez llenó de fans el Teatro Coliseo a mediados de marzo.
Sastre regresa a la Argentina para reencontrarse con su público con su nueva propuesta escénica y poética llamada Yo no quiero ser recuerdo, acompañada por el músico Manu Míguez: el 6 de mayo se presentará en el porteño Gran Ópera Orbis; el 11 de mayo, en el Quality Espacio, de Córdoba [las localidades se agotaron para el primer espacio que estaba agendado, de modo tal que tuvo que trasladarse el recital a una sala más amplia]; y el 12 de mayo en la sala Lavardén, de Rosario. Además, el lunes 8, a las 17, firmará ejemplares en la librería porteña Cúspide, de Recoleta.
–Yo no quiero ser recuerdo es el nombre de tu gira. ¿Por qué elegiste este verso de uno de tus poemas?
-Desde un punto de vista emocional, es la vuelta a Argentina. Llevo desde antes el Covid sin poder ir. También me une a Argentina un tema personal. Echo mucho de menos al público argentino. Es un modo de decir que aunque haya tardado en volver no me iré nunca.
–¿Qué es aquello que te une a la Argentina? Tuviste un perro llamado Tango.
-La primera vez que fui sentí una gran conexión. Es un público súper culto, muy amable, pero también muy respetuoso. Como persona de Castilla, tengo esa distancia con la gente que no conozco. Noté el respeto y el amor y ese esfuerzo, también económico, porque sé cómo están las cosas allí. Tango era un perro muy elegante, muy guapo y cuando se movía parecía que estaba bailando.
–¿Cómo te gusta llamar a estas presentaciones? ¿Show?
-Sí, show. Uso la palabra “recitar”, pero no mucho porque no quiero que piensen que es algo solemne. Sí existe ese respeto, ese silencio, noto esa energía.
–Un show literario y poético donde aparece la música también como protagonista.
-Soy muy defensora de la poesía como género literario. Uno de mis objetivos en la vida es facilitar el camino para quien todavía no lo ha descubierto. Tengo mis libros, que es un formato más clásico; tengo camisetas con versos, algo diferente, pero también un modo de entrar en la poesía; y también tengo esta fusión de música y poesía en el escenario, que es como un concierto, nada impostado, que no he visto en otro sitio, y que llevo haciendo desde que empecé a escribir. Pronto vi las ventajas que tiene hacerlo con música. Se crea algo donde la gente conecta muchísimo con la poesía.
–Es mucho más que una lectura, porque la música también tiene un rol central.
-No he visto a nadie que lo haga con poesía. Con Manu Miguez hemos compuesto todo juntos y nos gusta explorar muchos tipos de música. Tenemos poemas que se pueden bailar, otros más lacrimógenos, otros más divertidos, otros más emotivos. Igual que la temática de los poemas es diferente, la música también. Me gusta provocar que el espectador pase por una montaña rusa emocional: que te enfades, que te agites, que te emociones.
–¿Componés también música?
-Tengo ciertos conocimientos de música, pero no tantos como quisiera. Manu es quien me propone una línea músical y entre los dos le vamos dando forma. Estudié en el Conservatorio, y toqué el piano durante 5 años pero salí traumatizada porque fue una disciplina excesiva, muy férrea y hasta cierto punto limitante. Me enseñaron a interpretar y no a componer. Me mataron la parte creativa, pero me quería sacar el título. Estuve años sin tocar. Ahora Manu me ha impulsado a que en este recital toque un par de teclas.
–¿Te animarías a cantar?
-¡Qué va! Se iría la gente.
–Desde que comenzaste a recitar en encuentros de poesía, hasta hoy, esta actividad dejó de ser solitaria. ¿Cómo es trabajar en equipo?
-Somos cuatro amigos los que viajamos y trabajamos. Me quieren mucho y saben que las giras y los recitales son viajes emocionales porque lo que yo hago es, en definitiva, algo íntimo. Soy una chica normal y corriente que pone su cuerpo y su voz en el escenario. No voy con piloto automático, estoy sintiendo las cosas de verdad y ellos me acompañan.
