Elogio literario de un asesino
Un libro que analiza la "perfección formal" del homicidio de setenta y siete adolescentes cometido por el noruego Anders Behring Breivik suscitó una intensa polémica en Francia y ha convertido a su autor, Richard Millet, en el escritor más leído del momento
Cuando en los años treinta, Georges Bataille identificaba la literatura con el Mal, mientras los surrealistas (cuyo jefe, André Breton, afirmaba que el gesto surrealista más simple consistía en salir a la calle con un revólver y en disparar al azar) se fascinaban con el crimen de las hermanas Papin, o cuando, en los setenta, Marguerite Duras glorificaba a la madre del pequeño Gregory, su presunta asesina, esas exaltaciones se originaban en un hartazgo que a su vez despertaba sus ganas de jugar. Cansados de una sociedad a la que consideraban chata y pacata, en buena parte porque lo era, esos intelectuales franceses coqueteaban, de modo algo pueril, con la idea de una pureza que sólo se manifestaba a través del Mal. Conservo la mayúscula porque ellos mismos pronunciaban la palabra con cierto engolamiento, estremecidos ante su propia audacia: la de arrojar al canasto el humanismo y la razón.
La polémica que acaba de suscitar en Francia un reciente libelo de Richard Millet, intitulado Éloge littéraire d’Anders Breivik (el joven noruego que asesinó a 77 adolescentes en la isla de Utoya, cerca de Oslo), tiene que ver con aquellos devaneos, aunque no del todo. Es indudable que Millet, prolífico y admirado escritor que ha publicado más de cincuenta libros, y que además es uno de los editores de Gallimard (a él se debe la publicación de Las benévolas de Jonathan Littell, Premio Goncourt 2006), ha jugado también él con la excitación de transgredir y, por qué no, con la fantasía de alzar olas a partir del escándalo, pero expresando a la vez una actitud nueva.
¿Cuál es la diferencia entre aquella exaltación del crimen característica del nene malo, que en lo personal me da dentera pero que no entraña riesgos concretos, y este otro fervor al que considero maduro y tristemente digno de ser tomado en cuenta? Para delimitar la frontera entre ambos me he tomado el trabajo de recorrer las pocas páginas del famoso librito. Después de todo, también su autor se molestó en leer la interminable perorata que el impecable asesino ha puesto en Internet para explicar su gesto. Millet comienza su texto con una profesión de fe:
En el momento de emprender lo que podría ser un elogio literario de Anders Behring Breivik, quisiera hacer saber que no apruebo los actos cometidos por Breivik el 22 de julio de 2011, en Noruega. Sin embargo estudiaré esos actos, impresionado por su perfección formal y, en consecuencia, de alguna manera – suponiendo que se los pueda desprender de su contexto politico o criminal–, por su dimensión literaria, ya que la perfección, como el Mal, siempre tiene que ver con la literatura.
Un comienzo casi tranquilizador dentro del horror general, que nos mueve a decirnos: "Bueno, nada grave, otra vez la cantinela del acto gratuito". Por desgracia, dos líneas más adelante descubrimos que esto ya no es un juego, y que motivos para preocuparse no es lo que falta. Motivos que el autor nos revela y nos oculta a la par, como si quisiera quitarse la caretita pero echándonos arena a los ojos. Así, cuando sus críticos, frente a la ideología antihumanista y anti-antirracista proclamada por este militante que luchó en el Líbano como voluntario, inútil aclarar que en contra de los musulmanes, se formulan el interrogante que cae de su peso –"¿será nazi Richard Millet?"–, el interesado lo niega con una astuta sonrisita, como complaciéndose en atizar la duda.
Difícil definirse, es cierto, puesto que Millet vuelve al tema de la decadencia de Occidente caro a los nazis; porque busca un chivo expiatorio igual que ellos y porque echa pestes contra el multiculturalismo de las sociedades occidentales. Sin embargo, el hecho de que Breivik, su héroe, no haya irrumpido simplemente en una mezquita para matar musulmanes, sino en un campamento para matar a sus compatriotas, adolescentes laboristas que, a sus ojos, simbolizaban todo lo que atenta contra las raíces cristianas de su nación, los ubica a los dos, al asesino y a su ambiguo apologista, en un terreno que roza de cerca el del nazismo, pero con otros rasgos. "Breivik es lo que Noruega se merece", escribe Millet, dejando flotar una amenaza mucho más vasta cuyo sentido es: "Al (país) que le caiga el sayo que se lo ponga". Francia también, es claro.
La coherencia de la argumentación hiela la espalda. El fundamentalista que pasa al acto y el escritor que "pasa a la escritura" como si manejara un arma de guerra se encuentran en un punto sin retorno. Si para ambos se trata de defender a la "nación cristiana" químicamente pura, Millet lo hace a partir de una idea desarrollada a lo largo de su tan abundante obra: la literatura universal se ha empobrecido por culpa de las mezclas, étnicas y culturales. Las raíces nacionales europeas son "vivas y cristianas, vale decir, literarias", sostiene con una absoluta ausencia de toda duda que evoca las afirmaciones de ese otro fundamentalismo de signo opuesto: el de Al Qaeda.
Richard Millet ha logrado convertirse en el autor francés más vapuleado del momento y, por supuesto, en el más leído. Hace unos días, en un programa televisivo literario donde este gigantón de aspecto militar adoptaba un falso aire de víctima incomprendida, el viejo pensador Edgar Morin encontró la fórmula justa para hacerlo trizas. Desde lo alto de sus noventa años profundamente lúcidos y humanos, lo miró con una suerte de lástima y le dijo: "Yo no lo desprecio a usted, lo que desprecio es su desprecio".
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