Elige tu propio superhéroe
La aparición de un cómic de Abdul Wakil (Cicco) protagonizado por un integrante de una orden mística de sufis dispara recuerdos de un insólito adalid caribeño, el hombre de los ojos de bongó
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“Cuarenta grados a la sombra, hasta los perros tiene calor, es el sueño de todos sentir la brisa del malecón…”. Así comienza una canción, con letra de Pablo Marchetti y música de Leonardo “Toto” Menghini, cantante y bajista, respectivamente, de Sometidos por Morgan, un grupo indispensable en mi educación sentimental. Pablo, igual que otros miembros fundadores, como Fernando Sánchez (teclados), Hernán Ameijeiras (percusión) y Mauro Apicella (guitarra), integraban la redacción de la revista La Maga, en la cual también trabajaba mi padre. Cuando se grabó ese tema, a principios del nuevo milenio (Jogging, 2000), Mauro ya no estaba en el grupo: Pablo Paz tocaba la guitarra y Ezequiel Finger había reemplazado al baterista Fernando “Chorga” Benvenuto. La canción se llama “El hombre de los ojos de bongó” y si la recordé la semana pasada no fue por la intensidad del verano porteño, sino porque ese personaje es una especie de superhéroe caribeño: “hay un hombre que camina, por el centro de la ciudad. Baila solo en una plaza y lleva lente pa´disimular”. Claro, su superpoder es un rayo fulminante y sabrosón, con el mambo y el wawancó como complementos para la lucha.
A primera vista, se trata de un superhéroe inusual, como si llegar desde el planeta Krypton y poder volar, o que una picadura te permita recorrer la ciudad colgado de telarañas fuera lo más normal del mundo. Y si pensé en todo esto, es porque Abdul Wakil, anteriormente conocido como Emilio Cicco, acaba de publicar su debut como guionista de historietas. Con ilustraciones de El Toreh coloreadas por Leila Kovacs, Shams y la puerta del infierno es la primera novela gráfica que toma la imaginería islámica -ángeles, sheiks, mezquitas y, por supuesto, alfombras voladoras- y las lleva al cómic. Se trata de una odisea donde hay magia, mundos paralelos, batallas contra demonios, y muchas flechas.
“Hay un puñado de cosas que a Shams lo vuelven especial: no le tiene miedo a nada, es tan grande que las puertas le quedan pequeñas y, por último, pertenece a una orden mística de sufis. ¿Qué son los místicos sufis? Bueno, esa es una de las cosas sobre las que trata esta historia”, me cuenta Cicco en la increíblemente bella Tekkia Sufi, construída en el barrio porteño de Colegiales por la Asociación Civil Cultural Yerraih. Entre paredes de mayólica que llegaron desde Granada, alfombras de China, Persia y Turquía y maderas talladas de Marruecos. En las paredes, entre textos sagrados del Corán e imágenes místicas, se destaca un plato con la imagen de un derviche. (La primera vez que escuché hablar de ellos fue en el himno ricotero “Noticias de ayer”, donde en un juego cacofónico el Indio Solari que une a estos místicos danzantes con los “mortales escabeches”). La referencia musical no es casual. De hecho, Sami el director del ensamble musical de la tekkia, es el autor de la banda sonora del cómic, que se puede descargar desde un QR. Pero además, Shams (el protagonista del cómic) es fanático de los blues: usa remeras de Robert Johnson, y el legendario blusero (cuya leyenda dice que hizo un pacto con el diablo para ser el mejor guitarrista del mundo) tiene un cameo en la historia, igual que Bob Dylan, Neil Young, Tom Petty, Ozzy Osbourne y Willie Nelson.
“Aunque nadie lo dice, el rock es tataranieto del islam, pues su origen se remonta al blues”, dice Cicco en el texto autobiográfico Rock and Roll Islam. La conversión menos pensada (Tusquets, 2020), publicado en una colección dirigida por Leila Guerriero. “El blues se remonta a los esclavos africanos, y el 30 % de esos esclavos africanos que llegaban a Estados Unidos eran musulmanes y cantaban con el mismo lamento con el cual recitaban el Corán en las mezquitas de su África natal”, explica. De John Coltrane a Cat Stevens, son muchísimos los músicos que encontraron en esa religión la respuesta a sus búsquedas espirituales.
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