Elvira Sastre tiene más de 600 mil followers en su cuenta de Instagram y las marcas la eligen para promocionar sus productos. La cerveza Alhambra la convocó para un anuncio donde recita un verso de Juan Ramón Jiménez y la japonesa Uniqlo la eligió como modelo para lucir sus prendas. Prolífica, Sastre es autora también de un libro para niños A los perros buenos no les pasan cosas malas (Baobab), y de los poemarios Aquella orilla nuestra (Alfaguara), una crónica por las calles de La Latina y Lavapiés durante su época de estudiante en Madrid me mata (Seix Barral) y Adiós al frío (Colección Visor de poesía), donde incluye un poema a la ciudad de La Plata.
–¿Sentís que sos un referente para los jóvenes?
-Me lo han dicho y es una de las cosas más bonitas que puedo escuchar, porque hay tres cosas que hago o que soy y van un poco en contra de la norma: soy una mujer, una mujer joven, y escribo poesía. Saber que puedo despertar en una chica joven o mayor que escriba poesía o que la descubra, me parece una cosa preciosa, porque cuando era chica lo eché en falta porque había mucha invisibilización. Otras autoras han hecho ese camino por mí, para que mis libros estén en los escaparates, como Idea Vilariño o Cristina Peri Rossi, a quien acudo cada vez que me atasco y por quien siento una fascinación absoluta.
–En tu poesía aparece Antonio Machado, Ángel González, Gustavo Adolfo Bécquer. Sos, en cierto modo, un eslabón entre una tradición y los jóvenes.
-Para quienes no hayan leído poesía en su vida o no haya conectado con otros poetas, creo que sí. Siento allí esa responsabilidad, de compartir las cosas que leo, que la gente no se quede en mi poesía. Ahí cumplo un acto poético, que es justo, porque no me he inventado nada, no me he inventado la poesía. Escribo así porque es la suma de toda la gente que he leído.
–Profesores universitarios, autores como Benjamín Prado, agradecen tu labor que contribuye a acercar a los jóvenes a la poesía. ¿Sentís esa responsabilidad?
-Antes que nada soy una entusiasta de las cosas que me hacen sentir bien. Cuando descubrí la poesía, que me hacía sentir muy reflejada y me ayudaba a entenderme, sentí como una necesidad de compartir eso con la gente, de descubrir los beneficios que tiene. No es algo que me quiero quedar para mí.
–Uno de esos beneficios es, como escribís en uno de tus poemas, a calmar el ruido de tu cabeza, a poner cierto orden.
-La poesía es un proceso mental y emocional donde haces un ejercicio de abrir la puerta para que entre la luz. Hay muchas cosas que hasta que no las pongo por escrito no las entiendo. Creo que es una manera de vivir más honesta y más conectada con una misma. Si tú tienes esa capacidad de convertir un pensamiento en lenguaje, ya está ahí tu triunfo. Si luego puedes hacer de eso tu profesión, es una bendición.
–En “Días sin ti” escribís: “Igual que un libro no existe sin unos ojos que lo lean o una canción no sobrevive sin alguien que la escuche, una obra no cumple su función si no atrapa al espectador”. ¿Cuánto tenés en cuenta al lector a la hora de escribir poesía?
-Te diría que nada. Escribo para mí y por mí, porque lo necesito. Es mi manera de existir. Luego en el hecho de publicarlo descubres que hay algo que es compartido, porque sé lo que es leer poesía y que alguien explique exactamente lo que me está pasando y no soy capaz de decir.
–Además de lectores, te buscan las marcas. ¿Cómo lo interpretás? Es un síntoma positivo para la sociedad que se busque a poetas.
-Es bonito y es esperanzador que pueda representar algunos valores. Marca cierta intención que tiene el sistema que está posicionado desde un punto de vista más económico que me llamen a mí, poeta. Me gusta formar parte de ello porque creo que representa un cambio.
–¿Tenés algún método o rutina para escribir?
-Poesía, no. Narrativa, sí, porque me resulta más complicado, me exige un esfuerzo mental. Ahora estoy escribiendo mi segunda novela y está siendo un viaje a las profundidades. Necesito estar un estado mental mediantemente estable, bueno, para descender y después subir. Si estoy mal y me pongo a escribir algo que me hace sentir mal, acabo peor. Pero, al contrario, con la poesía, cuando estoy mal, más la necesito, y me ayuda a entender y a aceptar los momentos peores.
