Elogio de la autoliberación
El método de la igualdad, un libro de conversaciones es, hasta la fecha, la mejor introducción panorámica, directa y coloquial, al pensamiento del influyente filósofo Jacques Rancière
Mucho antes de convertirse, durante los años 90, en uno de los filósofos estrella del mundo del arte, citado sin descanso (y a menudo sin motivo aparente) por curadores y galeristas, Jacques Rancière (1940) emergió en la escena teórica francesa como un duro crítico de su antiguo maestro Louis Althusser, con quien había trabajado desde comienzos de la vertiginosa década de 1960. En La lección de Althusser (1974) lanzó un cuestionamiento frontal a las pretensiones "científicas" de un pensador que gozó en su momento de enorme difusión tanto en Europa como en América Latina.
En ese libro dejó establecida una simple actitud que ya no abandonaría: el rechazo a la autoridad. En su visión, la noción de ideología defendida por Althusser representaba una concepción simplista y elitista, ya que se proponía iluminar a unas masas enceguecidas e incapaces de esclarecerse por sí mismas acerca de la realidad social. En contraste, Rancière reafirmó desde entonces su convicción acerca de las potencialidades de autoliberación y autoilustración de los desposeídos.
Su trayectoria se distinguió por un enfrentamiento sistemático contra la "opresión pedagógica", como la denomina en El método de la igualdad , un libro de conversaciones que hasta la fecha es la mejor introducción panorámica -directa y coloquial- al pensamiento de esta influyente personalidad del deprimido pensamiento teórico contemporáneo. El volumen compila sus intercambios con Laurent Jeanpierre y Dork Zabunyan, interlocutores a menudo complacientes, pero cuyas preguntas consiguen configurar una buena imagen de las ideas del entrevistado.
La política de izquierda, tanto como el poder escolar, se fundan en una nítida diferencia convencional entre los privilegiados representantes del saber y aquellos que carecen de todo conocimiento, necesitados, por tanto, de asistencia, argumenta Rancière. La crítica a esta partición (noción esencial de su vocabulario) evoluciona en El método de la igualdad hacia una polémica comprensión del papel de los intelectuales así como de las jerarquías que dicho rol da por descontadas.
La principal arma de ataque, activada en El maestro ignorante (1987), su libro más famoso, es el "método Jacotot", cuyo nombre deriva de un sorprendente maestro oriundo de Dijon que vivió entre los siglos XVIII y XIX. Joseph Jacotot impulsaba la autoinstrucción de sus estudiantes. Este curioso personaje, rescatado por Rancière, sería una especie de precursor del psicoanálisis porque, como un analista, se sitúa con toda deliberación en el lugar del supuesto saber: es el paciente quien conoce más, aunque aparente ignorarlo. El analista sólo debe contribuir a la articulación de los materiales que surgen en la sesión. Su función (hay que reconocer que la idea ya estaba en la concepción de la filosofía de Althusser) es catalítica: interviene para desaparecer. Jacotot no dictaba contenidos, sino que enseñaba a aprender. Estimulaba la autonomía intelectual y obtenía resultados sorprendentes.
Rancière se presenta en El método de la igualdad como otro enfant terrible de una constelación cultural que no carece de aspirantes a ese papel. Reconoce sus deudas con Jean-Paul Sartre, tan influyente en sus años de formación; con los jesuitas que marcaron su primera juventud y lo iniciaron en el marxismo; con Althusser y Michel Foucault. Pero aspira a proponer algo nuevo, más ligado al arte y más inclinado a lo que sus críticos llamarían "populismo filosófico". Rancière sostiene que no intenta ofrecer una teoría novedosa de la política o de la estética y asegura que a lo largo de su vida ni siquiera tuvo una relación estrecha con la filosofía. Se muestra indiferente a la exigencia de brindar un método original: un pensador francés que no parece muy a tono con las costumbres de su medio. Todo tiene un límite, por cierto. Rancière no renuncia a la tentación de proponer innovaciones en términos de vocabulario, la marca personal. ¿Es imprescindible esa jerga?
Como sea, para él -y esto constituye una enseñanza de Foucault- resulta indispensable abandonar la práctica corriente de la filosofía que sólo se ocupa de los libros de filosofía. La teoría está en todas partes. Pero es también necesario abandonar la tentación milenaria de hablar en nombre de quienes no hablan. Estimular la voz del pueblo es una cosa; sustituirla, otra muy distinta. Por eso Rancière pasó largos años en los archivos explorando la vida obrera, su cultura y sus actitudes. El resultado de esas indagaciones fue un libro acaso filosófico o histórico -las distinciones disciplinarias no le importan gran cosa- titulado La noche de los proletarios (1981).
La filosofía debería analizar situaciones más que acontecimientos (este último es un concepto heredado de Heidegger y recurrente en el pensamiento contemporáneo). En lugar de concebir la finalidad del pensamiento como desengaño o como un despertar de la conciencia sumida en la oscuridad, sería mejor ocuparse de las situaciones y de las acciones que ellas generan. El punto de partida no es la distinción entre quienes saben y quienes ignoran, sino el principio de igualdad. Para esta filosofía, hacer es algo que viene antes que ser. Se trata de un legado -de carácter moral antes que ontológico- que Rancière, según admite, recibió del viejo Sartre, hoy tan olvidado en su propio país.
El método de la igualdad
Por Jacques Rancière
Nueva Visión
Trad. Pablo Betesh
255 páginas
$ 196
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