–¿Cómo gestionas las emociones? ¿Te analizás?
-Voy a terapia que me ayuda mucho. Y he empezado recientemente a meditar. Es un viaje que potencia la parte creativa. Soy una persona muy sensible y eso me provoca a veces mucho dolor, que afloren emociones. Y además tengo a mis perros.
–Nombrás a la meditación, que es casi lo opuesto a la poesía, ese silencio y serenidad frente al caudal de palabras.
-El punto es estar en silencio, sin guías, solo tú. Está siendo muy interesante porque tengo momentos de mucha ansiedad y agobio si tengo cosas que se salen de lo creativo. Me está ayudando a poner un poco de pausa, a conocerme más y a estar más sosegada.
–Hay una parte de tu poesía que es social y política.
-Desde muy pequeña me han educado en eso. Mi madre es una mujer muy combativa, feminista, trabajadora. Me han llevado a manifestaciones de niña y he escuchado a mi madre reivindicar todos los derechos que necesitaba. He tenido la suerte y el privilegio de crecer en ese ambiente, que debía ser lo normal. Soy muy consciente de mis privilegios y lucho para que todos los demás puedan tener.
–En “País de poetas” escribes un verso: “[España, u otro país en crisis] “Aguanta te salvaremos los supervivientes”. ¿Cómo es la generación a la que pertenecés?
-Todas las generaciones tienen golpes, heridas, pero los que estamos en la treintena crecimos protegidos en un mundo que era un poco irreal, por lo menos aquí en España. A mí me pilló la crisis en la época de la universidad, fue aquí el 15-M y lo viví con mucha intensidad. Estábamos un poco anestesiados. Vi a gente dejar la carrera. Como generación estamos bastante perdidos, con una identidad que nos cuesta porque nos ha pillado a camino esta revolución de identidades, de sexo. Pero tenemos ya experiencia y hacemos que nos haga más fácil adaptarnos a las circunstancias. Creo que la generación que viene a nivel feminismo tiene con una fuerza brutal y tenemos mucho que aprender de ellas.
–La Asociación de Memoria Histórica aparece en Días sin ti. ¿Están aún abiertas las heridas de la Guerra Civil?
-Este tipo de preguntas me las hacen en medios no españoles. Hablo con mucha libertad fuera de España. Se saltó sobre esa herida. No se curó. Las cosas no funcionan y ahora se están intentando remendar. Vamos muy tarde, más que nada porque esa generación se está muriendo callada y con miedo. Es que en este país no se sabe dónde está Lorca. Es una vergüenza.
–¿Escribirías poesía con lenguaje inclusivo?
-En España no está tan extendido el tema como en la Argentina. El lenguaje inclusivo ha visibilizado mucho, impulsa otras leyes y medidas, te hace ser consciente de que hay una pluralidad de géneros e identidades. No sería nunca detractora del lenguaje inclusivo porque puede hacer sentir representado a una persona por su identidad, y para mí está antes la libertad de las personas que todo lo demás. Pero, desde un punto de vista gramatical, no he leído ningún libro en lenguaje inclusivo y creo que me costaría. La poesía va más allá de eso. Puedo leer un poema en masculino y puedo sentirme identificada. En mis redes sociales, el 80% de mi público es femenino y uso el femenino plural. En el libro de Rupi Kaur que traduje del inglés al español usé en algunos momentos el lenguaje inclusivo porque en inglés no existen géneros y sentí que había en esos versos una intención política y social que quería respetar.
–Sos traductora y también tu poesía está traducida al inglés. ¿Qué te pasa cuando lees tus poesía en inglés?
-Primero mucha gratitud e ilusión porque sé la dificultad que conlleva la tarea de los traductores. Cuando traducís poesía siempre se pierde algo y se gana algo.
–¿En qué creés?
-En nada que sea religioso. Energéticamente creo en todo lo que se mueve dentro de mí y de las personas. Creo en la poesía, en la literatura y en mis perros.